Roberto Cataldi¹
El tema de la riqueza, o de los ricos, siempre está presente en el debate social, incluso la Biblia lo consigna. Pero mucho antes había sido tratado por los griegos. Tales de Mileto, un filósofo presocrático del Siglo sexto antes de Cristo, que consideraba el agua como principio de todas las cosas, habría sido el primer financista de Occidente.
En efecto, decidió incursionar en las finanzas debido a las burlas que recibía por su condición de filósofo que lo habría llevado al hundimiento económico.
Según Aristóteles, en base a sus conocimientos de astronomía predijo que habría una gran cosecha de aceitunas y empleó todo su capital en rentar molinos destinados a obtener aceite de las aceitunas. Al parecer nadie le creyó, los dueños de las tierras no sabían qué sucedería en la próxima temporada, pero cuando la predicción se hizo realidad obtuvo grandes ganancias, y dejó en claro que los filósofos podían ser ricos gracias a la sabiduría que tenían, sin embargo preferían tener sólo el dinero que necesitaban.
Al respecto, creo que tenía razón Alejandro Dumas cuando decía que el dinero es un buen siervo y un mal amo.
La hipérbole de Jesús de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de Dios, sigue dando que hablar. Para San Pablo: «… la raíz de todos los males es el amor al dinero». El intenso deseo por el dinero está relacionado con el egoísmo, la codicia y la avaricia (uno de los siete pecados capitales). Y el afán de lucro desemboca en comportamientos éticamente cuestionables.
De acuerdo a la historia, los primeros cristianos llevaban una vida propia de comunistas, lo que generó un problema a los exégetas cuando tuvieron que hacer alusión del tema y, en la práctica fue rechazado por las generaciones posteriores. Hoy por hoy los creyentes acumulan bienes materiales sin sentir culpa, se impone la libre empresa, se busca y alienta el éxito económico.
Para Aristóteles es reprobable el dinero que genera más dinero. «El Estagirita» también reprobaba el cobro de intereses por un préstamo, algo que estuvo prohibido en la Edad Media, pero hoy el abuso o la usura de los bancos es el drama y la ruina de infinidad de familias en todas partes.
Max Weber consideró que la ética del trabajo del protestantismo desempeñó un papel fundamental en el desarrollo del capitalismo. En efecto, el énfasis calvinista por el trabajo duro y el llevar una vida frugal acercaban el individuo a Dios, y esto explicaría por qué las poblaciones protestantes tienen economías exitosas, lo que haría que el afán de lucro sea visto como una virtud y no como un vicio.
En sentido contrario, algunos críticos ven en el germen de la pobreza de América Latina y otras regiones la influencia doctrinaria del catolicismo y el culto por el pobrismo como superioridad moral. Para Adam Smith la búsqueda de ganancias aun mediando el egoísmo haría que los efectos sociales positivos superen moralmente a sus dificultades o problemas.
La falta de trabajo se perfila como uno de los grandes males del planeta, más allá de la pandemia y de lo que actualmente se denomina como la Gran Renuncia o el Gran Agotamiento emocional, que en los Estados Unidos y Gran Bretaña están produciendo una renuncia masiva a los empleos, falta de mano de obra y desinterés por la búsqueda de nuevos trabajos.
El antecedente de este fenómeno se dio en 1919, cuando declinaba la epidemia de gripe española, y los trabajadores de Seattle fueron a la huelga cansados de las malas condiciones de trabajo, el bajo salario y la inflación. El movimiento se extendió por todo los Estados Unidos y superó sus fronteras, causando mucha preocupación en los grandes empresarios al comprobar que las clases bajas ya no querían trabajar y manifestaran su anticapitalismo.
Para Simone Weil el trabajo es el lugar donde el hombre alcanza la condición humana.
Richard Hoggart, como Weil, participó de dos mundos, tuvo su infancia en un barrio obrero y su adultez en los claustros universitarios. Él tenía un pie en la clase obrera y el otro en la élite intelectual. Estaba agradecido de las instituciones educativas en las que pudo formarse. Ingresó a la universidad por medio de una beca que le permitió saltar de una cultura a la otra, y advirtió cuáles son los valores en conflicto, inclinándose finalmente por la cultura popular.
Para Hoggart, becarios y autodidactas serían individuos que pasan de una cultura a otra, con la salvedad de que esta última nunca les pertenecerá por completo. Hoggart sostenía que el mundo está dividido entre «ellos» y «nosotros», donde «ellos» son los que mandan, se reparten las ayudas sociales, y son «los que te aplastan si pueden».
En fin, una visión actualmente compartida por muchos de los jóvenes que en todas partes se movilizan en reclamo de un mundo más justo sin encontrar respuestas.
A partir de la crisis originada en la primera década de este siglo, la preocupación de los gobiernos se centró en el crecimiento macroeconómico y no en la recuperación social. Así se rompió el contrato social que otorgaba derechos y deberes, que daba un marco de seguridad social para aquellos que no nacían en una cuna privilegiada.
El Estado de Bienestar, con sus más y sus menos, fuertemente criticado por los ultramontanos, pasó a convertirse en Estado de Malestar. Y hoy con la pandemia vemos que la desigualdad aumenta y que junto con la pobreza terminan socavando la democracia.
Este nuevo panorama favorece ostensiblemente a los líderes y gobiernos populistas. La prueba es que frente a cierta indiferencia, la mayor cantidad de golpes de Estado desde que comenzó el siglo actual se produjo el año pasado, los autoritarismos ganaron terreno, aumentaron las protestas sociales y en muchos casos hubo brutal represión.
El sistema que nos rige le permite al individuo acceder a bienes y servicios de calidad si puede pagarlos, pues, ese es su diseño. En efecto, la riqueza y la capacidad de pago permiten que se pueda acceder a una atención médica de calidad, recibir una educación óptima y gozar de una serie de prestaciones que hacen a la dignidad humana.
También una billetera abultada contribuye a que el individuo pueda convertirse en una persona socialmente importante, admirada o envidiada, llegando a gozar de ciertas licencias y hasta de alguna consideración especial en el ámbito de la ley, que sin duda no es igual para todos.
La realidad es que a los que les va muy bien no están dispuestos a aceptar cambios en las reglas de juego, aunque éstas evidencien injusticias, explotaciones y demás faltas a la ética.
De todas maneras, cada vez es más evidente la necesidad de concebir un mundo diferente, donde el modo de vivir de la gente tenga un contexto digno, y que no haya segregaciones, como las que inveteradamente produce la riqueza o la capacidad de pago entre otras.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)