Responsabilidad de los medios en la educación de la población

Roberto Cataldi[1]

La premura con que vivimos no suele dejarnos tiempo material para pensar, para reflexionar sobre nosotros, acerca de lo que hacemos, porqué lo hacemos, y qué sucede realmente en nuestro entorno.

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Quiosco de prensa en Madrid

Para peor, cierto tiempo que podríamos dedicar a esta tarea lo ocupamos pegados a la pantalla de nuestro celular, leyendo diarios, escuchando radio, mirando televisión. Está claro que no todos los medios se hallan interesados en promocionar el análisis de temas complejos y medulosos, los que finalmente terminan en el mirador de grupos ilustrados.

La realidad es otra, y la oferta mediática pasa por el entretenimiento, no por la educación, el arte o la cultura. No es un fenómeno propio de nuestro tiempo, pues, hace décadas recuerdo era así. Pero un entretenimiento que se impone de manera dictatorial, sin inteligencia, no es saludable para la población.

Varios autores han asumido el papel de cronistas de la muerte de la cultura occidental y, si bien han captado la atención de mucha gente, la crónica no ha podido sostenerse en el tiempo. Tampoco faltan los  expertos que procuran hallar un espacio en los medios o pretenden que se los considere originales recurriendo a cierta pirotecnia verbal sobre el tema, armando alguna frase que por su originalidad logre sacudir a la audiencia.

Reconozco que siendo joven solía caer en la trampa de estos prestidigitadores, quienes tienen por estrategia plantar un cebo que acapare la atención y, sus palabras rápidamente logran la adherencia del público, aunque también están aquellas que actúan como revulsivo.

Es frecuente que alguna frase se convierta en eslogan y pase a formar parte de los lugares comunes que visita la gente reiteradamente. Me recuerda esos días que logran conmocionarnos y, al caer la noche, cuando uno está a solas y logra serenarse, se pregunta qué quedó del día…

En fin, ya no puedo aceptar los fuegos de artificio, exijo que me muestren el entramado del discurso, cuáles son los argumentos, y si éstos son capaces de mantener firme la estructura de la exposición. Al respecto, considero lamentable que exponentes del mundo intelectual apelen a su capacidad expositiva y bagaje cultural para torcer la realidad o camuflar la verdad. Estos individuos podrán ser brillantes pero no dejan de ser deshonestos y, la deshonestidad intelectual me resulta intolerable. El panorama se torna complejo por el nivel de educación que tienen las sociedades actuales, así como por el acceso globalizado a los medios digitales.

Muy de tanto en tanto suelo leer en los periódicos las cartas de lectores, allí he descubierto algunos análisis muy enjundiosos, verdaderas perlas de lectores anónimos que incluso superaran los enfoques de expertos. A los que abordan cualquier tema en los medios se los llaman opinólogos (perdón por el neologismo). Pero no debemos olvidar a los gurúes de la política, a los que apelan al discurso terapéutico y las interpretaciones psicológicas que al fin de cuentas son expresiones culturales de nuestros días, y por supuesto a los autores de manuales de autoayuda que tienen respuestas para todo. Mario Debenedetti solía decir que, “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas de pronto cambiaron todas las preguntas”.

En los tiempos que corren cada vez se le otorga menor importancia a la objetividad y a la veracidad. Pienso que deberíamos preguntarnos cuál es el valor que hoy se le concede a la idea misma de verdad. Reparemos en los “reality shows” televisivos que sin duda están teatralizados, los programas de rumores sobre la vida íntima de miembros de la farándula,  la guerra feroz de las vedettes, los enfrentamientos verbales e insultos entre individuos que nadie sabe qué son ni qué saben hacer pero el hecho de aparecer en la pantalla todas las tardes los convierte en famosos.

Lo grave es que ya no importa la verdad, solo importa el espectáculo, el entretenimiento. La política local e internacional no es ajena a esta modalidad, se ha convertido en un escenario circense pero de mala calidad. De allí que la Belleza, el Bien y la verdad no solo estén desacreditadas  sino perseguidas. Los que son convocados por los medios para dar su opinión crean su propia realidad, que habitualmente no tiene nada que ver con la realidad del hombre común.

Entiendo que todo el mundo tiene el derecho de opinar, desde el profesor universitario hasta el barrendero, desde el último ganador del Premio Nobel hasta la mucama, pero si el espacio de los medios resulta económicamente muy costoso y se impone la brevedad, debería gestionarse la asignación de los tiempos según el mérito a la calidad informativa y reflexiva.

Recuerdo que en los 90 invité a un prestigioso filósofo europeo, especializado en bioética, a dar un seminario y logré convocar a un periodista de un importante periódico para que le hiciera en el hotel donde se hospedaba una entrevista. El periódico luego de analizar el contenido de la nota decidió no publicarla, no la consideró interesante para sus lectores…

Las campañas publicitarias que dicen ser obra de creativos –confieso que soy incapaz de detectar ese talento- suelen caer en la exageración, pero lo curioso es que ésta al igual que la pasión, el desborde, la exaltación, son reconocidas como valores a rescatar por los marketineros, porque las emociones y no los razonamientos son las que venden.

Hace unos años una enfermedad transitoria me tuvo lejos de mi  trabajo hospitalario y docente por varias semanas, y me propuse ver televisión durante varias horas al día de manera indiscriminada, al punto que no podía creer lo que veía, una programación destinada a fomentar la estupidez. Y claro, qué podemos esperar de la gente que pasa varias horas al día mirando programas que producen vergüenza ajena…

La crisis de objetividad se verifica también en la familia, la escuela, la  empresa, los clubes, las redes sociales, entre otros espacios de socialización, de ello dan cuenta el cine, la publicidad y las llamadas industrias culturales. Como ser, la autobiografía, género muy estimado por el lector inteligente y que en otros tiempos tenía un lugar canónico, hoy ha perdido ese carácter testimonial que atrapaba, en consecuencia ha desaparecido el lector que buscaba una autobiografía intelectual que fuese meritoria. Algunos llegan a hablar de la muerte de la objetividad, ya no existiría la obligación de ser veraz, de cultivar la exactitud, basta con ser entretenido y simpático. La alquimia se lograría mezclando un poco de interés con otro tanto de irritación o provocación.

Cuando en los medios aparece alguien que cuenta un hallazgo o un proyecto original, tengo la sensación del «déjà vu». En efecto, algo ya visto, narrado quizá con otro lenguaje, tal vez con otro estilo. Siempre le digo a los jóvenes que los que se creen originales a menudo son poco lectores de la historia. Sin duda en cualquier tiempo la originalidad fue, ha sido y es muy difícil.

En cuanto al periodismo, tengo predilección por el de investigación, debido a los importantes descubrimientos que hace, y también por restaurar las verdades silenciadas por los grupos de poder para encubrir sus intereses políticos o económicos. Reconozco que en esta tarea hay que poner el cuerpo, los riesgos están a la vera del camino, y algunos pagaron con sus vidas el descorrer los velos de ciertos negociados o crímenes, así como el asumir la defensa de causas civiles y derechos humanos.

El pasado que muchos intentan ignorar no es un tema menor, por el contrario. Los historiadores, más allá de la capacitación y de la metodología de investigación que emplean, se basan en evidencias, razonamientos, argumentos lógicos, mientras algunos que incursionan sin responsabilidad en la historia plantean frente al gran público una “política de la historia”, logrando muchas veces torcer la realidad pasada y, si bien es evidente que no tienen una preparación adecuada sí saben cómo manejar las emociones, los mitos, las imágenes y los símbolos, de allí su éxito.

Como ser, mucho antes de la televisión y las redes sociales, el tema del Holocausto ya era negado enfáticamente por ciertos individuos a los que los medios les brindaban un generoso espacio, por eso las fake news no son un fenómeno nuevo, siempre existieron.

Un día haciendo zapping descubrí una orquesta formada por jóvenes negros africanos que ejecutaban música clásica de manera virtuosa. Lo sorprendente es que eran chicos rescatados de la calle a los que se les había enseñado música y ahora revelaban un talento musical sorprendente. Finalizado el programa me quedé reflexionando: Qué hubiera sido de estos chicos de la calle si no hubiesen tenido esa oportunidad, cuál habría sido el destino final. No todos tenemos talento artístico, pero sí aptitudes para otras actividades e incluso todos somos útiles en algo. Si a los jóvenes se les ofrece la oportunidad de desarrollar sus habilidades, no dudo que el panorama puede cambiar. Recorriendo el mundo uno advierte que hay mucha indignación entre los jóvenes –y los no tan jóvenes-, pero a la indignación conviene encaminarla para así alcanzar un cambio que sea positivo, pues el cambio hace a la vida porque genera esperanza.

Noam Chomsky dice que en términos generales la población no sabe lo que ocurre y tampoco sabe que no lo sabe…Estoy de acuerdo. Y es por eso que los medios tienen una función importante, vital, ya que no están para ocultar o disfrazar las dificultades de la vida y convertirse en cómplices del sistema, sino que deben destaparlas, hacerlas patente y, si es posible mostrar el camino para superarlas.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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