Esta joven escritora argentina, Samanta Schweblin, es una de las autoras más premiadas de su generación. Acaba de ganar el Premio Internacional Narrativa Breve Ribera del Duero, de España, entre muchos otros. ¿Qué hay en sus cuentos que suscita tantos premios? Son cuentos que inquietan, que nos dejan dudas, que no solucionan nada pero perturban… tocan algo oscuro, oculto, o simplemente describen situaciones extrañamente delirantes.
La joven narradora se inscribe en la tradición de la literatura fantástica argentina que dio grandes nombres: Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Marco Denevi, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Bioy Casares.
Su visión fantástica es propia de la posmodernidad. Un lenguaje sin demasiada poesía, preciso en su estilo, despojado, casi minimalista. Borges nos recordaba a sus alumnos la precisión lingüística, la justeza en el adjetivo, la claridad expresiva.
Samanta toma muy en cuenta este modelo, pero además, ella pertenece a la generación de la informática, teñida de tecnología, fuertemente golpeada por la imagen, donde la influencia del cine es notoria y decisiva. Es una generación en permanente crossover con los medios, es también la generación de la globalización, distante y escéptica, arraigada a lo poco que queda, de ahí que los temas de Samanta giren en torno a la familia, la casa, el vecindario, la infancia, desarrollando su temática como una observadora científica.
Pero Samanta no estudió ciencia, es graduada en Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires, pasa por varios talleres literarios y es ahora quien los dicta en Berlin donde vive. Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1978, su primer libro «El núcleo del disturbio» (2002) obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes y del Concurso Nacional Haroldo Conti. En 2008, le otorgan el Premio Casa de las Américas, por su libro «Pájaros en la Boca» (2009), que ya fue traducido a varias lenguas y se publicó en más de veinte países. Fue becada en residencia de escritura en México, Italia, China y Alemania, tierra de su familia.
Siguiendo con los premios, en 2012, obtuvo el premio francés Juan Rulfo. En 2014, publica su primer novela «Distancia de rescate», y le otorgan el Premio Konex (cuentista periodo 2003-14).
Con «Siete casas vacías», logra el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero de España (2015), que acaba de ser publicado. Por tal motivo, se encuentra en gira internacional presentando su libro. Conversamos con ella en la conferencia que dio en el Miami Dade College, de Miami.
Samanta Schweblin: A mi siempre me gusto contar historias, cuando era chiquita le dictaba a mi mamá los cuentos, también leía mucho pero en realidad nunca pensé en ser escritora. Hice la carrera de cine porque me ayudaba a contar historias y empecé a ir a talleres literarios. Pronto me di cuenta que era la literatura lo que me gustaba, no el cine. Cuando estudiaba cine, veía que todos querían ser directores, y yo terminaba escribiendo las historias, el guión.
Mi casa era como una editorial, con mi abuelo hacíamos libros y siempre aparecían historias, o sea, que la condición de narradora estaba conmigo. Era tímida y escribir me ayudaba a expresarme. En la escuela tuve problemas con el lenguaje, la maestra quería que los médicos aseguraran que yo era “normal”. Era muy tímida y la escritura me permitía controlar el lenguaje.
La escritura es mi dominio sobre el mundo, es, hasta hoy, mi control sobre las cosas. La literatura me salvó de la “anormalidad”. Sin duda, prefiero escribir a hablar. Con tantas entrevistas que tuve últimamente creo que mejoré un poco la conversación.
Adriana Bianco: Ahora no pareces tímida y con todos los premios recibidos…
SS: Sí, los premios te afirman. Recuerdo que mi familia cuando empecé, me dijeron que con el cuento Hacia la alegre civilización de la capital ganaba el premio. Por contradecirlos mandé mi cuento a dos concursos: el Haroldo Conti y al Fondo de las Artes, y gané los dos. En verdad, los premios son una mezcla de “abuela y mecenas”, te alaban y te dan algo de dinero, pero no tienen que meterse con la escritura.
AB: Latinoamérica tuvo la Generación del Boom, con grandes maestros…pero ellos ya no están. Influyeron en ti, como escritora?
SS: Creo que los autores del boom latinoamericano fueron los primeros en influir en mi, después me enamoré de los escritores norteamericanos. Me gusta en ellos su precisión, su puntualidad.
AB: Podemos inscribirte dentro de la literatura fantástica que en Argentina cuenta con nombres celebres…
SS: Sí. Creo que la tradición de la literatura fantástica en Argentina es muy importante y me siento ligada a ella. Puedo decir que sigo la tradición de la literatura fantástica, aunque de otra manera…
AB: Pero deseas reflejar en tu literatura ese mundo que oscila entre la realidad y la irrealidad, entro lo normal y el desquicio…
SS: Sí claro, busco ese mundo en mis cuentos. Siempre me pregunto si escribo desde un espacio fantástico o desde la realidad encuentro lo fantástico. O tal vez vivimos en el espacio de lo fantástico y de la anormalidad y trato de buscar alguna normalidad. Como ves, me interesa el concepto de normalidad, pero, para mi, la normalidad es un punto inexistente. En cada individuo, hay un oscilar entre el aislamiento y el relacionamiento, entre la locura y lo normal, entre lo real y lo irreal. Me interesa en el cuento, esa situación en donde lo real puede ser irreal o donde lo normal termina siendo anormal, me interesa cuando tu locura se conecta con la locura del otro.
AB: Podríamos decir que por tus origenes alemanes tiendes al orden y por ser argentina al “despelote” o desorden…
[Nos reímos bastantes de ser argentinas y «despelotadas»]
AB: Encuentro tus cuentos con un lenguaje muy preciso, oraciones breves, sin descripciones, casi sin adjetivación. Te preocupa el lenguaje, su riqueza léxica, o te interesa más llevar el relato a la acción, a la creación de climas y situaciones?
SS: Me preocupan las dos cosas, porque para contar situaciones o crear un clima necesito del lenguaje. Para contar con eficiencia “esa ambivalencia” necesito un lenguaje muy preciso. Para mi, la escritura es una lista de coordenadas a seguir. El lector tiene que seguir esa lista de coordenadas. Por eso, es muy importante que esas coordenadas sean claras y tener control de qué tipo de preguntas se está haciendo el lector a cada paso, en la travesía de una historia.
Yo hago caso a las ideas, no programo las páginas, ni si va a ser un cuento breve o largo. Tengo la idea y a donde quiero llegar, y se crea una línea de tensión entre ese comienzo y ese final al que deseo llegar.
Los cuentistas somos muy ansiosos, el cuento es un mundo muy puntual, muy preciso, no como la novela que es un mundo donde uno entra y sale.
Se cree que un escritor empieza escribiendo cuentos y después se suelta a la novela. Muchos ven al cuento como un género de transición, por suerte ni Borges ni Cortázar hicieron caso a esto. Un libro de cuentos requiere atención y una exigencia de parte del lector. Para el escritor también hay exigencia y precisión y no necesariamente se termina escribiendo novelas. Por otra parte, el cuento es siempre distinto, distinto si lo escribo hoy jueves a si lo escribo mañana, pero siempre exige una precisión.
Cuando estudiaba cine me daba cuenta de la situación imagen-palabra pero yo siempre me inclinaba por la palabra y en cine la palabra tiene que ser muy precisa, porque la palabra indica la imagen. Creo que escribir guión me ayudó a esa precisión.
AB: Cómo sientes tu experiencia de escribir en español, de ser una escritora argentina, en Berlin
SS: El lenguaje es una preocupación, me interesa mucho. Yo escribo en porteño, en argentino, pero estoy sintiendo que al vivir en Berlin ya hace cuatro años, mi español esta cambiando, estoy pasando a un lenguaje mas neutro. Yo sigo siendo una argentina que vive en Berlin, lo tengo claro, No dejo de pertenecer a Buenos Aires, de pensar en mi lengua y en mi vida en Argentina.
En mis cuentos, me interesan las relaciones de familia: madre – hija, padre – hijo. Observar ese cuidado que el padre tiene hacia el otro, el proteger al hijo…lo que a veces implica limitar o controlar. La relación padre – hijo, es maravillosa pero puede ser cruel también.
En casi todos mis cuentos trato el tema de la familia o situaciones que viví en Buenos Aires.
AB: ¿Cómo ves el panorama de la Literatura Latinoamericana y Argentina? ¿Cómo ves las nuevas generaciones pot-boom?
SS: Después de tantas muertes, de tantos padres que murieron, hay mucha libertad. Es un buen momento, hay un resurgimiento de autores pero también de toda una maquinaria en relación a esos autores, editoriales nuevas, mucha energía, nuevas ideas de cómo publicar literatura, y toda una camada joven que está escribiendo buena literatura, muy fresca, original.
Creo que la literatura argentina tiene un peso dentro de Latinoamérica y continua teniéndolo. Hay muchos valores.
Algo que descubrí ahora que salgo en gira y recorro países y que me sorprendió son los talleres literarios, la cocina de la escritura, algo que para los argentinos es bastante común, pero que en otros países no existe.
La mayoría de los escritores argentinos estamos formados en talleres literarios, en los talleres de Liliana Hecker o Abelardo Castillo. Tenemos un manejo muy técnico, muy práctico, a la manera de los norteamericanos. Claro, eso no hace que seas un buen escritor, pero logras una prosa efectiva. Creo que se aprende mucho a contar una historia editando una película, más que siguiendo la carrera de Letras, que es muy teórica. En cine, tienes que defender cada escena. Te haces preguntas que se parecen a las preguntas que se hace un escritor.
AB: ¿Cuál es el rol del escritor en nuestra sociedad globalizada..?
SS: Creo que a los escritores nos han hecho a un lado. En la época del boom un escritor era un referente social, era consultado, era corrector social, moral. Ahora estamos marginados, el mundo de la literatura ocupa un espacio más pequeño pero tal vez, más personal, más auténtico.