El historiador alemán Karl Schlögel visita España para promocionar su obra sobre 1937, el Año del Gran Terror, y reclama que Putin abra los archivos del estalinismo para que se conozca toda la realidad de esa época.
El historiador alemán Karl Schlögel (Allgäu, 1948) es profesor especializado en la historia de los países de la Europa de Este en la Universidad de Viadrina (Frankfurt del Oder). En los últimos años ha escrito varias obras sobre la historia de Rusia, una de las cuales, “Terror y utopía. Moscú en 1937” (Acantilado) fue galardonada con el Premio Leipzig para el Entendimiento Europeo.
Schlögel visita estos días España para promocionar este libro en nuestro país y nos ha recibido en el Goethe-Institute de Madrid en una luminosa mañana de primavera para hablar sobre su obra y de la actual situación en la Rusia de Putin.
El año del terror
Francisco Rodríguez Pastoriza: ¿Por qué el año 1937, que era un año de celebración (se cumplía el vigésimo aniversario de la revolución bolchevique) se convirtió en un año trágico, en el que fueron detenidas más dos millones de personas, de las que fueron ejecutadas más de setecientas mil y más de un millón enviadas a campos de concentración?¿A qué se debió esta represión desatada de pronto?
Karl Schlögel: No creo que haya formado parte de un plan preconcebido. En 1937 se cumplían los plazos para terminar muchas cosas que estaban en marcha, como edificios que había en construcción, había que preparar un congreso internacional de arquitectura y se trataba de mostrar al mundo una nueva ciudad, una nueva Moscú… Y la represión que se desató entonces y que convirtió el año 37 en el Año del Gran Terror no fue fruto de ningún plan sino sencillamente el resultado de la conjunción de elementos distintos. Por una parte había una profunda crisis en la URSS después de los grandes esfuerzos de la industrialización, de la colectivización, de la emigración del campo hacia las grandes ciudades, y todo ello condujo a una desestabilización de la URSS. Por otra parte también influyó la situación internacional, el conflicto con Japón, la inestabilidad en la frontera del Este, el auge del nacionalsocialismo en Europa, la guerra civil española como una especie de preludio de la gran guerra mundial, y claramente había un vínculo entre la crisis interna en la URSS y las amenazas en el exterior. La combinación de estas circunstancias jugó un gran papel. Como historiador estoy convencido de que no hubo un hilo conductor o una explicación monocausal, sino que fue el resultado de varias circunstancias.
FRP: Resulta sorprendente que la persecución fuera no sólo contra los disidentes o los antiestalinistas, sino que se persiguiera también a miembros del partido, a personas que habían luchado por el régimen soviético al lado de Lenin, incluso a fanáticos del bolchevismo…
KS: Hay generaciones de historiadores, entre los que hay también historiadores marxistas y comunistas, que se hacen esta misma pregunta. Yo creo que hay varias causas que lo explican. Estas personas adictas al régimen fueron acusadas de estar preparando una contrarrevolución, de ser agentes enemigos externos. Pero todo estaba dirigido como una operación de propaganda, como ocurrió con los grandes procesos, que en general sólo servían a fines propagandísticos, no tenían nada que ver con el Derecho o con la demostración de hechos reales. Se trataba de una gran coreografía propagandística con el fin de generar un determinado ambiente en la opinión pública. Por ejemplo, en el proceso contra los trotskistas, en el 37, se habló mucho de la crisis de la industria, pero este problema no se trató como un problema objetivo, como una autocrítica de la forma en que se había llevado a cabo la industrialización sino como el resultado de actividades del enemigo, fruto del trabajo de espías y saboteadores…
FRP: Hay otro misterio que nunca se ha llegado a explicar del todo, que es el de las autoinculpaciones que algunos de los detenidos hacían públicamente acerca de actividades que más tarde se descubrieron que eran falsas, y que usted trata también ampliamente en su libro “Terror y utopía”. ¿Formaban parte también de esta gigantesca puesta en escena? En una carta privada a Stalin, Bujarin afirmaba que todo lo que había dicho en su autoinculpación pública era falso…
KS: En efecto, en este sentido el caso Bujarin es especialmente dramático. Pasó un año de aislamiento total en la prisión de Lubianka, durante el que intercambió experiencias con interlocutores e intelectuales de la era prerrevolucionaria con los que conversaba sobre Hegel y sobre el concepto de objetividad-subjetividad. En su lealtad, Bujarin estaba dispuesto a admitir que, objetivamente, lo que él había hecho era antiestalinista y antisoviético, pero insistió en que esto era así objetivamente porque subjetivamente nunca cometió ningún crimen, no arrojó ninguna bomba, como se le acusó, ni preparó ningún atentado, ni mantuvo entrevistas con la Gestapo, como se dijo. Lo que sí admitió fue que, objetivamente, su actividad contribuyó a un debilitamiento del socialismo y creo que mantuvo esta actitud por lealtad pero también, en último término, llevado por la esperanza de poder salvar la vida. Hasta el final, esperaba que de alguna manera, como escritor, como miembro de la Academia de las Ciencias… su vida fuese respetada y se le permitiera emigrar o ser deportado a Estados Unidos. Pero, con todo, estas autoacusaciones siguen siendo uno de los grandes enigmas en la historia del siglo XX. Nadie ha sabido dar una respuesta acerca de los motivos de la autoacusación, porque es algo desconocido en otros regímenes terroristas. En el caso del nacionalsocialismo alemán también hubo perseguidos entre los propios partidarios, pero no se conoce ningún caso en que alguno de ellos hubiera admitido públicamente haber sido agente del servicio secreto británico o cosas de este estilo.
Karl Schlögel con Paco Pastoriza en el Goethe-Institute de MadridEl silencio de los intelectuales
FRP: ¿Por qué los crímenes del estalinismo tardaron tanto tiempo en ser denunciados por los intelectuales de occidente?
KS: Por una parte porque sencillamente hubo muchos hechos que no se conocieron hasta más tarde. La revelación de los grandes crímenes del nacionalsocialismo estaban tan en el foco de la atención que absorbía toda la dedicación de los medios y de los intelectuales y se tardó mucho tiempo hasta que se conoció la envergadura del terror estalinista. Se publicaron algunos libros e informes, pero eran siempre sospechosos de ser parte instrumental de la guerra fría, nunca se fiaba uno del todo de estas obras e incluso autores creíbles por haber sido víctimas de los dos regímenes, del nacionalsocialismo y del estalinismo, siempre estaban rodeados del aura de que estaban sirviendo a la guerra fría. En realidad fue el trabajo desde el interior de la Unión Soviética el que inició un cambio de actitud. Por ejemplo, creo que la obra de Aleksand Solzhenitsyn jugó un papel decisivo en este cambio. Y después, por supuesto, la perestroika. También hubo siempre un cierto temor de que si se criticaba a Stalin, de alguna manera se daban argumentos a los reaccionarios o se favorecía una cierta apología del fascismo. Y este temor a ser interpretado como defensor de este tipo de corriente también jugó su papel. Y luego hubo además falta de valor, sencillamente. También hay intelectuales que son cobardes, que se niegan a enfrentarse a los problemas. Hay, por otra parte, un problema historiográfico objetivo, porque el caso soviético es infinitamente más complejo que el caso alemán.
En el caso alemán hay unos frentes clarísimos: está el nacionalsocialismo, está la oposición, están los autores de los crímenes y las víctimas, pero en el caso soviético están los autores de crímenes en 1937, que un año más tarde a su vez son asesinados o ejecutados. Hay autores que se convierten en víctimas y víctimas que se convierten en autores. O sea, que las líneas tan claras como las que había en Alemania, las que separaban a las víctimas de los verdugos, esas líneas no lo son en la URSS, al margen de la dimensión en el tiempo y de los 70 años de la dictadura comunista. Cada país tiene sus propios traumas y no hay una explicación única que solucione todos estos problemas. Ahora hay que hacer un trabajo más profundo, y en el caso de Rusia, habrá que abrir todos los archivos y hacerlos transparentes y accesibles a la opinión pública para que todas las preguntas tengan respuesta. Lo que pasa es que en este momento estamos en una fase bien distinta, más bien se quiere cerrarlos. Habría que generar una opinión pública internacional al respecto para que esos archivos se abrieran a investigadores internacionales y para que fuera posible la crítica a los mitos neoestalinistas, lo que tampoco resulta fácil. Pero la actividad y la función de Putin no lo hace más fácil sino todo lo contrario.
FRP: ¿Qué queda del estalinismo en la Rusia de Putin?
KS: Lo que ha quedado es un cierto trauma en la sociedad, una sensación de miedo, porque no se ha podido hablar de estos temas durante toda una vida. Cientos de miles de personas volvieron de los campos de concentración, pero no se les ha facilitado un escenario público en el que pudieran hablar de lo que han vivido. Hay un miedo a volver a una situación parecida y al mismo tiempo en algunos sectores hay añoranza por un orden fijo. Esa tentación de volver atrás es un peligro que yo veo ahora. Y creo que hay secuelas que aún se dejan sentir hoy de los efectos destructivos del estalinismo, como el haber eliminado las cabezas más lúcidas de toda una generación en el ámbito de la creatividad y de la ciencia. A esto hay que añadir también las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, que fue una sangría inaudita para los pueblos de la URSS, no sólo para nosotros.
Siento disentir completamente del profesor Schlogel, en realidad no existe la supuesta aporía ó contradicción de la que habla con Pastoriza, en realidad existen numerosas evidencias que demuestran la culpabilidad de Bujarin; todo lo demás es pura literatura, naturalmente el profesor Schlogel ignora ó soslaya este evidencia y¡¡¡ luego hace un llamamiento a la apertura «total» de los archivos, cuando oblitera la evidencia ya existente!!.
En suma, el prof.schlogel, incurre en la «pettitio principii», asumir lo que tiene que ser demostrado; veáse sobre el asunto Bujarin y su actividad antisoviética:
*Grover Furr and Vladimir L. Bobrov. “Stephen Cohen’s Biography of Bukharin: A Study in the Falsehood of Khrushchev-Era ‘Revelations’ “. Cultural Logic 2010 ,: January 1, 2012).
Entiendo perfectamente el horror del estalinismo, a la vez que me doy cuenta que todos los estados tienen «secretos de estado», algo así como su «lado oscuro de la fuerza» y como ley pareja no es dura debe ser igual para todos, ¿por qué el señor Putin va a tener más obligación que el Presidente Obama o más obligación que el Papa en lo suyo de mostrar todos los archivos? Yo quisiera ver y leer la totalidad, no solamente el pasado oculto ruso-soviético.
Lo de las autoinculpaciones desde mi perspectiva no tiene ningún misterio. En un sistema de terror, hermético, donde la víctima tiene cero de cero garantía y todas las ventajas imaginables están por el lado de sus acosadores, se genera un «lavado de cerebro» con intención o sin él, porque además se le mantiene aislado de todo, con acciones orientadas expresamente a la desorientación más absoluta y al sometimiento más infinito de la voluntad y conciencia. Los acosadores, asimismo, le dan a entender a la víctima que si reconoce sus «culpas», serán más benignos, que le respetarán la vida a él o a sus familias. La manipulación absoluta está en manos del carcelero, con una perversidad inimaginable para un ser humano analista y normal.
O ¿acaso no fue el mismo procedimiento prácticamente el que se aplicaba en los procesos de la Inquisición? Sencillamente, muchos abjuraban con la esperanza de salvar sus vidas. Y otros, bajo toda clase de presiones hasta el último segundo de sus existencias, mientras eran consumidos en la hoguera con leña verde (fuego más lento), terminaban gritando su amor a la divinidad o besando símbolos y emblemas que se les ponían delante y tocándolos, ahora con la esperanza de salvar su alma.
Es semejante, analógicamente, al «Síndrome de Estocolmo». De tanto compartir con el victimario, la víctima termina cooperando con él y «comprendiéndolo» en que tiene razón y es justo.
Sencillamente ¡terrorífico!, ¡terrorífico! Stalin tuvo antecesores y contemporáneos, unos menos y otros más que él, también «continuadores» e imitadores futuros. No es necesario que sepan de él, porque el desquiciamiento humano torturador y aterrorizador es transversal en la humanidad. Posiblemente la única diferencia sea el número y no exclusivamente la calidad en sus procederes.
Y, en el entorno, muchos hacen «vista gorda» cuando la represión es de un conveniente aliado circunstancial. Me recuerdo de EE.UU. que reclutó, finalmente, a los creadores japoneses de armas químicas de la Segunda Guerra Mundial, y la repartija de facto entre EE.UU. y la Unión Soviética, de los científicos coheteriles de la Alemania Nazista, los que simplemente cambiaron de jefe pero siguieron en la misma línea de lo que estaban haciendo.