Cartas de la guerra, tercera película del portugués Ivo M. Ferreira (Aguas mil y Em volta), es un festín visual y auditivo fastuosamente realizado en blanco y negro y trufado de saudade, esa forma de estar ante el drama de la vida que tienen los portugueses y que, contagiado a su lengua, la hace única.
Por eso, si se puede ver en V.O; la película gana muchos enteros, aunque los temas que trata sean universales: la guerra (de Angola, 1971), la separación de la mujer amada (que lo espera en Lisboa), el descubrimiento del entorno (primero hostil, luego solidario), la inevitable camaradería y el más inevitable paso del tiempo, que va transformando esa saudade inicial en depresión.
Y en medio de tanto desastre personal y social, el humor, desprendido como una excrecencia de las situaciones más surrealistas y del choque de culturas: “¿Llevar a mi mujer al hospital? Eso nunca, doctor. Ella tiene que morir aquí, donde están sus ancestros.” O el abuelo que va a buscar a la nieta después de que toda la familia haya perecido y ella haya quedado bajo la tutela del médico, en una escena ejemplar del surrealismo más certero.
Este dejarse atrapar por el entorno hostil habla de adaptación al medio, de la capacidad del hombre para identificarse con los que sufren allí donde estén, lo que podría derivar hacia un nuevo horizonte de compromiso más fuerte, casi misionero, en este médico soldado.
Pero las energías se agotan y el impulso ilusionante y poético muere ante el papel en blanco. Ya no hay lugar para la poesía, sólo para el grito y el cabreo infantil contra todo lo que le rodea, empezando por sus subordinados. Porque también contienen estas Cartas de la guerra perlas de gran valor costumbrista: «estar casada con un ausente es como estarlo con un impotente». La ausencia pasa factura en los dos, porque acaba de nacer su hija, otro desgarro más el de no poder verla.
Cartas de la guerra está pespunteada por las canciones de las estrellas portuguesas de los años sesenta y setenta, hasta el punto de que el propio Ivo M. Ferreira la ha definido como “una loca historia de amor, una trágica historia de guerra y una película autobiográfica del escritor portugués contemporáneo más internacional, António Lobo Antunes”. Son dos voces, la de ella y la de él, mucho más abundante la de ella puesto que él es quien más escribe. La sumisión de la letra escrita ante este cambio de roles es algo que no hay que perder de vista si se quiere seguir fielmente el curso de lo narrado.
Basada en el libro Cartas de la guerra. Correspondencia desde Angola del portugués Lobo Antunes, la película reproduce las apasionadas cartas escritas por un joven médico durante su servicio militar en Angola, entre los años 1971 y 1973, a su joven esposa que le esperaba en Lisboa. Un episodio de la historia reciente de Portugal. El libro fue editado por las hijas de la mujer a la que iban dirigidas las misivas, quien había expresado el deseo de que las cartas se publicaran después de su muerte. Fue en 2005 y pronto se publicaron en nuestro país de la mano de la editorial Debate. Lobo Antunes había estado poco antes (2003) en la Feria del libro de Madrid invitado por Siruela, que acababa de publicar su último libro dedicado a su esposa muerta: No entres tan de prisa en esa noche oscura. En aquella ocasión dijo cosas tan significativas como «escribes de lo que has comprendido demasiado tarde», y que su anciano padre, que no era un intelectual, le decía a menudo: «si tú escribes, mi vida no ha sido del todo inútil».
Cartas de la guerra es la película seleccionada para representar a Portugal en los Premios Oscar y ha sido ganadora de nueve premios Sophia del Cine Portugués. También está nominada a Mejor Dirección, Arte y Sonido de los Premios Platino del Cine Iberoamericano que se fallarán en Madrid el 22 de julio.