Cada vez nos interesa menos el pasado. No a los historiadores —que tenemos, eso sí, el defecto de no haber sido capaces de hacérselo entender a la sociedad civil—, sino a los ciudadanos. Cada vez es mayor el interés de quienes se acercan al pasado, sin hacernos caso a los historiadores, por juzgarlo en lugar de comprenderlo, por recluirlo en los esquemas mentales de cada grupo social ideologizado, de cada individuo ajeno a la Historia.
Viene todo esto a cuento de una serie que Movistar ha producido y exhibido y que mantiene en sus plataformas para que sea degustada por quien quiera y pueda. Una serie que sí se interesa por el pasado. Hablo de la magnífica Conquistadores Adventum. Por cierto, lo de adventum, como título, me parece una palabra impactante, como la propia serie, pero imagino que para la inmensa mayoría de los telespectadores resultará incomprensible. Una palabra en latín, eso sí que es vintage. Sigo.
¿Qué nos cuenta Conquistadores Adventum? ¿Qué nos explica?
Antes que nada, habría que determinar si lo que quiere la serie de Movistar es contarnos algo, narrarnos una historia cinematográficamente (televisivamente, si se quiere), o si lo que pretende es explicarnos algo que ocurrió, narrarnos el pasado de forma comprensible tras comprenderlo, es decir, hacer Historia, usar ese oficio, mi disciplina de historiador, con el fin de que los telespectadores aprendan a entender lo que tuvo lugar en un momento determinado.
Y yo creo que Conquistadores Adventum pretende ambas cosas. Y las logra. La primera, por medio de una capacidad narrativa dotada de una categoría estética y un nivel de entretenimiento de enorme interés, gracias a un diseño de producción poderosamente ajustado a lo que se pretende y una realización soberbia, majestuosa por momentos, personal pero no personaloide, artísticamente impecable, plena de ritmo y con un sabor de cine de aventuras perfectamente tamizado por la segunda vertiente de la serie, su pretensión de explicar lo que ocurrió cuando la Corona de Castilla, sus reyes, decidieron averiguar qué era aquello que anunciaba Cristóbal Colón y luego acometer su conquista. Y ahí, en esa faceta de trabajo de historiador que nos presenta Conquistadores Adventum, el trabajo resultante vuelve a resultar brillante.
Lo que nos explica la serie —a través de una narración cinematográfica que no tiene nada de documental sino que es más bien una película de ficción fundamentada en ese uso posmodernista de la Historia que estuviera tan en boga hace unas décadas— es ni más ni menos que una gesta que es tenida por genocidio por muchos, un genocidio que es tenido por gesta por muchos. Y, en medio, desde la certeza de entender qué es lo que pasó, qué permaneció y qué cambió de aquello que se quiere entender, el historiador que suele recibir el insulto de equidistante cuando en realidad no está entre dos posiciones, sino que simplemente las encaja en su proceso de estudio, el historiador, digo, va acopiando a la narración de aquellos hechos cuanto va comprendiendo para explicárselo a la sociedad civil en la que vive. Lo que nos explica la serie, finalizo, fue el proceso inicial por medio del cual buena parte de lo que conocemos como América se incorporó a los dominios de los gobernantes hispanos, por medio del uso de la conquista asociada al mero descubrimiento de aquellas tierras y aquellas gentes. Un proceso cultural de aculturación que incluyó, como siempre en la historia de los humanos, la guerra, la dominación y la explotación económica. Son aquellos los tiempos en los que se produce la gran expansión europea, de la que es especial y destacado protagonista la Corona de Castilla, que llega hasta Asia después de descubrir todo un continente.
He hablado de Conquistadores Adventum como si hubiese sido hecha por Movistar, y no por personas. Algunos nombres de los artífices principales de esta serie memorable son su director, por supuesto, Israel del Santo; el responsable de la dirección artística, Matteo Mariotti; así como todos sus actores, TODOS, incluidos los muy secundarios que interpretan magníficamente a los indígenas del Nuevo Mundo con los que los expedicionarios hispanos negocian, combaten y en ocasiones se divierten. Destaco de entre los actores, por citar sólo representativamente a dos, a quien interpreta al bestial Alonso de Ojeda, Roberto Bonacini; y al encargado de dar vida al inclasificable cronista Antonio Pigafetta, Juan Díaz.
Y estas son las dos caras esenciales de la gesta genocida (uso el marbete con algo de sorna pues es imposible que fuera ambas cosas), la de Ojeda y su bárbara forma civilizada de acometer lo que no habría podido saber hacer de otro modo, la dominación de un territorio extraño, y la de Pigafetta y su acerada y firme participación atenta en el mayor viaje que hasta entonces hubiera tenido lugar, el de Magallanes. Dos caras repletas de matices, porque el pasado nunca es algo que ocurre en blanco ni algo que ocurre sólo en negro.
Aparte de ser escrito con poco estilo habla de genocidio. Evidentemente el autor de este infumable texto no ha salido de su pueblo pues ignora la increible mescolanza racial existe pir esos lares. Pocos defectos se me ocurren más penosos que la ignoracia encubierta falsamente de erudición. Lamentable.
Evidentemente, no has leído el texto. Desgraciadamente, lo criticas sin haberlo leído.