La única verdad que tenemos es la que creemos. Así, pues, propongo un futuro que comienza con la aventura de hoy, con la inmensa alegría que nos da este abuso de realidad.
Ileana Ruiz
La aventura viste bien
Mirándose al espejo, el nieto pequeño preguntó:
Abuela, ¿qué libro me queda bien con esta ropa? Es que hoy quiero vestirme como mi primo y él, para salir, siempre se pone un libro en la mano.
Cuatro años más tarde pide de regalo de cumpleaños un libro de aventuras. ¿Cuál mejor que uno de Julio Verne, nacido también un 8 de febrero?
Trepado en este segundo vagón del año, Julio Verne (1828-1905) y sus Viajes Extraordinarios, nos aproxima a la ciencia de la manera más seductora: la literatura.
Vitalmente hemos recorrido territorios de sufrimiento ignoto, fronteras crepusculares con amaneceres de ternura, nos hemos extraviado buscando a tientas algún encuentro de la mano de Miguel Strogoff, El correo del zar.
Junto a Lidenbrock, hemos compuesto en claves y partituras plagadas de corcheas enmudecidas y fusas herméticas, nos hemos orquestado y de vez en cuando nos ha tocado un solo de cuerdas musculares tensas con respuesta de marimba en un Viaje al centro de la tierra.
Nos hemos paseado por lienzos, cartulinas, paredes tomadas por óleos, acuarelas y frescos; nos hemos puesto en la escena del trajín cotidiano, armado la tramoya espectacular a media luz y sin sombrero, repetido el parlamento irreverente del arte protesta, el drama contestatario, la tragedia nuestra de cada noche que plaga de pesadillas el insomnio semejantes a las enfrentadas por Nemo en su Nautilus que recorre Veinte mil leguas de viaje submarino.
También hemos danzado contemporáneamente por las calles con música de fondo del recuerdo póstumo y completado el dueto perfecto con el nieto en brazos, hemos producido el corto más contundente en el adiós del portazo y el documental con la fotografía perfecta de los abrazos dados esperando puntualmente a Phileas Fogg y a Jean Passepartout mientras dan su Vuelta al mundo en 80 días.
Buscamos, con Joam Garral el lugar preciso para perpetuarnos, el hogar donde radicarnos con nuestros ímpetus y calmas, nuestros rasgos impertinentes, nuestra ética sin moral, el candelabro encendido al que nos aferramos mientras navegamos en La jangada queriendo ver con los ojos cerrados las cartas enamoradas de todas las épocas y nuestro erotismo que yace tras el texto.
Gracias a la lectura verniana, podemos andar por esotéricos paisajes que nunca sin ella caminaríamos. De vez en cuando se nos viene encima la ficción de este romántico y callado científico con todo su saber acumulado y también el que se le ha escapado por alguna rotura de los bolsillos del alma que explora un método eficaz para, alcanzándose, salir sin lesiones del duelo literario.
En este retraimiento ansioso, el escritor se da a la tarea de decir lo que calla y oculta el porvenir.
Mas cada quien escucha en su contexto, interpreta lo leído bajo la óptica de su experiencia. La lectura siempre provoca reacciones, producciones, variaciones sobre el mismo tema que recurren con ganas de vuelo y vocación de ancla.
Siempre existe un fragmento, un párrafo, una escena que promete una próxima entrega: evidencias resguardadas, exaltación de los sentidos.
A quienes leemos nos toca flirtear con la idea de sucumbir al vértigo y dejar que la fantasía nos pierda en su vorágine.
Nada hay más ficticio que la realidad
Después de escuchar un capítulo de Cinco semanas en globo, un niño alza la mano e inquieta con sus preguntas:
Maestra, ¿nosotros somos de verdad? ¿Esto nos está pasando? ¿O es que alguien nos inventó?
La verdad jamás miente pero a veces se engaña al creerse los deseos como si fuesen augurios de realidad y no sólo sinceras intenciones.
La verdad es una construcción colectiva, conocimiento empírico levantado a mano. No se avergüenza de mostrarse tal cual es aunque sabe que desengaña a quienes padecen de invasiva y sistémica credulidad crónica.
En la niñez cabalga a lomo de la fantasía, obedece a las intuiciones pero al llegar a la adultez se rompe el delgado hilo que la sostenía y cae en el abismo del embuste argumentado de quien tiene la mentira como forma de sustento.
En la adolescencia es un amor eterno que dura lo que un encandilamiento cuyo empalago se corrige con una pizca de sal en los ojos. La herida producida por el destello filoso de una verdad a medias deja una fina cicatriz que nos saca una sonrisa al evocar su recuerdo con unas cuantas canas de más.
Tiene su génesis en una triste hipótesis que hay que científicamente demostrar para que sea presentable en sociedad y por tanto creíble. No hay nada más alejado de quien ama que la razón de una verdad repetida cien veces hasta convertirse verdaderamente en mentira.
Excelente articulo, me gustó la caricatura , ha sido publicado en mi blog para mañana,http://julesverneastronomia.blogspot.com