Al volante de una minifurgoneta durante más de dos años, el cineasta Gianfranco Rossi (Boatman, Afterwords, El Sicario room 164) se propuso descubrir el GRA (Grande Raccordo Anulare, más conocido como la Gran Circunvalación de Roma), una autopista que es el anillo de Saturno de la Ciudad Eterna (Fellini dixit), un aro de asfalto de casi 70 kilómetros que le da la vuelta.
Detrás del ruido, la velocidad y la contaminación de la autopista se esconde un mundo desconocido que tiene sus propias reglas, “un mundo invisible y los posibles futuros que hay en ese lugar mágico”, más allá del muro de su estruendo continuo. El resultado es Sacro Gra, el primer documental que ha conseguido el León de Oro a la Mejor Película en el Festival de Venecia (2013) y el Giraldillo de Plata en el Festival de cine de Sevilla del mismo año.
Roma es, con París, una de las ciudades más cinematográficas del mundo, escenario de cientos de películas. Hasta ahora, “los documentalistas italianos se habían fijado en lo que pasaba en el interior de la ciudad: la urbanización caótica, la falta de servicios sociales, el abandono de algunos barrios (Antonioni, Visconti, Maselli, Zurlini), del paso de una cultura proletaria a otra de masas pequeño burguesa (Zavattini), de los conflictos entre tradición y modernidad (Pasolini, Roselllini)…”
Pero del trasfondo de su autopista surgen personajes inverosímiles: un noble piamontés y su hija que viven en un reducido estudio, en un moderno edificio al borde del Raccordo; un botánico equipado con sondas sonoras y pociones químicas que pretende acabar con las apocalípticas larvas de unos gorgojos que devoran los troncos de las palmeras del oasis; uno de tantos príncipes italianos que hace gimnasia en el techo de su castillo, trágicamente kistch y asediado por las modestas viviendas de la periferia (iguales a las del resto de sus pares en todo el mundo), en alquiler para rodajes y eventos sociales; un camillero que recorre cada noche, una y otra vez el anillo asfaltado, socorriendo a las víctimas de accidentes; los travestís y las prostitutas que ofrecen sus servicios en un área de descanso, el pescador de anguilas que vive en una balsa a la sombra de un paso elevado sobre el río Tiber…
Lejos de los tradicionales escenarios de la Roma cinematográfica, el GRA, un espacio indefinible entre ciudad, suburbio y campo, es un pozo sin fondo de historias excéntricas, marginales al universo cotidiano de los romanos, de gentes con un “toque” felliniano que viven o trabajan fuera del mapa que guía a los turistas. Al borde del periférico existe toda una humanidad insospechada, personajes “grandiosos, ridículos, excesivos, desternillantes, emocionantes… en suma, radicalmente italianos y simplemente humanos”, a los que pese a su marginalidad afectan el crecimiento suburbano, la crisis, la globalización y los duros años de desgaste de los gobiernos de Berlusconi. Personajes que componen una comedia humana que ningún guionista habría podido imaginar.
En el espléndido documental que es Sacro Gra no hay monumentos milenarios, ni tampoco jovencitos en Vespa, nada de lo que esperamos encontrar en una película de Roma; solo paisajes de arrabales que “asoman por los intersticios urbanos”, que aunque parecen surreales “son bien reales” y simbolizan “perfectamente un país dividido entre rico pasado mítico e incierto futuro” (Libération, septiembre 2013). Lejos del centro, lejos de la ciudad museo, lejos de la política contingente, la vida que hay detrás de la circunvalación romana representa todo lo que es “marginal, inestable, precario en una mezcla de arcaísmo, pobreza, modernidad mal digerida y a menudo un gran respeto. Los personajes son excéntricos pero increíblemente auténticos” (Sabine Ambrogi, Rue 89).