Los autores del golpe de Estado fallido en Turquía han sido detenidos. El presidente Recep Tayyip Erdoğan cree que están vinculados al intelectual (o clérigo islamista) Fetullah Gülen, exiliado en Estados Unidos, su antiguo aliado. No está claro que sea así.
Entre los detenidos, se encuentra Akin Özturk, exjefe de las fuerzas aéreas. El domingo, el número de detenidos por presunta implicación en el golpe superaba la cifra de seis mil personas. La mayoría de los arrestados son oficiales, soldados y militares de todos los niveles jerárquicos: cadetes de academia, jefes de la gendarmería, responsables de unidades blindadas o de las fuerzas aéreas.
Según dice en el diario Le Monde Ahmet Insel, catedrático emérito de la Universidad de Galatassaray, otros altos jefes militares son acusados de permisividad o inacción hacia los militares rebeldes, lo que revela más bien imprevisión de los golpistas. Hay coincidencia en señalar la mala preparación del golpe.
Los rumores y fulgurantes teorías del complot hablan -entre otras cosas- de “autogolpe” de Erdogan para deshacerse de potenciales rivales civiles o militares. Han empezado las detenciones y destituciones de quienes lo detestan en el seno del aparato judicial. Y en la etapa histórica de Erdogan no es la primera vez que altos funcionarios militares son detenidos y juzgados por presuntas acciones preparatorias de golpes de estado. En cualquier caso, se ha demostrado el progresivo debilitamiento del viejo poder militar laico desde que Erdogan y su partido, el AKP, llegaran al poder.
Memoria de violencia y golpismo
En 1980, a finales de marzo, atravesé Turquía en automóvil con otros amigos. El país estaba bajo el completo control del ejército. La tensión era evidente en los más diversos lugares. Turquía atravesaba una grave crisis económica y vivía ya el auge de los activistas religiosos contrarios a los principios laicos fundadores de Ataturk. La corrupción y la hiperinflación eran evidentes. La economía se resentía. La cotización de la lira turca, por entonces, era muy similar a la de la peseta.
La sociedad turca sufría el terrorismo de diversos grupos extremistas, en la extrema izquierda y en las extremas derechas. Dejaban su rastro diario de desesperación social y violencia. En el Gran Bazar, muchos se dirigían a nosotros –sobre todo- en alemán. La emigración hacia Alemania era relativamente reciente. En nuestro camino hacia el sur del país, los controles militares fueron múltiples. Y los soldados nos pedían continuamente nuestra documentación y la del vehículo. De inmediato, cigarrillos o whisky. En una ocasión, nos robaron algunas cosas mientras chequeaban nuestro vehículo.
La Turquía profunda ocupaba un territorio (geográfico y social) mayor que hoy. En mi recuerdo, está siempre una comida excelente y la facilidad de la comunicación con los turcos, aun cuando no encontráramos siempre un idioma común en el que conversar. El alemán de los emigrantes (próximo al mío, bastante primario) era útil de vez en cuando.
En mi diario del viaje, ya acercándonos a la frontera siria, el 28 de marzo de 1980 anoté: “Tropas en el cruce de todos los caminos”. A nuestro regreso de otros países asiáticos, el día 24 de mayo, mi diario de entonces dice: “En menos de diez kilómetros, el ejército nos controla seis veces. Turquía es un cuartel”. Al día siguiente, en Estambul, en otra página que escribí entonces se lee: “Y súbitamente escuchamos disparos. La gente corre cerca de la entrada del bazar. Policía con fusiles ametralladores”. Alguien nos gritó que nos escondiéramos: “Terrorists against the police!” Al salir del lugar, de nuevo hubo disparos y vimos a varias personas que llevaban a alguien herido grave.
Hasta la frontera de Grecia, el panorama fue el mismo. Releo mis propias notas de aquellos días: “Las fuerzas del ejército, paracaidistas y policía ocupan posiciones. En algunas plazas, tanquetas”. Ya en Grecia, supimos que en Estambul habíamos estado en medio de un enfrentamiento armado en el que había habido –al menos- tres muertos.
Pero en realidad, el golpe militar de 1980 no sucedió ese mes de mayo, sino en septiembre. Entonces, la opinión pública “asimilaba” informaciones diarias de violencia brutal. Los datos que localizo hoy me señalan que hubo más de seis mil víctimas mortales entre los últimos años de la década de 1970 y los primeros de la década siguiente. La proliferación de grupos radicales, de todos los signos, y la mano dura de los militares alcanzaron niveles de brutalidad enormes, durísimos. Aquel golpe de 1980, que encabezó el general Kenan Evren, generó unas 150 000 detenciones, hubo numerosos desaparecidos, práctica habitual de la tortura, la prohibición de actividad de todos los partidos políticos y de los sindicatos, el cierre de medios de comunicación. Entre los diversos golpes militares que ha vivido Turquía en el último medio siglo, el de 1980 fue el más sangriento.
Resistencia popular
Quizá de esa memoria surge la resistencia popular del viernes pasado, más que de FaceTime o Facebook, como recitan ahora algunos, como si fueran papagayos de los gabinetes de comunicación del autobombo cansino de Sillicon Valley.
Pues el golpe «digital» o de la «era digital» es un golpe. Como otros, aunque llegue en un contexto histórico y social muy distinto. Entre otras cosas, Erdogan ha conseguido fragmentar la vieja unanimidad militar y ha conseguido paulatinamente influir en la sociedad civil turca. La práctica del terrorismo no ha desaparecido, pero se manifiesta en niveles mucho menores que entonces. Hoy, el mayor factor de amenaza –global y para Turquía- es su proximidad a los nuevos conflictos bélicos de Irak y Siria.
Orden constitucional
En 1960, 1971 y 1980, los golpes estuvieron bien organizados bajo el mando firme del Estado Mayor y de sus comandantes en jefes. Ellos mantenían el discurso y llevaban la iniciativa de “restablecer el orden constitucional”. Por eso, el profesor Ahmet Insal cree que ayer “resultó chocante el amateurismo de los golpistas, su improvisación y la evidencia de que ya no representan sino una pequeña parte del ejército”. Lo prueba que su primer objetivo fuera detener al actual Jefe de Estado Mayor. Una especie de golpe militar en el seno de la institución militar.
De modo que Erdogan ha podido contar con sus propias bazas y movilizar a sus partidarios y a quienes –en la oposición- mantienen la amarga memoria de los golpes del pasado. El líder político autoritario que es Erdogan vive en la época de las redes sociales y los teléfonos móviles, pero lo predominante son los cambios en la situación del país y en el seno de sus fuerzas armadas. El cambio fundamental lo protagonizan Turquía, su sociedad y sus instituciones. De acuerdo, ahí están FaceTime o Facebook, pero lo que predominó la noche del lunes al martes es que el ejército turco ya es otro y que la sociedad resistió a los golpistas.
Éstos volvieron a hablar vagamente de corrupción y de derechos humanos en una Turquía del siglo XXI, en la que la sombra de Ataturk se atenúa día a día en las conciencias. Pesa, eso sí, la deriva autoritaria de Recep Tayyip Erdoğan, quien no se ha separado completamente de los esquemas de la democracia formal, a pesar de sus ramalazos muy autoritarios. Esa combinación refuerza su popularidad en amplios sectores del país. También en unas ciertas élites que se han beneficiado del desarrollo económico y de la mayor estabilidad política de varias fases de su ejercicio del poder.
Ha sido decisivo, desde luego, que los demócratas turcos y la izquierda rechazaran aprovechar o intentar aliarse con los golpistas. Hay que elogiarles por ello. El oportunismo no empujó a casi nadie a expresar simpatía por los golpistas. Decenas de millares de personas, con enorme valor, desafiaron a los blindados y a las balas.
Y quizá eso fue posible porque -estuvo claro- que no fue el ejército en su conjunto, el autor del golpe. Una facción de las fuerzas armadas, separada de la opinión pública, no es lo mismo: el golpe caminó muy pronto hacia su fracaso estrepitoso.
En cualquier caso, las teorías del complot serán variopintas y encontrarán un terreno fértil en un país muy plural, como Turquía. Queda que el acercamiento a Europa ha sufrido, en principio, otro retroceso. Una vuelta atrás, sin duda, a los viejos conflictos internos. Los sustituyen hoy el terrorismo yihadista o las nuevas acciones armadas del kurdo PKK, en el sureste del territorio turco.
Hay que recordar también que –en el pasado- los parlamentarios pudieron ser detenidos, pero nunca antes hubo acciones de bombardeo contra las instituciones en Estambul y Ankara. El problema ahora es que Erdogan quiera ir hasta el fondo contra sus enemigos. Querrá “purificar” más la Administración, la Justicia, la institución militar. El 16 de julio, 2745 jueces y fiscales (entre unos 14 000) han sido destituidos. La institución judicial superior y el Consejo de Estado han llevado a cabo una purga (auto-purga) urgente.
Erdogan tiene ante sí la tentación de reiterar sus acciones represivas previas contra los medios de comunicación y contra los periodistas. Contra quienes lo caricaturizan o lo critican desde la oposición. Tras el golpe, la tentación autoritaria del sultán del AKP es mayor que nunca.
Y los expertos señalan que otras instituciones, como la policía, ya había sido “purificadas”. De ahí su reacción pro-Erdogan ante los golpistas. Erdogan está obsesionado con su imagen y con pasar a la historia como un segundo Ataturk, el padre de la Turquía moderna. Exigirá fidelidad estricta.
Y aunque hubo dudas iniciales, la mayoría de las capitales occidentales expresaron su solidaridad a Erdogan ante el ataque de los golpistas. Turquía es una pieza demasiado delicada en la geopolítica de nuestros días y Recep Tayyip Erdoğan lo utilizará a fondo para sus propios objetivos. Parece claro que la democracia turca ha resistido retrocediendo un poco más. El presidencialismo autoritario de Erdogan ha avanzado varios capítulos en una sola jornada.