En la madrugada del 19 de febrero se fue camino del llano, puntero en la soledad, el Tío de Venezuela
“¿Qué sería de la esperanza?/ qué sería de la querencia/ por una Patria mejor
¿dónde irá la mano abierta?/ ¿la ternura, la razón?/ Qué sería de la tonada/ si no existiera Simón”
Alí Rafael Primera
¡Ah, Dios, caracha! Sobre la piel de greda, ígnea, vegetal o asfáltica se dibuja el rostro de la felicidad. Puede que se nos oculte o que por la premura o distracción de nuestro andar no la avizoremos pero allí está. La picardía sencillamente compleja de la gente del campo se hace música – tonada, cantos de ordeño, pasaje, gaita, golpe- en la voz de Simón Díaz (Venezuela 08/08/1928-19/02/2014).
Hay saberes que no se adquieren en el claustro universitario. La sabiduría popular utiliza la metáfora como método, se arbitra en la revista de la sabana, habla con el primor del lenguaje del pueblo sencillo que, con paciencia, invita a la academia a participar en un proceso de alfabetización social para iluminar un poco la razón con lucecitas de caneyes y frutos de conuco. Encantosutil como la expresada en El loco Juan Carabina:
“El loco Juan Carabina/ sueña por la madrugada/ que en cama de niebla fina/ tiene a la luna de almohada”.
Son así las canciones de Simón Díaz: clases magistrales sobre la cultura del llano. Y es que este músico, cantante, compositor venezolano, respetado y amado por todos supo interpretar poéticamente el sentir y hacer de la vida rural para brindar al mundo entero pedacitos de nuestro suelo y costumbres:
“Con tu brisa de mastranto/tus espejos de laguna/ centinela de palmeras/ que se asoman con la luna”.
Me lo topé una vez en 1997 por los llanos de Barinas. Yo por esas fechas no había descubierto mi vocación periodística: las entrevistas que realizaba eran terapéuticas. Iba en una comisión de derechos humanos a asistir psicológicamente a un grupo de trabajadores agrarios que habían sido víctimas de tortura por manos de funcionarios de la Guardia Nacional en un procedimiento de desalojo. Coincidimos en un fundo. “¡Mi’ja! ¿Cómo va usted a hablar con ellos si no sabe ni qué es un apero?” Me espetó.
Tienes, primero, que conocer todos los utensilios que utiliza el vaquero para aperar su caballo: la cincha, que es la montura que nosotros llamamos silla. Por debajo de la silla va el guardabajo, debajo del guardabajo va el fieltro y el palto que es lo primero que uno le monta a la bestia. Entonces, va el palto, el fieltro, el guardabajo y luego es que montas la silla. No puedes montarte en la silla sin aperar bien porque se daña la bestia y te dañas tú. No puedes irte de buenas a primeras a hacer preguntas a la gente sin primero conocer su cultura, porque si lo haces así seguramente te caerás y jamás lograrás galopar sobre sus razones.
Esta lección personalizada, me la tomé muy en serio: cada vez que me toca realizar una entrevista periodística o terapéutica en cualquier región, estudio profundamente las costumbres del lugar antes de comenzar a cabalgar.
Como en la anécdota anterior, Simón Díaz fue un músico muy prolífero que jamás descartó la posibilidad docente del canto. Con más de 70 discos en su haber, es particularmente característico “Simón Díaz cuenta y canta”, una producción de dos volúmenes en las que cada pieza es antecedida por el cuento que originó la canción. Por ejemplo, en relación a La pena del becerrero, explica:
“(…) Se empeñó aquel niño en aprender todos los oficios que tiene que aprender un muchacho para optar al cargo de becerrero, que es el más hermoso cargo al que aspira cualquier muchachito en un fundo: becerrero del hato. Aprender a separar de tarde las vacas de los becerros, porque el mayor error que pude cometer un becerrero es permitir que las vacas se mamen. ¿Usted no ve que si se maman los becerros, mañana no hay leche? Aprendió a hacer queso de cincho, a echarle creolina en el ombligo a un becerrito recién nacido para que no le caiga el gusano, aprendió a pararse en la puerta de trancas a esperar a que el ordeñador le pida cantando el nombre de uno de los becerros, que viene siendo el hijo de la vaca que ya se va a ordeñar (…)
Luego del cuento en prosa, viene la versión rimada:
“En el cincho ya no hay queso/ no saca suero ni le quiebra la cuajada/ porque el tropel de unos besos/le tumbó la empalizada”.
Es una hermosa y amena oportunidad de encontrarse con la propia tierra y descubrir sus raíces de lucha y esperanza, de dolor y alegría. Tío Simón, como se le conoce cariñosamente, se hace semilla constituida por una palabra que se extiende cual proclama o como incendio en un pajonal: testimonio de entrega, de solidaridad, de fe y de duda; palabra endurecida sin perder la ternura; palabra que recibimos y multiplicamos en diálogo abierto porque
“Si mi querencia es el monte/ y mi fuerza un cimarrón/ cómo no quieres que cante/ cómo no quieres que cante/ como canta un corazón./ Si mi querencia es el monte/ y la flor de araguaney/ cómo no quieres que tenga/ cómo no quieres que tenga/ tantas ganas de volver”.
Caballo Viejo
Cada tarde Simón Díaz se distrae tejiendo palabras, hilvanándoles los ruedos para que no se arrastren. Lustra signos, peina tildes, poetiza en situación de campo, brindando en sus canciones las sinrespuestas públicas a preguntas privadas o a los dilemas por venir. La mayoría del tiempo se la pasa lanzando burbujitas de jabón preñadas de imágenes literarias a quien va pasando ¡quién quita que alguien se percate de que la cosa va consigo y las atrape en el aire antes de estrellarse en el piso y se confundan con los escupitajos ya secos de otra gente!
Así, en 1980, llegó Caballo Viejo: sin lugar a dudas una de las piezas musicales venezolanas más versionada. Teniendo una melodía y referencias muy locales se universalizó siendo interpretada por artistas como Celia Cruz, Armando Manzanero, Julio Iglesias, Gilberto Santa Rosa, Martirio, los Gipsy Kings, Ray Conniff y Plácido Domingo sólo por mencionar algunos.
Y es que el amor es admiración superlativa. El cariño va anecdotizando el paisaje al traer y compartir sus recuerdos. La ternura es el sueño que sin ningún prurito echa el cuento de sus desaciertos y celebra las bienandanzas, cura de la fractura de la palabra y consigna en el alma algunas pistas para no dejar morir al ser amado de anorexia sentimental.
La música marca el tiempo de tener el alma tendida al otro: dolerse en su llanto, cantar sus alegrías; tiempo de encomendarse a gestos y obras que recuerden que la felicidad no es modo de estar sino forma de ser y por tanto no es fruto de un amor adolescente que fogosamente avasalla sino de un amor maduro que sistemáticamente seduce.
Así, habiendo transcurrido más de tres décadas desde que sonó por primera vez ese “Cuando el amor llega así, de esa manera/ uno no tiene la culpa/ quererse no tiene horario ni fecha en el calendario/ cuando las ganas se juntan”, hoy y por siempre, el mundo sonreirá con malicia al hacer el coro a Simón Díaz “porque después de esta vida/ no hay otra oportunidad”.
Que buena tu pluma, mi amiga ile.» Quererse no tiene horario ni fecha en el calendario » para romper todas las barreras del tiempo para expresar todo el cariño sin prejuicio alguno.