Una organización que reúne a unas 10.000 mujeres campesinas e indígenas de Chile lanza un instituto de agroecología para el campesinado femenino del sur americano, informa Marianela Jarroud (IPS) desde Santiago.
La Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Anamuri) capacita desde hace años a miles de personas a través de la red internacional La Vía Campesina y trabajando en base a la soberanía alimentaria. Pero hoy enfrenta su proyecto más ambicioso.
El Instituto de Agroecología de las Mujeres del Campo, al que pusieron la sigla IALA, será el primero de América Latina destinado solo a un público femenino y se emplazará en la localidad de Chépica, 180 kilómetros al sur de Santiago, en el poblado de Auquinco, «agua que resuena» en lengua mapuche.
Ya se hacen capacitaciones, a pesar de que la sede no está lista.
«Perseguimos no un sueño, sino un reto», dijo a Tierramérica la directora internacional de Anamuri, Francisca Rodríguez, encargada del IALA.
El proyecto tiene un centro político, «la producción de alimentos para resolver los problemas del hambre», precisó.
«Es fundamental buscar los caminos que nos permitan seguir sobreviviendo y existiendo como un sector importante de la agricultura en medio del ataque feroz hacia los campesinos, que tiene que ver con los sectores productivos, pero también con los modelos de consumo», añadió.
La formación del IALA se orienta a defender la agricultura familiar campesina, dijo.
Es un esfuerzo por sumarse a «la gran tarea» de los Institutos de Agroecología de América Latina de los que tomó su sigla, puntualizó.
Estos proyectos se iniciaron en Venezuela, donde ya egresaron los primeros ingenieros agrónomos, todos hijos de campesinos. Los IALA se multiplicaron luego en Brasil, Paraguay, Ecuador y en la región andina. El último gran logro fue la Universidad Campesina SURI que se inauguró en Argentina en abril de 2013.
«Es importante que tengamos profesionales del agro para la soberanía alimentaria, para seguir en este proceso que requiere especialistas arrancados desde la misma tierra», explicó Rodríguez.
«Nadie más que los campesinos podrán sentir esa necesidad de seguir desarrollando una agricultura al servicio de la humanidad», añadió.
Rodríguez asegura que en Anamuri «entendimos el reto» y se plantearon un instituto que en una primera instancia estará orientado a las mujeres del Cono Sur americano, pero que luego puede ampliarse a los hombres.
En Auquinco poseen el terreno de una hectárea y una amplia casa que acogerá a las estudiantes, adquiridos por unos 23.000 dólares, que consideran un «regalo» de sus anteriores propietarios, un matrimonio de exiliados que retornaron al país y quisieron vender la propiedad a estas mujeres pensando en el buen uso que le darían.
Pero los daños que sufrió la construcción por el terremoto de febrero de 2010 obligan a una restauración, que es posible y que no la hará perder su origen campesino, según los arquitectos que la evaluaron.
Es urgente comenzar con los trabajos, dijo Alicia Muñoz, directora de organización de Anamuri.
«Este es el verano (austral) en el que hay que organizar brigadas voluntarias para que nos ayuden a poner bonita la casa y los jardines, que no pierda su origen», dijo Muñoz.
Anamuri decidió que 2014 será «el año de restauración», una campaña de voluntariado que se iniciará el 4 de enero con un viaje a desmalezar e iniciar la reparación de lo más urgente: la techumbre.
«Este es el sueño de tener un instituto para la conservación de esa agricultura que las mujeres saben hacer, que sea realmente confiable desde el punto de vista de la salud, de los nutrientes», afirmó Muñoz.
En la historia de la agricultura chilena, el hombre siempre dominó la escena, con la mujer «relegada al ámbito doméstico, el procesamiento de alimentos, la mantención de la casa y la crianza de animales menores», dijo a Tierramérica el antropólogo Juan Carlos Skewes.
Pero «está olvidada su contribución, para mí fundamental, al trabajo agrícola y al proyecto de desarrollo alternativo que es la huerta», añadió.
«Cada huerta, cada práctica de cultivos familiares campesinos, supone biodiversidad, conservación de material genético, posibilidad de reproducir la semilla y de hacer mejor uso de los recursos locales», explicó Skewes, director de la Escuela de Antropología de la Universidad Alberto Hurtado.
También está allí el espacio para «articular mejor los recursos, el autoabastecimiento y el fortalecimiento de una economía local», agregó.
«Entonces, sumando, te das cuenta que hay proyectos autonómicos, hay capacidad de autogestión, de autosostenimiento, de manejo de material genético no modificado y se da una suerte de posibilidad de contrarrestar, resistir o desafiar los procesos industriales tanto de la agroindustria como de la industria del procesamiento de alimentos», completó.
Para el experto, en estas dimensiones «tremendamente contemporáneas» el jugador clave «pasa a ser la mujer campesina, organizada bajo la forma de protección de las semillas para el autoconsumo y el manejo sostenible de la agricultura».
En Anamuri, el año que comienza es esperanzador. Confían en que el nuevo gobierno, encabezado por una mujer, la socialista Michelle Bachelet, les abrirá puertas para desarrollar mejor su trabajo.
También confían en el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas, que declaró 2014 Año Internacional de la Agricultura Familiar, al que ellas añaden el apellido «Campesina».
«Hay mucha gente que está retornando al campo, por lo tanto hay esperanzas», concluyó Rodríguez. «Sabemos que haremos patria en nuestra parcela de Auquinco».