Miedo, dolor, codependencia, circunstancias que bloquean a la víctima que no reconoce la vida sin estar sometida al yugo del agresor, este que puede ser hombre o mujer. Siempre hablamos de las víctimas porque el número de asesinadas supera al de asesinados, pero ciertamente, también existe la violencia psicológica; esa que es silenciosa, esa que perdura año tras año, en silencio, cuando callar es la única opción que se da en ambos géneros, en todas edades.
Maltrato, esa forma de vida que acompaña a la víctima, una forma de relacionarse con ella; esa que reconoce como válida. Aún existen mujeres que callan porque saben que las consecuencias de denunciar a su marido pueden ser letales. Otros hombres que viven amedrentados por las autolesiones de las madres de sus hijos para cobrar una pensión sine die.
Vidas truncadas que no terminan porque la estadística sigue ahí. 44 víctimas en 2018 y aún no hemos terminado en el año. La pregunta siempre es la misma, ¿por qué no denunció la víctima? ¿por qué callan? Hablamos de vergüenza, de dependencia emocional, de no poder seguir, de no saber cómo se sigue porque el principio de la nueva vida queda muy lejos.
Hablamos de agresividad física, verbal, odio, todo el del mundo, porque del amor al odio solo hay que dar un paso, de una forma de ver la vida, solo a través de los ojos del maltratador. No es la pareja necesariamente, puede ser la expareja. Entender la violencia como un asunto personal que refuerza a las mujeres en su propio ahogo, en la situación de maltrato y subordinación en la que su vida implica asumir relaciones con una desigualdad en donde uno manda y el otro obedece.
La culpa, siempre la culpa, es otro de los frenos que nos impide llamar para pedir ayuda. Esta estrategia no es otra que someter a la persona al yugo del maltrato, del dolor profundo que no permite hacer que la persona se desarrolle como ser humano. Si me separo, la culpa es mía; romper la familia por mi culpa; dejar de tener calidad de vida por no aguantar. Estas son unas frases que comprometen a las personas para no iniciar un cambio; una forma de vida justa que les indique que lo que viven no es lo que deben vivir porque eso no es amor.
Identificar el amor con la pérdida de autoestima es tanto como someterse a una persona o permitir que esta nos pegue cuando estamos en inferioridad de condiciones siempre. No hablamos de clases sociales ni tampoco de dinero. Hablamos que cualquiera puede ser víctima de otro cuando no elige la forma de relacionarse con ella. El grado de poder que llega a tener el agresor empequeñece a la persona maltratada hasta llevarla a un universo desconocido que llega a ser el único que considera, el que la bloquea y le hace tener miedo.
Tirones de pelo, empujones, intentos o forcejeo continuo, pellizcos, golpes, bofetadas, vigilarnos con el móvil, poner el GPS para seguir nuestros pasos, ver si estamos o no en línea, todo esto sigue siendo violencia de género; violencia contra la persona que está ninguneada, está menospreciada, está desvalorizada.
«Imbécil, no vales para nada, no sirves ni para limpiar, te voy a hundir, te voy a quitar a los niños, te voy a perseguir y no vas a vivir tranquilo», esas palabras que suenan como un golpe profundo que aterroriza a la víctima que se siente perseguida por el abuso de autoridad.
Amenazas, maltrato permanente, faltas de respeto, desautorización constante, culpabilidad, abusos sexuales forzados por el agresor, entre otras cuestiones. Entre otros aspectos existe también la privación intencionada del bienestar físico, reducción de la asignación económica para que la víctima pase hambre, de forma que no tenga libertad de movimientos. Todo esto, también es maltrato. lLa víctima es un hombre o puede ser también una mujer. Ambos son posibles maltratadores, ambos pueden ser maltratados, ambos, siempre pueden ser los dos.
Sentimientos de angustia, percepción de amenaza constante, miedo, depresión, tristeza, autocastigo, desesperanza, fatiga, baja autoestima son los síntomas que identifica la víctima que puede considerar «normales» porque también los ha visto en su casa; su padre ha podido ser maltratador, ha podido ser víctima de un abuso sexual por parte de su abuelo y de mayor, busca una persona con ese perfil.
Salir de un proceso así, que no deja de ser cíclico se inicia como un pequeño goteo de episodios que sugieren siempre el tinte de la agresión ya sea física o verbal. La acumulación de tensión, la percepción del agresor que es cada vez más susceptible, la violencia virulenta, la agresión física, el falso arrepentimiento y de nuevo una vida que vuelve a comenzar con miedo. Justificar la violencia, ser víctima del maltrato, ser responsable de una situación no es lo correcto. Lo primero que debe suceder es que la persona maltratada quiera romper el ciclo y comience con ayuda, con apoyo psicológico, con la ayuda necesaria para identificar que todo lo vivido no es lo normal. Fomentar la autonomía, tener ideas que no estén distorsionadas, buscar un trabajo y percibir que se puede ser persona sin depender de otro es un comienzo.
El síndrome de alienación parental también es una forma de violencia de género, esa que afecta a los varones y que les deja inermes porque se les tilda de violentos, de ser los responsables del fracaso cuando la esposa es la que organiza un endiablado plan para arruinarle la vida. No existe violencia física pero quizá en mucho peor. Esa silenciosa relación que pasa por la acusación falsa y la pérdida de control de la vida por la amenaza constante, la autocompasión, el desprestigio, etc.
Denunciar ya sea hombre o mujer, padre, madre o familiar cercano, es la única salida. Denunciar será la forma de entender que la vida comienza ese día. Hoy es 25 de noviembre, el día de la violencia de género, el día que recordamos a todos los que han muerto por esa persona que alguna vez les amó. Todos los días debemos recordarlo, no solo hoy. Hay salida. Llama al 016.