El Museo de la Universidad de Navarra expone una muestra de los primeros calotipos que se hicieron en España y las fotografías de África de Ortiz Echagüe
Fue Niépce quien consiguió por primera vez que la luz solar, al incidir sobre una piedra litográfica sensibilizada, no sólo dibujase en ella las formas de los objetos que la reflejaban sino que las imágenes permaneciesen en su superficie.
En 1826 obtuvo con este procedimiento la primera fotografía de la historia, Punto de vista desde la ventana en Le Gras (a falta de un nombre más adecuado, Niépce llamaba a las fotografías “puntos de vista”). El procedimiento se bautizó como heliografía (dibujo con el sol). El paso siguiente lo dio Daguerrre en 1837 con la fijación permanente de una imagen única sobre una plancha metálica. El resultado lo llamó daguerrotipo, en homenaje a su propio nombre, y supuso la primera gran revolución en la fotografía, que gracias a sus aportaciones se extendió rápidamente.
La reducción del tiempo de exposición, desde las seis horas de la primera fotografía a solo unos segundos, favoreció la realización de retratos, un género que los primeros fotógrafos cultivaron con asiduidad.
A partir de estos dos inventos, la aportación más revolucionaria en los primeros años de la historia de la fotografía la hizo el británico William Henry Fox Talbot en 1841 con la invención del calotipo, que permitió hacer copias en papel basadas en el proceso positivo-negativo. El calotipo (también llamado talbotipo en referencia al nombre de su inventor) es el primer sistema que facilitó la copia múltiple de la fotografía y acabó con el daguerrotipo, ya que éste solo producía ejemplares únicos. Hasta 1888, año en que George Eastman lanzó la cámara kodak, no hubo un invento más revolucionario que el calotipo.
El legado de Talbot William Henry Fox Talbot (1800-1877), matemático, científico, lingüista, pintor paisajista y político, fue un aristócrata poseedor de una gran fortuna personal que le permitió hacer largos viajes para obtener fotos de monumentos de países lejanos. En 1833, mientras dibujaba en el lago de Como en Italia, se le ocurrió imprimir en papel tratado con sal y nitrato de plata una imagen mediante la luz. A este descubrimiento lo llamó «dibujo fotogénico», pero no lo dio a conocer hasta que lo presentó en 1839 en Londres.
Aplicó su invento a los seis tomos de su obra Lápiz de la naturaleza, publicada entre 1844 y 1846. Talbot fotografió también pasajes de la vida en el campo y escenificó los escritos de su amigo el novelista Walter Scott. Publicó también Sun Pictures in Scotland, con fotografías de paisajes escoceses y numerosos motivos arquitectónicos y escultóricos.
El calotipo de Talbot tuvo seguidores en todo el mundo de manera instantánea, sobre todo por la facilidad que suponía conseguir copias de una misma fotografía. Pero, al margen del aprovechamiento comercial, hubo una serie de fotógrafos que lo utilizaron para hacer obras que fueran consideradas como artísticas, una reivindicación que los pictorialistas venían haciendo desde los primeros años, entre ellos el francés Gustave Le Gray.
En España el calotipo llegó relativamente pronto. Aquí estuvieron fotógrafos ingleses de la escuela de Talbot y franceses discípulos de Le Gray. Todos ellos buscaban las huellas exóticas del orientalismo que los árabes habían dejado en nuestro país, por eso fue Andalucía, sus gentes y sus monumentos, el objetivo principal de sus cámaras. Una muestra de estos primeros calotipos se expone en el recién inaugurado Museo de la Universidad de Navarra, en Pamplona, con el título “El mundo al revés. El calotipo en España”, con fondos de la propia universidad y otros procedentes de colecciones privadas.
El calotipo en España
Está históricamente documentado que el primer calotipo que se hizo en España fue obra del fotógrafo y médico inglés Claudius Galen Wheelhouse. Fue el 9 de octubre de 1849 y es una fotografía de la Plaza de Isabel II de Cádiz, actualmente San Juan de Dios (como anécdota se cuenta que el fotógrafo fue detenido por una patrulla militar confundido con un espía que sacaba planos de las defensas de la ciudad).
Wheelhouse fue uno de los fotógrafos británicos de la escuela de Talbot que llegaron a España a mediados del siglo XIX en busca de imágenes insólitas de una sociedad poco conocida en el resto de Europa y que mantenía el embrujo y el misterio orientales. De ahí que abunden las fotografías de monumentos arquitectónicos como la Alhambra (Hugh Owen, Tenison, Beaucops, Paul Marès y los Hermanos Bisson), la torre del Oro (Joseph Vigier), o la Giralda (Louis De Clerq y Francisco de Leygonier), paisajes con palmeras (Joseph Vigier, Emile Pécarrère) y retratos de estereotipos del español, identificado con gitanos, toreros, guitarristas y majas (Alphonse De Launay, Beaucorps, Tenison).
Weelhouse Formaba parte de una serie de viajeros románticos y aventureros, cargados con pesados equipos de fotografía, casi todos ellos aristócratas poseedores de fortunas personales que les permitían estos dispendios, que recorrieron parte del país, sobre todo el sur y el levante, y algunos se quedaron permanentemente en España, como Charles Clifford, quien montó un estudio en Madrid, Leon Masson, quien se instaló en Sevilla o Charles Mazaise, quien vivió en Granada como profesional de la fotografía.
Entre los españoles, aunque de ascendencia y formación francesa, destaca Francisco de Leygonier y Haubert, quien se convirtió en el fotógrafo oficial del duque de Montpensier. Entre los seguidores de Talbot que llegaron a España para fotografiar los monumentos, paisajes y tipos, destacan el noble británico Edward King Tenison y el banquero alemán Félix Alexander Oppenheim.
Entre los franceses de la escuela Le Gray vinieron el empresario Pierre Emile Pécarrére, el diplomático Louis de Dax, el anticuario Gustave de Beaucorps, el vizconde Joseph Vigier, el abogado Alphonse De Launay y el historiador y arqueólogo Louis De Clerq.
La exposición “El mundo al revés” muestra calotipos de todos ellos, tomados en los años centrales del siglo XIX y rescata imágenes insólitas de una España desconocida.
La fotografía como arte: Ortiz Echagüe
La otra exposición de fotografía que se muestra junto a “El mundo al revés. El calotipo en España”, en el Museo de la Universidad de Navarra, es “Norte de África”, una muestra de la obra que el fotógrafo español José Ortiz Echagüe (1886-1980) hizo entre 1909 y 1915 en el protectorado español en Marruecos: “En el verano de 1909 me encontré en Melilla y tomé parte en la ocupación del zoco El Had de Benisicar, en cuya posición permanecimos dos o tres meses sufriendo continuos ataques nocturnos”, escribe en sus memorias.
Parte de la formación profesional de Ortiz Echagüe, uno de los pocos fotógrafos pictorialistas españoles de fama internacional, se desarrolló en la Academia de Ingenieros Militares de Guadalajara.
Piloto profesional e ingeniero (fue uno de los fundadores de Seat y de Construcciones Aeronauticas, CASA), influido por el regeneracionismo de principios del siglo XX y por el movimiento pictórico novecentista, Ortiz Echagüe quiso recuperar las raíces y las tradiciones del pasado de España, para lo que recorrió la geografía de la Península en viajes interminables.
Paisajes naturales y urbanos, tipos ataviados con trajes populares, restos del pasado glorioso en castillos y monumentos, la huella de la religión en monasterios, iglesias y claustros. Su objetivo era el de inventariar el alma española, sus tradiciones y sus costumbres, sus ritos y sus trajes.
Ortiz Echagüe fundó su propia editorial, en la que publicaba sus trabajos: España, tipos y trajes (1933), con prólogo de Ortega y Gasset; España, pueblos y paisajes (1939), prologado por Azorín; España mística (1943) y España, castillos y alcázares (1956), que recoge gran parte de su obra. El Metropolitan Museum de Nueva York expuso una retrospectiva de su obra bajo el título “Spectacular spain”.
En Marruecos Ortiz Echagüe descubrió la tradición de la cultura norteafricana, de sus pobladores y de sus paisajes, que inmortalizó en sus fotografías: mujeres de Tetuán y hombres del Rif ataviados con trajes que habían permanecido inalterados durante siglos. Su calidad de piloto militar del cuerpo de ingenieros (tenía el carné número 3 de aviador internacional otorgado a un español), con el grado de teniente, le proporcionó la posibilidad de fotografiar la guerra española en el norte de África.
Ortiz Echagüe inmortalizó un mundo a punto de desaparecer, una civilización de la que, cuando volvió en los años sesenta, sólo quedaban algunos vestigios. Por eso en algunos casos hizo retoques para alterar o desvanecer aquellos objetos que interferían en la idea de una África a la que ya había llegado el progreso (como la bicicleta que hace desaparecer en “Fez 1”, 1965”, donde aún se puede apreciar su huella).
La Universidad de Navarra es depositaria del legado Ortiz Echagüe, compuesto por 25.000 negativos y 1.100 copias originales, así como cámaras, libros y otros objetos personales del fotógrafo.