Al final de la guerra civil de España, decenas de miles de refugiados republicanos huyeron hacia Argelia. En menor medida, hacia la parte de Marruecos que era entonces protectorado francés. También hacia Túnez, otro protectorado de Francia en aquella época. Y gran parte de esos refugiados terminó en campos de “agrupamiento”, “internamiento” (¿concentración?). En condiciones diversas, aunque con frecuencia tan duras como las que hubo en Argelès-sur-Mer, Le Vernet d’Ariège, Rivesaltes, Sept Gurs, etcétera, éstos en territorio de la metrópoli francesa.
Un decreto ley de 12 de noviembre de 1938 del primer ministro Édouard Daladier, confirmado y ampliado el 18 de noviembre de 1939, se refirió a aquellos internados como indésirables étrangers. En el norte de África, los campos en los que encerraron a esos “extranjeros indeseables” se llamaron Djelfa (Yelfa), Hadjerat M’Guil, Aid-el-Ourak, Meridja, Rélizane, Morand, Bou-Arfa, Setat, Oued-Akrouch, Kenadsa, Tandara, etcétera. Los citados en primer lugar fueron campos de trabajos forzados y de castigo. Campos de ignominia.
Y ahora, con retraso, cuando ya ha acabado 2019, año del 80 aniversario de aquel éxodo masivo, visito dos exposiciones conmemorativas. Una menor, en la Biblioteca Nacional, y otra mayor, a destacar, en la Arquería (Nuevos Ministerios, Madrid). En ambas, echo de menos un poco más de espacio para quienes huyeron a la -entonces- Argelia francesa. Esa memoria es reducida con frecuencia por el menor número de refugiados republicanos que terminaron o que llegaron primero allí para escapar después hacia otros países. Pues es sabido que la mayoría fueron a Francia y México. Pero el número de los que huyeron hacia Argelia también fue importante y debemos evitar la tendencia a que su memoria se atenúe o desvanezca.
En el catálogo, “1939, exilio republicano español”, de factura impecable, figura -sí- una referencia muy precisa del Comisario Juan Manuel Bonet, autor de un trabajo intenso y extraordinario (1). Después, en las exposiciones propiamente dichas y en el mismo catálogo, encontramos algunas citas referidas al buque Stanbrook, uno de los barcos en los que salieron de Alicante parte de aquellos indeseables. En lo que se refiere a Argelia, podemos leer asimismo un artículo de Bernard Sicot, catedrático emérito de la Universidad francesa de Nanterre. Un texto de buena factura, pero donde -en mi opinión- algunos párrafos no ayudan a comprender del todo aquel duro pasado. En algún momento, incluso, lo relativiza.
Creo que lo escrito por el profesor Sicot tiene dos puntos débiles: la selección de los testimonios, pues concede demasiadas líneas a episodios esporádicos difícilmente representativos de la dureza del trato a aquellos refugiados; y la importancia concedida a la relación humana de la región de Orán con las áreas de Valencia, Murcia, Andalucía y Baleares. Era y es, creo, mayor de lo que relata.
El profesor Sicot se refiere, desde luego, con acierto a Orán y al territorio del Oranesado y a su pasado español. Orán tuvo un gobernador español hasta 1792 (y no hasta 1790, como Sicot menciona). Sin embargo, los republicanos españoles llegaron a una zona en la que exiliados de otros tiempos y la emigración valenciana, andaluza y balear, desembarcaba desde hacía más de un siglo. Desde la conquista francesa de Árgel, incluso. Por razones de cercanía geográfica y también cultural.
Sicot afirma. “En 1936, cuando la población total de la colonia [en toda Argelia] gira alrededor de los nueve millones de habitantes, incluyendo un millón de europeos, se calcula que de éstos unos trescientos mil son de origen español cuya tercera parte vive en Orán o en su región”.
En realidad, la Argelia colonizada -colonial- tuvo un impacto cultural y demográfico del Mediterráneo español permanente y mucho mayor. Y, como hemos dicho antes, sucedió desde el principio de la conquista francesa en 1831. Ya en la primera escuela establecida por los sansimonianos en Argel, sólo la mitad de los alumnos europeos (unos 200) eran franceses. Esa apertura escolar aconteció el 1 de junio de 1833, apenas dos años después de la conquista de la ciudad. Junto al centenar de escolares franceses, ya había quince escolares españoles (2). Ese mismo año, en Orán los franceses instalados eran 340, los españoles 266. En la capital, Argel, la proporción era 2731-981. En 1872, en Orán, los españoles (37.658 residentes) superaban en número a los 37.111 franceses (3).
Por entonces (1870-1871), el decreto Crémieux facilita la nacionalidad francesa a los judíos argelinos con la intención evidente de las autoridades francesas de aumentar el número de los no musulmanes. Y hay una apertura paralela -en el mismo sentido- para convertir en franceses a los españoles de Argelia, lo mismo que a los residentes italianos y malteses, menos numerosos. De modo que los republicanos españoles llegaron a un territorio familiar, histórica y culturalmente, muy cercano social y geográficamente. Bastante más que el simple número que considera el profesor Bernard Sicot. ¿Qué les había llevado hasta esa zona?
“Empujados por una miseria mayor, apareció en todo el siglo XIX la oleada de emigrantes mediterráneos. Los españoles, en primer lugar, porque entre aquellas ‘comarcas berberiscas’ y el reino de España, la historia había tejido lazos seculares. Eran 35.000 en 1849, al principio de la ocupación francesa, En 1886, son 160.000 y constituyen verdaderos feudos, especialmente en el Oranesado”, afirma el historiador Benjamin Stora (4), quien añade: “En 1911, en todo el Oranesado, había 95.000 franceses de origen junto a 92.000 españoles naturalizados franceses; y 93.000 españoles que seguían siendo extranjeros”.
Con frecuencia, la estadística oficial los sumerge en el término “argelinos europeos”. Punto esencial aquí: la cifra de trescientos mil de Sicot queda escasa. Igual que la emoción y la conmoción social que despierta allí la guerra civil de España. Así pues los refugiados republicanos llegaron a un territorio en donde la guerra civil era asunto propio, sentido en carne viva. Con simpatías a un lado y otro, claro.
Después, tras la llamada Retirada (1939), el profesor Sicot sí describe bien el tránsito de otros por Marruecos, Ceuta y Melilla, y señala que “Argelia es el principal destino de los españoles que huyen ante el avance de las tropas franquistas y de sus aliados alemanes e italianos”. Bastantes tienen parientes en Argel u Orán. Entre quienes siguieron ese camino, Marcelino Camacho, quien estuvo en Orán trece años, tras pasar por varios internamientos y una condena a trabajos forzados de la que escapó desde Tánger.
Aquel ambiente bastante hispanizado de Orán lo describe en algunas de sus obras el -hoy menos conocido- Emmanuel Roblès, escritor fallecido en 1995. Era amigo de Albert Camus, a su vez de madre balear. Ambos de origen español muy humilde. En algunas de sus novelas, como en Les hauteurs de la ville o en Saison violente (5), los personajes destacados por Roblès se llaman Paco Pérez o Dolores, una sirvienta. Otros se apellidan Fernández, Ortega o Padilla.
Bernard Sicot destaca la inquina de Gabriel Lambert, excura, alcalde profranquista de Orán, que impulsa el bloqueo inhumano del Stanbrook. Ese buque carbonero, que partió a última hora de Alicante, cuando las tropas italianas ya entraban en la ciudad. En él viajaron 2.638 personas. Su tripulación habitual era de veinticuatro marineros. Junto a la marinería, se apiñaron familias, gente mayor, madres con sus niños, junto a soldados de la República. Pudieron huir por el compromiso solidario del capitán, Archibald Dickson, galés, que incumplió las órdenes que había recibido de no aceptar refugiados a bordo. El Stanbrook no naufragó, a pesar de la sobrecarga. En otros barcos, desde Cartagena, Valencia y Almería partieron entre diez y doce mil republicanos más con destino Argelia.
Las condiciones de espera del Stanbrook fueron rigurosas, inhumanas. Apenas unas pocas personas fueron autorizadas a desembarcar durante más de un mes. Los refugiados apenas recibían agua, ni alimentos. “Las necesidades fisiológicas se debían hacer a la vista de todo el mundo. Los pasajeros se debieron contentar con aquello que les era suministrado por miembros de la colonia española de Orán y por franceses a título individual”, ha dicho Ricard Camil Torres, profesor y experto en este tema (6).
Después de que se propagara el tifus y otras enfermedades infecciosas, los pasajeros del Stanbrook pudieron desembarcar para ser enviados a centros de internamiento, cárceles y campos de trabajo. Pocos de ellos pudieron escapar de ese destino sombrío. Centenares fueron enviados a trabajar en el proyecto de ferrocarril subsahariano. Los malos tratos, las palizas, las amenazas son constantes. Con el tiempo, esos trabajos –en general muy penosos- fueron disimulados mediante el abono a los refugiados de un pequeño estipendio. Pero no se trataba de trabajo voluntario. El internamiento era forzoso, el trabajo también.
“La disciplina allí es extremadamente severa. Y se exige a los internos un gran rendimiento bajo un calor enorme y en condiciones que semejan las de los centros penales [de la época], mientras, los alimentos que les dan son escasos”, resume la historiadora Geneviève Dreyfus-Armand (7).
Por supuesto, el profesor Sicot también se refiere a las durísimas condiciones, entre alambradas y en barracones paupérrimos. A la falta de protección frente “al frío y al calor, a la falta de ropa o de alpargatas, al hambre, al cansancio, a los múltiples problemas de salud o a las noticias que llegan de las secciones de disciplina más duras, en las que se registran muertes debidas a los malos tratos, como la tristemente sección de Hadjerat M`Guil”. Durante el régimen de Vichy, gentes de otras nacionalidades sufrieron esas condiciones en esos campos junto a los republicanos españoles (franceses comunistas, ex brigadistas internacionales, rusos, polacos, alemanes de izquierda).
“Como en casi todos los campos, la alimentación es inadecuada e insuficiente. La escasez de agua no permite una higiene necesaria en un ambiente de promiscuidad. Algunas epidemias, casos de enfermedades intestinales o debidas al frío, muy intenso durante el invierno 1941-1942, arrojan un saldo de unas treinta y cinco muertes hasta el cierre del campo en 1943”, afirma Bernard Sicot. Los castigos terribles, sádicos, por razones insignificantes abundan. No faltaron las mutilaciones, un centenar en Hadjerat M’Guil, donde “varios internados fueron salvajemente asesinados”, describe Evelyn Mesquida (8).
Tras el desembarco aliado en el Norte de África, unos pocos responsables de aquellos campos fueron juzgados. Al menos, dos fusilados. Otros militares, simpatizantes de Vichy que odiaban especialmente a los comunistas y a los “indeseables”, son condenados a trabajos forzados o a cadena perpetua.
En ese sentido, decepciona el texto del profesor Sicot porque concede líneas excesivas a quienes disfrutaron de algunas jornadas de ocio, escaparon del internamiento por enfermedad o a los testimonios escritos de internados que -dudosamente- podían escribir sin temor y sin censura. Así que nos resulta chocante su descripción de quienes durante algunas semanas “gozan de un estatuto especial” y pueden “frecuentar” cafés, museos o la playa. O la cita de la “gira campestre”, las “comilonas y juergas” y el “sueldo” de Antonio Gassó Fuentes, valenciano, exaviador de la República, conocido por el apodo de Gaskin, sobre quien el lector puede leer a continuación la réplica de su hija, Laura Gassó García, a Bernard Sicot, basada en el diario de su padre. Un diario donde, salvo lo citado, se recuerdan la crueldad, el hambre y los castigos que en algunos casos terminaron con la muerte.
Todo sugiere que la vigilancia de los responsables de los campos, de esos militares enemigos de la otra Francia, la del general De Gaulle, estaba siempre encima de los internos y mediatizaba los diarios escritos -por necesidad, irregulares, inciertos- que pudieron escribir algunos republicanos españoles.
Nombres destacados, como el escritor Max Aub, o Amadeo Granell, quien encabezó el grupo de republicanos españoles que terminaron incorporándose a las fuerzas francesas a la hora de la liberación de París, estuvieron entre los atrapados en aquellos campos de Argelia. Muchos rotaron de un penal a un campo de castigo, de un castigo al siguiente. El escritor libertario y periodista Eduardo de Guzmán, quien no pudo escapar de Alicante, y que fuera apresado y condenado a muerte en España, lo llamó “turismo penitenciario” (9).
Al salir de la exposición de la Arquería, eché de menos la descripción de la novela gráfica del dibujante Paco Roca basada (10) en uno de los testimonios incluidos en el libro de Evelyn Mesquida, donde la imagen de los republicanos españoles en los campos de Argelia es precisa, clara y bien documentada.
El escritor Max Aub, víctima de aquel turismo forzoso por los campos de trabajo de Argelia, tras ser denunciado anónimamente en Francia, resumió así su peripecia: “Fui conducido esposado a través de Toulouse para ser transportado en las bodegas de un barco ganadero a trabajar en el Sahara y otras amenidades reservadas a los antifascistas” (11).
En su obra Campo de almendros, citada en las exposiciones a las que nos referimos, Max Aub, escribió: “Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides”. Al menos en este caso, es mejor seguir la advertencia de Max Aub. La memoria tiende a dulcificar el pasado. No lo olvidemos.
- En recuerdo de Josep Morató y Juan Gaspar, que me acompañaron un día por los duros campos de su memoria.
BIBLIOGRAFÍA:
- «1939, Exilio republicano español». Catálogo de 702 páginas. Juan Manuel Bonet (Comisario), Manuel Aznar, Idoia Murga Castro y otros autores, editado por el Gobierno de España y la Comisión Interministerial para la Conmemoración del 80 aniversario del exilio republicano español. Madrid, 2019.
- “Apostles of modernity/Saint-Simonians & the civilizing misión in Algeria”, Osama W. Abi-Mershed, Universidad de Stanford, California, 2010.
- “La emigración española al Norte de África, 1830-1999”, Juan Baustista Vilar y María José Vilar, Arco Libros, Madrid, 1999.
- “Histoire de l’Algérie coloniale, 1830-1954”, Benjamin Stora, Éditions La Découverte, París, 1991.
- “Les hauteurs de la ville”, Éditions du Seuil, París, 1960. “Saison violente”, Éditions du Seuil, París, 1974.
- Diario El País, jueves 14 de junio de 2018.
- «L’exil des républicains espagnols en France. De la Guerre civile à la mort de Franco«, Geneviève Dreyfus-Armand, Éditions Albin Michel, Paris, 1999. Edición en español con traducción literal del doble título e introducción de Dolors Poch, Editorial Crítica, Barcelona, 2000.
- “La Nueve. Los españoles que liberaron París”, Evelyn Mesquida, Ediciones B, Barcelona, 2008.
- “Nosotros, los asesinos. Memorias de la guerra de España”. Eduardo de Guzmán, Editor Guillermo del Toro, Madrid, 1976.
- “La Nueve. Les républicains qui ont libéré París”, Paco Roca, Éditions Delcourt, París, 2014. Hubo edición anterior en español, como “La Nueve. Los surcos del azar” (Astiberri Ediciones), con reedición ampliada en 2019.
- “El desagravio argelino a Max Aub”, Manuel García Valencia, 15-07-2009, diario Levante, https://www.levante-emv.com/cultura/2009/06/15/desagravio-argelino-max-aub/601554.html
Historias olvidadas para nuestra vergüenza. Francia tenía una enorme tradición de asilo… para artistas y escritores, pero el peligro de disgustar a Alemania en 1939 dejó a Francia en el más odioso blindaje frente a la República Española y sus más fieles ciudadanos. Y frente a Alemania, Francia no consiguió nada con esto.
Luis Acebal