Hay palabras denostadas, o en desuso, o desconocidas, consciente o inconscientemente. Una de ellas es la que evoca el respeto.
Otro vocablo bien podría ser el de admiración. Afortunadamente, el amor, el cariño, los buenos deseos, algunos conceptos como la solidaridad, siguen ahí, defendiéndose con bríos. Esto es verdad con matizaciones, pero es verdad. No obstante, resalto ahora la necesidad de mantener aquellos términos, y lo que conllevan, que son igualmente necesarios en la sociedad actual, y que, indudablemente, hacen aguas. El de respeto, insisto, es uno de ellos.
Mi admirado Pedro Farias me llamó el otro día por teléfono, y tuvimos una de esas conversaciones que te dejan, tras cinco minutos, el sabor de haber aprendido una lección magistral. Siempre es así. Cuando nos despedimos, me quedé con la sensación de ese valor que proviene de quien ha consagrado la vida a aprender y enseñar desde las máximas del respeto a los demás, lo que le han granjeado, asimismo, la admiración y la valoración de quienes saben, sabemos, que precisamos de referentes para el crecimiento social.
En una época de gran comunicación (de grandes procesos, al menos, de comunicación), el respeto debería ser la base sobre la que construir cualquier mensaje, cualquier relación. Lejos de eso, parece que cada vez las ópticas son más imprecisas y no damos con el calado que nos gustaría. De ahí las inseguridades vigentes con los consabidos resultados.
Quizá convendría evocar qué es el respeto, el propio y el ajeno. Me gusta la definición de E. Fromm: “Respeto no significa temor y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere: mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es”. Por lo tanto, respeto supone valorar lo que es el otro, lo que quiere, como lo expresa, y ayudarle desde la convicción del crecimiento mancomunado.
El fundamento del respeto se ubica en creer en los demás, en sus comportamientos, en sus posibilidades, y para eso es preciso que las acciones se acompañen de coherencia, de cohesión, de idealismo, de cariño por lo que uno hace, por lo que hacen nuestros vecinos. Uno se respeta a sí mismo, lo respetan sus conciudadanos, cuando es capaz de mantener devoción sobre lo que realiza cotidianamente teniendo en cuenta cuanto ha dicho y hecho con anterioridad. Por eso es tan importante el ejemplo: son primordiales los hechos, esto es, todo aquello que puede corroborar cuanto hemos señalado.
Somos lo que hacemos
Según el pensador y militar José Martí, amor y respeto están en la misma secuencia, aderezada ésta de esperanza merecida. Lo malo es cuando nos hallamos en una etapa de ausencia de fe en lo que hacemos y expresamos. La costumbre nos convierte en lo que somos. Por eso es una fuente del Derecho. Cuando el uso se tuerce también mudamos el camino que seguimos, o que deberíamos. Por eso hay que transformarse siempre para mejor. Debemos intentarlo.
La sociedad necesita ahora, en tiempos de crisis, más respeto que nunca: por los últimos, para cubrir las necesidades esenciales, para no retroceder en las opciones que hemos de brindarles a los más pequeños, para garantizar el estadio ganado por los mayores, para mejorar como humanos, para que haya justicia, para que la paz se imponga.
El respeto es, en realidad, una garantía para todos, pues todos podemos pasar por vicisitudes en las que demandemos su presencia y sus imperativos. Únicamente con ese cardinal concepto podemos pensar en el sosiego existencial y societario, como tanto han señalado filósofos, e igualmente de esta guisa podemos cimentar el futuro. Hace falta respeto a los sistemas democráticos, a los tribunales, a los poderes establecidos, a los derechos y obligaciones, a la ciudadanía. Además, ha de darse en la ida y en el regreso, desde un lado y desde otro, pues no se trata de recibir, sino también de dar, lo cual ha de interpretarse en forma de tiempo, dinero, entrega, y en actitudes de renuncias individuales a favor de las colectivas.
Mientras no lo veamos así, estaremos en una crisis social, intelectual y de valores, de la cual no saldremos fácilmente. Algo que no deben olvidar algunos es que la vida son ciclos, y éstos no favorecen exclusiva y eternamente a los mismos. Por eso es mejor defender puntos comunes, que, en el recorrido, nos benefician conjuntamente. Seguro. Con todas las aseveraciones y cautelas que fueran menester, ésta debería ser la pura lógica que deberíamos respetar. Creo.