Roberto Cataldi[1]
Desde hace un tiempo venimos viendo en los noticieros los videos que toma la gente frente a los aluviones que ocurren en distintas partes del mundo. Las imágenes son desgarradoras. Vemos cómo el flujo de lodo o barro arrasa todo lo que halla a su paso con una fuerza increíble.
Cuando uno ve esas tragedias, no puede menos que lamentarse y, por unos segundos o minutos se identifica con las víctimas y sus sentimientos, y en esa sensibilización tan humana florece la empatía.
Todos sabemos que estos fenómenos están muy ligados al cambio climático producido por el hombre, pues el concepto de «cambio climático antropogénico» hoy está avalado por la ciencia, más allá que los negacionistas sostengan que son «fenómenos naturales», pero no olvidemos que los negacionistas pululan en todas las áreas del conocimiento y siempre existieron.
Lo cierto es que en esas situaciones calamitosas, suele aparecer gente que nada tiene que ver con la comunidad vulnerada y ofrece su ayuda desinteresada, anónima, poniendo el cuerpo y a veces perdiendo la vida por salvar la de otros, o donando lo que sea de utilidad para paliar el desastre, incluso dedicando su tiempo a recolectar ayuda y, todas, son demostraciones del verdadero altruismo.
No lo es el de grandes empresas que envían ayuda humanitaria con un significativo despliegue publicitario destinado a parecer lo que no son, y además de mejorar la imagen pública aprovechan la «donación» para disminuir la carga de sus impuestos. Yo les creería que son sinceros si continúan pagando sus impuestos como cualquier otro ciudadano de a pie.
De lo que no hay duda es que estas tragedias, más allá de lo material, tienen un trasfondo moral, como también sucede con la creciente contaminación del planeta, de la que nadie parece estar dispuesto a asumir su responsabilidad.
Desde la aparición del ser humano en la tierra, la moral que está regida por la costumbre y la tradición, y la ética guiada por el razonamiento, la lógica y la reflexión, son motivo de controversias permanentes.
El mes pasado Libia, siguiendo el ejemplo de Irán, creó la «policía de la moral» para imponer el uso del velo en las mujeres. La imposición del velo tendría por objeto «promover la virtud y prevenir el vicio»…
El gran problema es que vivimos en un mundo globalizado que no está integrado, y además del fanatismo, hoy el afán de lucro, cuando no la codicia, ha desplazado muchos valores sobre los que asentaba el funcionamiento de las sociedades.
Nos movemos entre dos extremos. Por un lado el ámbito de la tecnología de punta y la investigación científica de avanzada, con un nicho establecido de consumidores. Sin olvidarnos que a menudo a la tecnología y la ciencia se las utiliza con fines no transparentes. Por otro lado, el amplio sector de las vidas precarias, con inseguridad alimentaria, hambre, exclusiones de todo tenor, enfermedades desatendidas ligadas a la pobreza y otros males sociales.
El Estado de Bienestar (Welfare State) que se desarrolló en el siglo pasado, hace tiempo que entró en crisis y fue reemplazado por un mercado de inversores privados. En efecto, el metamensaje es: el que tiene problemas que se las arregle como pueda, porque el Estado está para otras cosas…
Hoy se evidencian cuatro fenómenos, entre otros: el desempleo creciente; la población que envejece; la competencia entre países por bienes, empleos e inversiones; la ideología liberal de «mercado hegemónico». En efecto, las desviaciones del mercado no son infrecuentes, como ser un mercado que convierte la libertad necesaria para comerciar en abusos a los consumidores, o empresarios que son capitalistas en las ganancias pero socialistas en las pérdidas.
En fin, más allá de la incertidumbre por el futuro y de los malos presagios, vemos cómo los dirigentes y los grupos de poder se han llevado todo por delante, en modo vendaval, comenzando por los principios y valores, e incluso se jactan de la impunidad que gozan por contar con una justicia a su medida.
Es patético el doble estándar. Bástenos el hecho que en la principal potencia del mundo, adalid de la democracia, el presidente saliente acaba de indultar de un delito a su hijo mientras el que pronto asumirá, acumula causas judiciales e incluso condenas que con justicia lo inhabilitarían.
Y hace unos días, un joven profesional formado en instituciones de élite, mató a tiros al CEO de una gran compañía de seguros de salud en Nueva York, apareciendo una avalancha de mensajes de odio en las redes sociales contra el ejecutivo asesinado, y muchos ven al asesino como un «héroe» o quizá como un «justiciero» ante los abusos frecuentes de estas compañías de la «industria de la salud y la enfermedad».
En la Argentina, en la cámara de senadores de la República, acaban de expulsar a uno de sus miembros por un grave delito que se suma a causas judiciales previas a su incorporación al «Honorable Senado de la Nación» (según Tácito no cabe el honor en un espíritu corrompido), pero lo curioso es que al menos el cuarenta por ciento de los senadores, cuya función principal es la de elaborar las leyes, tuvo o tiene procesos abiertos ante la justicia y, ninguno habría sido condenado… Bertolt Brecht decía que, «Muchos jueces son incorruptibles, nadie puede inducirlos a hacer justicia».
Está claro que todo esto alimenta la antipolítica, esa incredulidad de la gente en la política que se ha esparcido como una mancha de aceite y convertido en un fenómeno globalizado, cuya responsabilidad es de la clase política, debido a su comportamiento antagónico a la moral y la ética. Y justamente ésta es la pecera donde pescan los populistas que como hábiles oportunistas saben captar el humor social.
No se trata de que estos políticos cuestionados hayan cometido un traspié moral, una infracción de tránsito o una peccata minuta, como cualquier ciudadano, sino que en la gran mayoría de los casos son acusados de «enriquecimiento ilícito». Hace unos días, un legislador decía, haciendo alusión al caso de marras, que aquí la corrupción es endémica, viene de la época de los virreyes, dejando el interrogante por cierto angustiante de si estamos frente a una enfermedad crónica imposible de curar.
Coincido en parte, sin embargo no podemos olvidar que ha habido períodos en nuestra historia donde la construcción del Estado-Nación ha superado al flagelo de la corrupción, además en el país hay políticos y magistrados probos.
Estamos viviendo en medio de una crisis civilizatoria, donde el panorama es muy oscuro y del que resulta difícil abstraerse. Frente a un futuro incierto, pues, carecemos de las certezas necesarias para tomar decisiones con cierta tranquilidad, se imponen las expectativas, y gobernar también es gestionar las expectativas.
Pero no tengo dudas de que, hoy por hoy, miles de millones de habitantes de todas partes esperan algo mejor de este mundo.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)