Robinson Crusoe fue mi primer libro. Leído, el primer libro que leí. Era un libro infantil, (muy) ilustrado, una adaptación de la novela de Daniel Defoe, una obra de la que yo no sabía nada hasta que cayó en mis manos y hasta que mucho después supe de su importancia para la literatura y para la economía. La economía, sí. Porque Crusoe es… Eso ya lo contaré, si acaso, en otra ocasión. Me centro en lo que fue para mí mi primera experiencia recordada, que logró permanecer en mi memoria hasta hoy, de la lectura de una novela. Aunque lo que más recuerdo son sus ilustraciones. Esa es otra.
Robinson en una isla, en su isla. En la isla. Robinson siendo un ser humano a tiempo completo en un lugar hostil, lejos del mundo donde Robinson aprendió a seguir siendo un ser humano tan distinto de los que dominaron el mundo hostil. Robinson siendo soledad y certeza, miedo y ciencia, humano, naturaleza y cultura, decisión e isla. Robinson como una isla. Robinson y la civilización o barbarie. Robinson imaginado por alguien y vivido por mí que estoy leyendo y viéndole dibujado y viendo su isla y su pundonor y su terquedad y sus destrezas y su necesidad. Su necesidad. A la fuerza ahorcan, ¿verdad Robinson, señor británico del mundo moderno que te ha lanzado a la playa de una isla sin nada más que tú mismo y algunos restos de ese mundo moderno?
Viernes, le llamaste así a Viernes. Y le enseñaste que tu dominio sobre él era otra de las cosas que ese mundo moderno del que vienes entendía por civilización, la superioridad de unos seres sobre otros. Viernes, que te llegó un viernes, como si en tu isla lo mejor llegara como hoy llega al esfuerzo de los humanos, en el alba del fin de semana, el sentido templo del ocio merecido. Viernes, que para ti es el miembro de otra raza. Inferior. Cuando había razas. Cuando había razas para que hubiera seres superiores que dominaran el mundo. El mundo moderno que en aquellos tiempos tuyos, Robinson, era ya una realidad que apuntaba desde su flecha al futuro perfecto. Y acabó siendo lo que sabemos: un futuro (siempre) imperfecto. Un futuro humano. El hoy nuestro de cada día.
Ayer fui a la casa de mis padres a ver el ejemplar de Robinson Crusoe. Tendré que buscar mejor. No lo encontré. Tal vez nunca vuelva a verlo en mi vida. Iba a escribir que no importa, pero sí importa, porque antes de morir lo habré olvidado. Espero que sea lo único de cuanto amé que haya olvidado cuando mi decrepitud me lleve hasta la muerte.
El otro libro que me trajeron los Reyes Magos junto con Robinson Crusoe fue la Odisea, por cierto. También para niños. Para el niño que yo era entonces.
La odisea de la vida.