Blasco Ibáñez: La vuelta al mundo de un novelista

Francisco Iturraspe[1]

Acabo de terminar de leer (¡admirado!) la primera parte del segundo tomo de “La vuelta al mundo de un novelista” de Blasco Ibáñez. Es un libro de una profundidad impresionante en el cual nuestro autor penetra audazmente en la realidad histórica de China y predice prospectivamente las claves del renacimiento chino del siglo XXI. Es además un libro ameno en el que este valenciano universal se luce con una prosa que deleita.

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Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928)

Este notable novelista (este año Valencia conmemora por todo lo alto el sesquicentenario de su nacimiento) hizo una vuelta completa al mundo en un “paquebote” de lujo: el Franconia.

 

El periplo chino está recogido en ese referido segundo tomo, comenzando en el primer capítulo por Manchuria donde nos relata el ascenso de la dinastía Tai Thing y el viaje  a Pekin (hoy Beijing) capital que le deslumbra, reconociendo – en forma muy sorprendente para un español de principios de siglo pasado que deberíamos suponer eurocentrista – la importancia de la historia china y su desconocimiento por  Europa: “hasta hace 800 años nuestro mundo occidental, indiscutiblemente bárbaro en comparación con el llamado Imperio de Enmedio, nada sabía de éste” (pág.25).

Haciendo gala de sus dotes de descriptor minucioso nos regala coloridos relatos de vestimentas, costumbres, calles, trenes y gentes llamándole la atención los inmensos campos sembrados que curiosamente compara con los argentinos…”pero con más abundancia forestal” (pág. 30).

En el Pekín de comienzos de la República describe las tres ciudades: la china, la tártara y la imperial, más la cuarta ciudad: la de las legaciones, con observaciones interesantes sobre el urbanismo, la arquitectura y el feng (agua) shui (viento), con el papel de los geomantes en la construcción de habitaciones, fábricas y ferrocarriles.

Comienza el capítulo cuarto con una observación interesante: “A mediados del siglo XIX era Pekin la ciudad más grande del mundo. Londres encerraba escasamente millón y medio de habitantes; Nueva York y París, muchos menos. Pekin tenía el mismo vecindario que ahora: dos millones y medio de seres ” (pág.46).

Reflexiona sobre la importancia de los ritos y etiquetas y su conocimiento, y un detalle que en América Latina nos llama todavía la atención: los cargos de gobierno se obtenían siempre por examen (pág. 50). Abunda en el papel del juego en la vida de los chinos, en la costumbre que la República estaba enfrentando, de deformar los pies de las mujeres y en los temas gastronómicos donde nuevamente muestra su admiración: “Mi humilde estómago europeo data de unos cuantos siglos nada más y está próximo aún a la nutrición monótona de nuestros silvestres antepasados. El estómago chino cuenta con una historia de 5000 años, tiempo suficiente para que cocineros y comilones refinados llegasen en fuerza de inventos y caprichos a las más remotas y disparatadas combinaciones” (Pág.56)

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Kung Tse (Confucio)

Especialmente recomendable es la lectura del Capítulo 5: Templos y filósofos, en el que pone de relieve la importancia de Kung Tse (Confucio). “No hay ejemplo de que un varón ilustre en Occidente haya llegado a una celebridad tan absoluta” (…) ”En ningún pueblo se vio jamás rendir tales honores a un moralista, conservándole su condición de simple hombre, sin pretender convertirlo en hijo de Dios” (Pág. 63)

También analiza a Lao Tse, comparando en forma simple pero profunda las enseñanzas de ambos y rescata otro punto que creo que es muy importante para entender la China de hoy: “En realidad, el pueblo chino, a pesar de su rutinarismo, fue siempre el más respetuoso de la inteligencia, y este respeto viene durando miles de años, sin ningún eclipse” (Pág. 64).

En la descripción de las idas por la ciudad a los templos deja deslizar: “Chien-Men era entonces la única calle del mundo con cincuenta metros de anchura” (Pag. 69). Y también que los comerciantes chinos fueron los inventores del anuncio que en profusión engalana esa calle.

La Ciudad Prohibida

El capítulo 6 se dedica a la Ciudad Prohibida, en medio de la colorida pintura histórica Blasco se refiere a las exhibiciones de las salas del museo con lo que “pudo salvar de la rapacidad de las tropas civilizadas cuando vinieron en 1900 a socorrer a los sitiados del barrio de las legaciones(…).” Y, evidentemente indignado, ironiza: “Mejor que museo debería titularse lo que se guarda en ellas “colección de riquezas nacionales que no pudieron robar los representantes de la civilización occidental!” (Pág. 85)

También se indigna por la Guerra del Opio… ”la piadosa y liberal Inglaterra envió sus batallones y sus navíos contra el gobierno del hijo del cielo para defender una vez más la civilización…y la venta del opio. (Pág.87)

El siguiente capítulo 7 es sobre el Palacio de Verano y sus maravillas arquitectónicas y paisajísticas, que conoce de la mano de la retratista norteamericana de la última Emperatriz. De la emperatriz nos cuenta interesantes anécdotas y una reflexión:” En su tiempo ocurrió la revolución de los bóxers. Mirado del lado europeo, esta revolución resulta un alzamiento horripilante  por sus crueldades. Examinada desde el punto de vista chino, fue una protesta nacionalista, una explosión de odio contra los extranjeros dominadores del país” (Pág.89)

En el capítulo 8 nos deleita con una contrastante descripción de las Tumbas de la dinastía luminosa, los Ming, la magnificencia de la Gran Muralla (“Sólo logramos ver la parte más insignificante de esta obra que ocupa una extensión igual a la longitud de dos o tres naciones medianas de Europa”)  la miseria de los mendigos que viven junto a ella.

La Marcha hacia el río Azul y las experiencias del tren especial que los conduce a Shanghai ocupan el capítulo 9 que también es prolífico en reflexiones históricas y políticas. De la descripción sobresale la admiración por una ocasional compañera de cabalgata, mujer vestida con pantalones y blusa de seda azul, de un azul verdoso, igual al de una chispa eléctrica (…) Esta hembra, grande y arrogante, se sostenía montada sin estribos, avanzando hacia el pecho de la bestia sus largas piernas y sus pies enteros, metidos en zapatitos de fieltro, sin las deformaciones que sufren sus compatriotas…” (Pág.125)

Dedica una breve reflexión a una “innovación fatal” en la China revolucionaria:” al desaparecer el imperio, los militares chinos han alcanzado una importancia que nunca tuvieron” decribiendo el papel de los caudillos locales en una realidad anárquica. Sin embargo, como a lo largo de todo el texto, expresa una visión optimista del futuro: “Pero la actual anarquía no pondrá en peligro de muerte esta vastísima nación. China ha pasado en su historia de cincuenta siglos por períodos más tremendos, en los que estuvo próxima a perecer despedazada –guerras civiles que duraron cien años, hambres exterminadoras etcétera – y sin embargo su prodigioso vigor interno la hizo surgir de tales conflictos con una salud renovada, continuando su existencia. (Pág. 128)

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China, trabajo y cultura

Y este vigor lo basa en la fortaleza de la gente de China: “el inmenso pueblo chino, agrupación humana la más dispuesta al trabajo, que soporta alegremente la fatiga y siente en todo momento el ansia de saber” (Pág. 128). Quizás este generoso augurio de Blasco sea una de las claves del resurgimiento y del papel que está jugando la República Popular China en el concierto económico y político internacional de hoy.  En ese sentido nuestro autor cita a Anatole France: “la China empezará a existir cuando los chinos se enteren que existe una China”.  (Pág.129)

Dice Blasco: “Recuerdo la emoción de Goethe, a los ochenta años de edad, leyendo en su retiro de Weimar una novela china de fábula sana, con descripciones tan frescas y vivientes como las de una obra moderna.¡ Y pensar – decía asombrado el poeta – que esta novela fue escrita hace tres mil años, cuando muchos de los hombres de Europa acampaban aún en los bosques!” (Pag.132)

Shanghai, la rica y alegre es el ámbito del Capítulo 10. Camino a la gran ciudad del sur se detienen en Nankin – en decadencia y casi despoblada para la época en gran contraste con la pujante Shanghai: “La noche en la enorme calle de Fou-Tcheou Road no tiene igual en el mundo. Se ven hembras de todos los países, se oye hablar todos los idiomas…” (Pág. 147). Le admiran el comercio, el teatro chino  que florece aquí más que en ninguna otra ciudad, y las casas y áreas como en Jardín del Mandarín.  De paso así nos enteramos que la palabra Mandarín que creemos china es en realidad de origen portugués.

En los capítulos 11, 12 y 13 nuestro autor y sus compañeros de viaje regresan al Franconia y navegan a Hong-Kong, Cantón y Macao (magistralmente descritas) lo que le permite expresar su admiración por el pueblo chino como navegante intrépido y volver a referirse  a la Guerra del Opio que determinó que Londres se apoderara de ese primer puerto  estratégico como compensación por los gastos de sus barcos y tropas en la oprobiosa guerra colonial.

Al finalizar el primero de esos capítulos encontramos una reflexión sorprendente para la época a comienzos del  siglo pasado, sobre el papel del Océano Pacífico que considera: “gran plaza de la humanidad futura que aún ignora la mayor parte de Europa” (Pág.164)

  1. Francisco Iturraspe, profesor argentino.

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