Rachid Taha acaba de morir de un infarto cuando aún no había cumplido los 60 años. « Il revient à ma mémoire / des souvenirs familiers / je revois ma blousse noire / quand j’étais écolier ». La memoria que cantaba Rachid Taha -en los años 80 del siglo XX- recuperaba la letra y la canción que Charles Trenet había lanzado en 1943, en plena ocupación de Francia por la Whermacht.
La Douce France de Trenet estaba llena de nostalgia por una Francia que había de liberarse del yugo nazi; la misma canción cantada por Taha -argelino de origen, francés por su residencia- sonaba menos amable. Más bien, muy burlona.
La versión original de Trenet era equilibrada y dulce como decía su título ; la que lanzaron Rachid Taha y su grupo rockero Carte de Séjour (Permiso de Residencia) resonaba como un grito salvaje. Ecos sarcásticos de inmigrantes argelinos involuntariamente apartados en barrios alejados y duros.
El rock de Carte de Séjour recuperaba sonidos del rai, del tradicional chaabi argelino y del punk. Era como meter la bronca de los Sex Pistols en el espíritu de Cheikha Rimitti, la vieja heroína del rai. Charles Trenet era una base literaria destinada a servir la rebeldía de los banlieusards. Si Francia resultaba una patria desagradecida para una parte de sus habitantes de origen magrebí, Rachid Taha tampoco mostraba mucha nostalgia por una Argelia que para él era lejana de otro modo. Su infancia era -sobre todo- francesa. Rachid Taha lo explicó así: «Llegamos a Francia en 1965, yo tenía seis años. No pisé Argelia de nuevo hasta los 18. Mi familia vivía en Rillieux-la-Pape, en el extrarradio de Lyon. También hemos vivido en los Vosgos, en Alsacia… En 1977, me largué de casa. Me dediqué a vender libros y aprendí algunas cosas. Después trabajé en Lyon, en una fábrica de material de calefacciones, donde me dediqué también al sindicalismo. Entonces, escribía poemas. Lo de la canción vino después. Fue fruto del azar» (Libération, 15 de junio de 1990). Carte de Séjour se formó en la fábrica de Lyon. Los otros tenían un grupo y Taha les propuso ser su cantante.
Pocos años antes de la versión rebelde de la canción de marras habían tenido lugar las primeras grandes manifestaciones de los hijos de los magrebíes inmigrados de los años 50 y 60 del siglo XX. El movimiento se llamó La Marche pour l’Égalité (La Marcha por la Igualdad), también La marche des beurs (es decir, de los hijos de los árabes y magrebíes). Aquellas manis repitieron el lema « Touche pas mon pote ! » (ni toques a mi colega). Un terremoto social y político que fue comparado a las marchas por la igualdad de los negros en los Estados Unidos. Mi simpatía instintiva estaba de su lado.
Era fantástico. De Taha me gustaba su lado rockero y también un cierto carácter insurrecto de los argelinos. Y además, lo hacía de modo que yo me autoconvencía: habla de mi pueblo extremeño, del campanario, etcétera. Ah, me dije y me repetí: «Nosotros también procedemos de la inmigración y el exilio».
Además, con aquel personal tenía en común la adopción del francés como mi segundo idioma. Un botín de guerra. Cuando le reprocharon a Kateb Yacine, un enorme escritor argelino, que escribiera en francés y no en árabe o en amazigh (bereber), él respondió : «Le français est notre butin de guerre». Para mí también.
Por entonces, un amigo argelino me acompañó a mi tribu extremeña. Cuando entrábamos en Las Villuercas, me dijo muy serio : «Mais ici, c’est la Kabylie !» (¡Pero si esto es la Cabilia !).
Tanto Rachid Taha como Carte de Séjour han sido para mí importantes. En una de mis vidas parisinas (en 1987-1988), París era africana y argelina, la vieja cultura francesa y la mestiza. También otro rock distinto, vital, que me recordaba a Burning y Leño, el pub de mis amigos Nica y Jacinto, cerca del metro de Carabanchel. Parte de lo que había dejado atrás en Carabanchel y Vallecas, bueno pues parecía que estaba en la música de Rachid y sus colegas.
El idioma, aquel nuevo francés callejero, estaba lleno de resonancias populares distintas al primero que conocí en 1974. Entonces, Franco no había muerto y yo compartí algunas semanas de vida y conspiraciones con amigos y compañeros del exilio.
En mayo de 1988, una amiga hispano-francesa, Adela, me regaló el LP de Carte de Séjour en una terraza cercana a Les Halles. Porque yo andaba todo el día canturreando aquella versión extravagante y burlesca : « … Douce France, cher pays de mon enfance / bercée de tendre insouciance / je t’ai gardé dans mon cœur ! / Mon village au clocher aux maisons sages»
Precisamente en 1988 me tocó cubrir –como periodista- la segunda reelección de François Mitterrand. Jean-Marie Le Pen estaba en alza por vez primera. Tras él, una cierta Francia amenazante. En marzo de 1988, en un mitin en el estadio polideportivo Le Zénith, situado en el parque de La Villette (París), Carte de Séjour salió a cantar su Douce France en apoyo al presidente y pre-candidato a su reelección François Mitterrand, que iba a empezar pronto su última campaña electoral. Y Mitterrand estaba presente. Un delirio colectivo. También estuvo allí Manu Dibango. Aquella primavera subía el Frente Nacional de Le Pen, pero también un cierto culto a la personalidad de Mitterrand, quien terminó ganando de nuevo las elecciones presidenciales. Para mí, todo era parte de lo mismo. El París más africano hacía música excelente y divertida, a favor de Mitterrand y contra aquel subidón de racismo inesperado.
Rachid Taha siguió ahí, en el fondo de mi memoria. Como una figura fundamental de mi identidad barriobajera. Entre Barbès y Carabanchel, entre Vallecas y los grafiteros parisinos del distrito 19 (L’Ourcq, La Villette), donde ahora pinta nuestro amigo Da Cruz, en el barrio de mi última reencarnación parisina. Años antes, tras Carte de Séjour, yo seguí la estela de la Orchestre National de Barbès y de otros grupos de franceses de culturas mestizas.
Más tarde, cuando me tocó cubrir la guerra civil argelina, mi banda sonora la formaron los héroes del rai : Cheb Khaled, Cheb Mami, Cheb Kader, Cheb Hasni, ay, asesinado éste a los 27 años por un fanático islámico. Poco a poco, los demás se quitaron de su nombre artístico lo de « cheb » (joven). Un día compartí un almuerzo con Khaled cerca del barrio madrileño de Malasaña. Hablamos de todos ellos.
Resuenan en mi cabeza esta noche cuando acabo de enterarme de que Rachid Taha ha muerto repentinamente. Como si una cierta cultura musical insurrecta del siglo XX acabara de perder una voz fundamental para mis sueños y mi memoria.