Philippe Faucon, cineasta franco marroquí que ha tratado a lo largo de su carrera temas tan conflictivos como la guerra de Argelia («La trahison» 2006, la inmigración «Fátima» 2015 y «Amin» 2018, el terrorismo islamista «La desintegración» 2010, o el conflicto israelo palestino «En la vida» 2007), vuelve ahora sobre el tema de la guerra de Argelia, pero desde un ángulo bien preciso y no menos polémico: los harkis, y una vez más con una mirada centrada en la humanidad de sus personajes, en la que sin disculpar a nadie prefiere no tomar partido, pero en donde denuncia sobre todo la mentira del Estado francés.
Con «Los harkis» emprende Faucon una tarea doblemente difícil que es la de buscar comprender con la ficción, el comportamiento de los harkis, a través de tres o más bien cuatro personajes simbólicos.
Tarea difícil pues los harkis son los «colaboradores» del ejército colonial en su propio país, los que servían de guías y traductores en los interrogatorios, matanzas y torturas y que fueron perseguidos al final de la guerra por los revolucionarios argelinos y traicionados en Francia por el mismo general De Gaulle que había prometido protegerles.
Difícil desafío el de crear empatía con esos personajes presentados al mismo tiempo como verdugos y víctimas de la guerra. Dos de ellos enrolados en el ejército francés para escapar a la miseria provocada por la explotación agrícola colonial, otro de ellos un fellagha torturado, que para salvar su vida traiciona a los suyos e integra la harka 534 (regimiento auxiliar móvil compuesto por harkis al mando de oficiales franceses), otro de ellos se enrola para vengar a su hermano harki decapitado por el FLN.
Los harkis eran ciudadanos argelinos, tropas auxiliares musulmanas enroladas por el ejército francés para combatir contra el FLN, Frente de Liberación Nacional Argelino. En versión colonial francesa se trataba de combatir a los «fellagha» (sinónimo de bandidos) o guerrilleros. En el lenguaje colonial, Argelia era francesa, aunque los «harkis» eran utilizados como carne de cañón y ciudadanos de «segunda».
Con un relato de gran sobriedad en el que la violencia de la guerra es sugerida y solo mostrada explícitamente a través de dos secuencias importantes: la decapitación de un harki, y la tortura de un felagha por el ejército francés en presencia de varios soldados harkis, Faucon intenta comprender las causas que llevaron a esos hombres a aceptar el horror.
Hay que reconocer que Faucon tiene el mérito de abordar con valentía temas «tabús» en esta Francia cuyo pasado neocolonial sigue teniendo un peso enorme haciendo perdurar los prejuicios y el racismo cotidiano contra la población de origen magrebí y cuando el tema de la inmigración sigue siendo hoy caldo de cultivo de la extrema derecha neofascista y de la derecha en el poder.
SI en la primera parte asistimos al proceso de incorporación de esos personajes en el harka, en la segunda parte se relata la inquietud de los harkis ante el proceso de negociación entre De Gaulle y el FLN que condujo a los acuerdos de Evian y a la proclamación de la independencia de Argelia. La película relata también cómo se organizó una red clandestina para pasar a Francia a aquellos que no habían sido autorizados a salir del país
Faucon muestra como «Los harkis» fueron traicionados por el Estado francés y solo una parte de ellos fueron repatriados al continente, mientras que se estima (según las fuentes) entre 35.000 y 80.000 el número de víctimas harkis de la represión en Argelia tras la liberación, provocando un verdadero éxodo hacia Francia que desbordó las previsiones de las autoridades coloniales.
Los harkis pasaron así de ser «soldados franceses de segunda» a ser «inmigrantes indeseables» en esa Francia que antes decía ser su madre patria. La discriminación y la «acogida» de miles de harkis fue brutal, instalados en el campo de concentración de Rivesaltes, cerrado tan solo en 1976. Campos tristemente célebres por haber internado en 1939 a los combatientes republicanos antifascistas que llegaban a Francia en la Retirada para escapar a la represión franquista.
Si todo comportamiento humano es explicable, a mi entender no puede en ningún caso justificar las teorías de la responsabilidad compartida en la violencia de las guerras coloniales. En ese sentido, la película de Faucon es muy probable que sea mal recibida e interpretada tanto en Argelia, como en Francia, pues todavía hoy siguen abiertas las heridas abiertas por la violencia colonial.
Conviene recordar que en la Francia colonial y postcolonial las mejores películas sobre la guerra de Argelia fueron prohibidas durante largos años por la censura, entre ellas «Una nación, Argelia» 1954 o «Avoir vingt ans dans les Aures» 1971, ambas de René Vautier, «La batalla de Argelia» 1966 de Gillo Pontecorvo, «Le petit soldat» 1960 de Jean Luc Godard, «Argelia año cero» 1962 de Marceline Leridan-Yvens y Jean Pierre Sergent…
Numerosas han sido las ficciones y documentales que han explicado y condenado la violencia del colonialismo francés en Argelia, la guerra sucia y la práctica sistemática de la tortura. Muchas de esas películas, de escasa distribución, son prácticamente invisibles todavía hoy en las salas de cine y en la televisión francesa.