Roberto Cataldi¹
La Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), hoy como ayer es motivo de acervas críticas, algunas justificadas y otras maledicentes. Ciudad portuaria que acogió a tantos inmigrantes en busca de un futuro, sobre todo europeos, como mis abuelos procedentes de Italia y España, de allí que la llamasen «crisol de culturas», más allá de ser cuna del tango y de albergar en sus museos, teatros, bibliotecas e industria editorial buena parte de la cultura de Occidente, entre otras importantes cualidades. Pero Buenos Aires nunca fue inocente, o al menos no lo fueron los que la gobernaron.
En la desmembración del territorio del Virreinato del Río de la Plata, tres regiones (Paraguay, Bolivia y Uruguay) rechazaron ser conducidas desde Buenos Aires, una de las pocas metrópolis (término hoy diferente al que le asignaban los griegos o los romanos) que fue fundada dos veces. En efecto, la primera en 1536 por Pedro de Mendoza (destruida en 1541 por los habitantes a raíz de las amenazas de los indios querandíes, las enfermedades y la hambruna), y la segunda en 1580 por Juan de Garay junto con 72 hombres y una mujer (solo diez eran españoles), a quienes Garay les prometió tierras y ganado que abundaba. La ciudad a orillas del Río de la Plata, río descubierto por Solís en 1516, despertó la codicia, pues, se hablaba de una Sierra de Plata cerca del lugar y eso motivó su fundación.
La Revolución de Mayo de 1810 tuvo por epicentro el Cabildo de Buenos Aires e inauguró los movimientos independentistas en el Cono Sur. Paraguay en 1811 declaró su independencia y cinco años después hicieron lo propio las Provincias Unidas en el Congreso de Tucumán, en este caso contra el poder colonial. Paraguay como luego Uruguay y Bolivia no solo fueron independientes por sus levantamientos contra el poder español sino porque no aceptaron la tutela y hegemonía de Buenos Aires que significaba otra dependencia. El gobierno de Juan Manuel de Rosas dispuso medidas coercitivas para incorporar a Paraguay a su Confederación, impidió su comunicación con el mar, lo que culminó con el combate de la Vuelta de Obligado, cuando una flota anglo-francesa forzó el paso protegiendo sus barcos mercantes. La caída de Rosas facilitó el reconocimiento de su independencia por las autoridades de Buenos Aires.
El gobierno argentino apeló a la diplomacia para incorporar la Banda Oriental, denunció la expansión del Imperio brasileño, pero José Artigas no aceptaba ninguna hegemonía, ya fuese de España, de Brasil o de Buenos Aires. Con la batalla de Ituzaingó, el general argentino Alvear obtuvo un triunfo militar pero la intervención de la embajada británica fue decisiva para sellar la independencia de Uruguay.
El nacimiento de Bolivia se produjo en 1826 porque no aceptó su adscripción al Perú ni a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Simón Bolívar entendió que el Alto Perú era parte del Perú pero que pertenecía por derecho a la Argentina, sin embargo la voluntad de sus habitantes era la independencia. Bolívar aceptó que la nueva nación que poseía una cultura originaria llevara su nombre. En el ambiente rioplatense prevalecían los «ilustrados», abiertamente europeístas. La población boliviana, en su mayoría indígena, despertaba el desprecio de los que representaban a la civilización Por eso, entre Bolivia y Uruguay, Buenos Aires dispensó mayor atención a esta última y, también influyó su situación geográfica en la desembocadura del río y la cercanía a CABA. En fin, todo ocurría en un momento en que se pretendía reunir a las jóvenes naciones en sistemas confederativos frente a los imperialismos, y se necesitaba sin duda superar antinomias y separatismos, pero no se logró, bástenos reparar en el fracaso del actual Mercosur.
Más allá de la pasión de Borges por su ciudad al retornar del bachillerato en Ginebra, que plasma en el poemario “Fervor de Buenos Aires” (edición que pagó de su bolsillo), o de la novela “Adán Buenos Aires” de Leopoldo Marechal, cuyos primeros capítulos datan de su segundo viaje a Europa, o de la crónica comprometida de Roberto Arlt en sus “Aguafuertes porteñas” (luego en Europa continuará con sus aguafuertes españolas y marroquíes), la literatura argentina con epicentro en la ciudad portuaria se convirtió en una literatura universal, lo mismo sucedió con otros escritores e intelectuales de nota.
En plena cuarentena, con la ciudad clausurada, la recaudación caída y un aumento del gasto sanitario por la COVID-19, súbitamente recortan los fondos de coparticipación federal por decisión presidencial, lo que implicaría unos 150 millones de pesos diarios y 45.000 millones de pesos el año próximo, según los medios. Los diecinueve gobernadores que pertenecen al partido político en el poder, en una reciente solicitada cuyo claro destinatario es la Corte Suprema, se oponen a la judicialización de la decisión que benefició a CABA en su momento, distrito que aporta el 19,1 por ciento al PBI del país, e intentan que la solución sea fruto de la política, no de la justicia.
La solicitada no fue firmada por cuatro gobernadores (Córdoba, Jujuy, Mendoza y Corrientes). El presidente, para justificar su jugada contra CABA dijo: «Soy el más federal de los porteños. Nos llena de culpa ver a la ciudad de Buenos Aires tan opulenta, bella, desigual e injusta con el resto del país», confundiendo opulencia con desarrollo, a la vez que elogia como modelo a un gobernador feudal de su partido (treinta años en el poder) que mantiene a su provincia en una ignominiosa pobreza (falta de desarrollo, clientelismo, índices de analfabetismo, denuncias de corrupción, etc.).
En esta Argentina que cultiva el bonapartismo, otro gobernador feudal destiló su veneno: «Los porteños son insoportables, terribles y además no producen nada». «Todo lo que tiene la Ciudad de Buenos Aires es donación de la provincia de Buenos Aires y lo ha hecho la Nación argentina, todo, todo, el Teatro Colón también». «En la Ciudad de Buenos Aires no plantan soja, no crían ovejas, no crían ganado, salvo talleres clandestinos, fábricas no tiene».
Pienso que sería muy estúpido criticar a Nueva York, Madrid, París o Roma porque en esas ciudades no se cría ganado o no se cosecha como en el campo, pues, todas ellas producen muchas otras cosas que no mencionaré por tratarse de una larga lista. En fin, son mensajes destinados a un público que ellos consideran estúpido.
Hace unos días leía un cartel en Facebook que citaba la «doble moral» de nuestros gobernantes y, añadía: «populismo para vos y capitalismo para ellos». En efecto, odian a Buenos Aires pero viven o tienen propiedades en la ciudad maldita; odian a los ricos y justamente ellos son muy ricos; odian a los Estados Unidos pero vacacionan allí e incluso tienen propiedades; odian la propiedad privada y son dueños de cientos de propiedades; odian a los militares pero aman las dictaduras.
Qué incoherencia, por no decir cuánta hipocresía.
Como decía el poeta Horacio Ferrer, «Ella es una mezcla de amor y tristeza, de algo que duele pero duele lindo. Buenos Aires es, sin duda, una ciudad difícil de entender».
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
El artículo Buenos Aires, una ciudad maldita, está lleno de desatinos. Cada cual puede opinar lo que le parezca, pero no falsear los hechos ni silenciarlos