El Museo del Prado marca su hito de primavera 2015 exponiendo una colección de obras maestras absolutas de Rogier van der Weyden, el pintor de la primera mitad del siglo XV que revolucionó tanto en su día la historia de la pintura como pudo hacerlo por ejemplo Las señoritas d’Avignò de Picasso, quinientos años más tarde, a principios del siglo XX. Van der Weyden, en el contexto europeo en que creció y se desarrolló, fue un auténtico adelantado a su tiempo, un precursor de lo que a principios del siglo siguiente se llamaría Renacimiento, un maestro de la forma, de la luz, del color, de creación de movimiento sobre la base de volúmenes, de anatomías casi perfectas en un tiempo en que no se sabían pintar porque era imposible estudiarlas; es y no es naturalista, sigue empleando recursos góticos en algunos fondos para plasmar sobre ellos tensiones psicológicas y torsiones físicas impensables por entonces. Y por encima de todo lo anterior, un maestro de la composición. Podrían aplicarse a su pintura, descripciones habituales en obras, incluso del siglo XX.
El leit motif de esta exposición es la restauración de El Calvario, procedente del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, restauración llevada a cabo en los talleres del Museo del Prado con la participación de expertos del Patrimonio Nacional, mediante acuerdo firmado en 2010 por ambas instituciones.
Se exponen veinte obras de Van der Weyden y contemporáneos, procedentes de grandes museos europeos y norteamericanos; pero hay cuatro auténticas joyas incontestadas e incontestables que se reúnen en el Prado por primera vez en la historia, una situación que difícilmente podrá volver a repetirse: El Calvario, El Descendimiento de la Cruz, – Patrimonio Nacional en depósito en el Prado – el Tríptico de Miraflofres – donación de Juan II de Castilla a la Cartuja de Miraflores de Burgos, actualmente en la Gemäldegalerie de Berlín – y el Retablo de los Siete Sacramentos de Amberes. Quizá por única vez en la historia pasada, presente y futura, reunidas en el Museo del Prado de Madrid. Desde hoy hasta el 28 de junio.
El Calvario datada en 1460, fue donada por el pintor a la Cartuja de Sheut, cerca de Bruselas, viajó poco después a España y se instaló en la sacristía del Escorial en 1574. El viaje a España por barco fue un auténtico ‘calvario’. Posteriormente las tablas de roble báltico utilizadas como soporte sufrieron golpes, sobrevivieron a un incendio, tenían clavos por todas partes para mantenerlas unidas, ¡incluso un corsé! Así llegó esta obra monumental de 3,5 metros de alto a los talleres de restauración del Prado. Hubo que estabilizar las tablas para que recuperasen el equilibrio, dotarlas de un soporte secundario para permitir su manipulación. Este nuevo soporte, debió adaptarse a la curvatura de la obra y a las deformaciones sobrevenidas. Fue unido a la estructura original mediante muelles que permitiesen los movimientos naturales de la madera en plano, fuera de plano, en la dilatación, contracción y flexión. En cuanto a la intervención en la pintura, lo que ya es habitual en los procesos de restauración: Estudio previo, análisis químicos, estudio dendrocronológico, reflectografía infrarroja y radiografías, primera limpieza, intervención en profundidad para eliminar los añadidos distorsionadores de la pintura original de Van der Weyden, completar las lagunas con estuco especial y finalmente reintegrar el cromatismo original.
El Calvario es una obra aparentemente sencilla, con tres únicos personajes: Cristo muerto en la cruz, María su madre a la izquierda y Juan a la derecha. La anatomía de Cristo sorprende por un realismo nada habitual en la Bruselas de 1460. Es cierto que Weyden ya había viajado a Italia y visto obras renacentistas tempranas. También en Italia, aunque secretamente, a veces podían hacerse disecciones de cadáveres que nadie iba a reclamar, algo que estaba rigurosamente prohibido por la más alta jerarquía eclesiástica. Pero especulamos si decimos que van der Weyden pudo tener acceso a alguna de estas prácticas prohibidas. Obviamente no hay certezas, sí las hubo alguna vez en el caso de Michelangelo.
María y Juan traslucen un dolor contenido, resignación y ternura; el artista tal vez insinúa que ellos sospechan algo sobre la resurrección. Van vestidos con túnicas blancas, color –o no color- que representa la pureza. Pero lo extraordinario de esas túnicas es una auténtica construcción de una incipiente idea de movimiento a base de pliegues creadores de grandes volúmenes, con mucha invención geométrica, realmente no muy naturales pero de impactante belleza. El calvario es pura invención del artista. El fondo es un interior, cubierto por un gran paño de un color rojo pasión, al servicio de crear un gran contraste y poner en valor las figuras. De hecho lo consigue. La cruz está inserta en una gran lápida de piedra, rodeada de rocas absolutamente artificiales, símbolo tal vez de la ‘calavera’; hay dos pequeñas rocas que recuerdan más bien lejanamente esta forma. Pero el todo, el conjunto de todos los elementos, impresiona. Casi todo es invención, salvo la anatomía del Cristo, pero derrocha verosimilitud. Cuando finalice la exposición, El Calvario volverá al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Algo sobre El Descendimiento. Es muy conocido en Madrid, ya que lleva en el Museo del Prado desde 1936. Con otras obras del Prado fue depositado en Suiza, para salvarlas de posibles bombardeos durante la guerra civil. Regresó en 1939 y ahí sigue, en depósito, pero la propiedad es de Patrimonio Nacional. De hecho, el Prado perdería un buen número de sus obras maestras absolutas si Patrimonio se las reclamara y tuviera éxito. Ya veremos qué pasa cuando se inaugure el nuevo museo del Patrimonio Nacional.
Este retablo que se supone fue parte de un políptico, está considerado la obra maestra más importante de Van der Weyden. Por muchas razones, pero principalmente por la composición. Está datada entre 1433/35, es decir, es obra temprana –relativamente- del autor, quién había ingresado en el taller de su maestro, Robert Campin, en 1432. En 1435 fue nombrado ‘maestro’ de la ciudad de Bruselas.
Óleo sobre madera, en un espacio muy reducido con fondo dorado de reminiscencia gótica, Van der Weyden coloca diez figuras de forma magistral, en composición y compensaciones absolutamente perfectas. Los ejes, esta vez centro – transversales, son Cristo cuando está siendo descendido de la cruz, sostenido por Nicodemo por las axilas, sobre un lienzo blanco y José de Arimatea por los pies. María, desmayada por el dolor, caída desmadejadamente en el suelo, mantiene la misma transversalidad que su hijo, sostenida por las axilas por Juan y María, la mujer de Caifás. Al fondo, una plañidera completa el trío de la composición a la izquierda de Cristo. Las manos izquierdas de Jesús y de su madre casi se tocan, todo un detalle amoroso. A la derecha de Cristo, José de Arimatea, María Magdalena rota de dolor y un hombre al fondo componen el trío. Los dos tríos se compensan mutuamente. Hay un asistente, con túnica blanca, casi como un ángel, subido en una escalera detrás de la cruz que corona la composición superior.
Las compensaciones son las creadoras de las armonías compositivas, que han perdurado hasta hoy. Pueden verse, por ejemplo, hasta en los cuadros minimalistas de Joan Mirò en el Reina Sofía. Y es que las composiciones se basan en principios geométricos, como el cosmos y todas las formas de la naturaleza. Aquí, por supuesto, la composición es muy geométrica, pero ese es el elemento que caracteriza la pintura flamenca del primer tercio del siglo XV, generalmente para crear una idea de perspectiva.
La composición cromática, está llena de símbolos. De rojo pasión van vestidos Juan y Nicodemo y rojas son las mangas del vestido de Magdalena; el resto de su vestido son variaciones de gama de grises, que se repiten en la plañidera detrás de Juan. El blanco de pureza se distribuye compensadísimamente por toda la obra, casi siempre en pequeños detalles. El verde del vestido de María de Caifás concuerda con los tonos de la vestidura de José de Arimatea. Capítulo aparte es el vestido de María, la madre, de un color azul nada habitual por entonces, hecho con polvo de lapislázuli de Afganistán, -el más puro del mundo- mezclado con óleos, quizá para simbolizar la riqueza del mecenas. La piel de Cristo casi se transparenta, emana luz, símbolo de su naturaleza divina… No hay palabras, hay que verlo…y de un modo u otro El Descendimiento seguirá en Madrid.
En el Tríptico de Miraflores, pintado una década después del Descendimiento, hay analogías de su maestro Robert Campin, maestro de maestros en el empleo de ‘arquitecturas’, para llegar a conseguir una espacialidad que llegó a asombrar en Europa. La pintura flamenca, llegada tempranamente a España y cuna de la gran escuela hispano- flamenca, es la precursora del descubrimiento de la perspectiva. El Renacimiento la haría evolucionar, ya fuera de Flandes, hasta alcanzar escalas ilimitadas, como en el ejemplo del Prado del Lavatorio de pies de Tintoretto, donde el espacio adquiere dimensiones asombrosas de libertad; hasta llegar a la total supresión de límites al espacio, transformándole en cósmico, como en Velázquez, sobre todo en Las Meninas. “¿Dónde está el cuadro?” Teófilo Gautier dixit. Y es que simplemente, ‘no hay cuadro.’
Todo había empezado con las ‘arquitecturas’, o a veces las rocas, como elementos para crear espacios notables sobre superficies de tabla, con proporciones teóricas, a veces poco reales, pero siempre armónicas.
En las escenas con figuras del ‘Tríptico’, Van der Weyden vuelve a apoyarse en el cromatismo del ‘Descendimiento’. Blanco y rojo en la Sagrada Familia, rojo el vestido de María, abrazada al cuerpo de su hijo descendido de la cruz, rojo y azul lapislázuli en la aparición de Jesús a su madre. Domina sobre todo el conjunto una extraordinaria claridad, que no solo procede del paisaje al fondo, con la escena de la resurección. Es como si hubiera una luz que impregnara todo el contenido. En las figuras, bellísima expresión facial, la gestualidad corporal tan natural y dinámica, solo contrastada por el cuerpo rígido de Cristo muerto. En teoría estamos ante un conjunto de capillas, donde las figuras no parecen pintadas o esculpidas: Tienen vida.
La ‘cuarta joya’ documentada, el Tríptico de los siete Sacramentos, de hacia 1450, amplía el espacio en el interior de un gran templo gótico. Bautismo, confirmación y penitencia en la tabla izquierda, comunión en el centro, al fondo y extremaunción, orden y matrimonio en la tabla derecha. En la parte central, en primer plano, reencontramos algunos de los personajes del ‘Descendimiento’ ubicados en un contexto muy diferente, más ‘inventado’, pero ellos siguen pareciendo ‘vivos’. La escena que se desarrolla al pie de la cruz, parece la anterior a la del ‘Descendimiento’. El tema compositivo con compensaciones espaciales es perfecto en cuanto a la colocación y distribución del color. Aquí son Juan y Magdalena los vestidos de rojo pasión, María a punto de caerse, en un momento anterior al desmayo. Hay quizá menos fuerza, menos tensiones que en el ‘Descendimiento, pero es que ésta última, aunque es más temprana en su ejecución, es la obra simplemente perfecta. Aunque si es cierto que en la obra que comentamos, los personajes están lejos de parecer figuras en un altar.
Otra obra de Rogier Van der Weyden en la muestra es La Virgen con el Niño, conocida como la Madonna Durán, también del Museo del Prado; el Maestro de la Redención del Prado, llamado así por su obra cumbre, el Tríptico de la Redención, cuya tabla central, la Crucifixión, puede contemplarse en esta exposición. También puede apreciarse en la muestra la relevancia de los mecenas y coleccionistas contemporáneos del artista. Se presentan los retratos de los duques de Borgoña, Felipe el Bueno –fundador del Toisón de Oro – y de su hijo Carlos el Temerario, que aparecen en un manuscrito florentino de tema histórico y que copian originales de Van der Weyden. Isabel de Portugal, esposa y madre de estos dos duques de Borgoña, fue también una importante mecenas de Rogier van der Weyden, como revela el retrato encargado al artista conservado en el J. Paul Getty Museum de Los Ángeles y su comisión de un gran retablo para el monasterio de Santa María de la Victoria (Batalha), enviado a Lisboa en 1445. Este retablo, hoy destruido, es conocido únicamente por un dibujo de 1808 que puede igualmente apreciarse en la exposición. Del mismo modo, también se puede contemplar el tapiz que representa la Historia de Jefté, del Museo Diocesiano de Zaragoza, diseñado bajo modelos de Van der Weyden y que pudo pertenecer al condestable Pedro de Portugal o a Juana Enríquez, madre de Fernando el Católico.
Ficha de la Exposición Van der Weyden.
- Museo Nacional del Prado, Madrid. Edificio Jerónimos.
- 24 marzo a 28 junio 2015.
- Comisarios: Lorne Campbell, investigador y Juan José Pérez Preciado, conservador departamento de pintura flamenca y escuelas del norte del Museo Nacional del Prado.
- Mayo 5 y 6: Simposio Internacional en torno a la muestra.
- Video del proceso de restauración de El Calvario en sala C.