En Cañamero, alguien nos dice que se llaman –o los llamábamos– muros a piedra vana. Pero esa expresión –más relacionada quizá con los tejados a teja vana– parece olvidada.
Las construcciones rurales y paredes de piedra sin mortero o argamasa –que existen en el pueblo desde tiempo inmemorial– han tenido siempre múltiples usos: delimitar fincas y caminos, contener tierras frente a las riadas de agua, hacer cuadras, gallineros, pozos y brocales de pozos, bujhíos (bohíos), callejas y callejones, casas en el campo, la base de algunos chozos u otros refugios de pastores.
Se trata de un arte muy extendido también por otros lugares. Es una técnica secular. En Extremadura existen media docena de conjuntos arquitectónicos contruidos de esa forma que están declarados Bien de Interés Cultural.
En noviembre de 2018, el Comité de Salvaguarda del Patrimonio Cultural de la UNESCO inscribió en su lista ese arte tradicional, quizá utilizado desde tiempos prehistóricos.
A esa adscripción internacional se unieron Irlanda, Francia, Grecia, Italia, Suiza y algunos países balcánicos.
En España, vemos ejemplos distintos a lo largo de caminos, rutas y carreteras. Especialmente, en Andalucía, Galicia, Extremadura y en las cuatro comunidades autónomas que conformaron el antiguo Reino de Aragón, sobre todo en las Baleares.
En su día, todas esas regiones españolas pidieron su reconocimiento en el listado patrimonial de la UNESCO. A pesar de contar con construcciones significativas, Castilla y León quedó fuera porque sus autoridades no presentaron una demanda formal detallando su patrimonio de paredes y construcciones pastoriles de piedra seca.
Porque así es como es conocido ese tipo de arte: hablamos de los muros de piedra seca. En Cañamero, delimitan partes del robledal de la Madrila y de los lotes de la Colonia; lo mismo que otras zonas, como varios callejones, frecuentes en los alrededores, la dehesa boyal o el alcornocal. En ciertos puntos de esas partes del pueblo, los muros de piedra seca son el alma del paisaje.
La pregunta inmediata es si todas las piedras utilizadas en esas paredes cañameranas de piedra seca estaban ya aquí, en las Rañas o en las pedreras de nuestros canchos o vinieron de otros sitios.
Federico Copé (79 años), que tiene una gran experiencia en ese asunto –porque trabajó en ello desde muy joven– recuerda un episodio de hace más de medio siglo:
–Trajeron al pueblo sesenta y cuatro camiones de piedra para hacer paredes. Nosotros, las trabajábamos y las metíamos en majanos.
Felipe Frade, que era propietario de un camión, se encargó de casi todos aquellos portes de piedras que venían de otros pueblos. También hubo otros transportistas que hicieron lo mismo, como Salvador Gómez el Sordo, y Adrián, un señor de Logrosán que tenía una camioneta.
–Iban por las piedras a pueblos que están de Zorita para abajo. Decían que eran de pizarra distinta, piedras mejores, según recuerda Copé. Entre las canteras de pizarra de Extremadura, se citan las de Villar del Rey (Badajoz) que son de las más antiguas de Europa. Se dice que ya las explotaron los romanos para la construcción de Emérita Augusta (Mérida).
Juan Gil Montes, geólogo, que tiene la misma edad que Copé, cree posible que hace décadas trajeran a Cañamero piedras distintas y de mejor calidad.
–En lo que se refiere a la pizarra, hay que tener en cuenta que la lluvia y otros meteoros degradan la calidad de las piedras más superficiales. Cuanto más profunda se encuentra, más se endurece por la presión y la ausencia de meteorización. Por eso es muy posible que trajeran las piedras pizarrosas de otras canteras con las rocas más profundas y por tanto con mayor dureza, precisa Juan Gil.
Juan también nos dice que el cuarzo, uno de los componentes habituales de las piedras de cuarcitas, tiene una dureza de 7 sobre 10 en la escala de Mohs, que es una clasificación científica de la dureza de los minerales.
Las cuarcitas conforman los riscos y crestas característicos de Las Villuercas, lo mismo que en los montes Apalaches de Estados Unidos y en determinados paisajes de Mozambique, en África oriental.
Hace un siglo, en los lotes de Cañamero se hicieron decenas de kilómetros de muros de piedra seca, con el material que se encontraba en la comarca o que trajeron de fuera. Se hicieron muros de separación y taludes de contención.
Con dicha técnica tradicional se hicieron, además, la mayoría de las casas de la Colonia. Y tiempo más tarde muchas casas nuevas se elevaron sobre aquellos principios pétreos. Y de ese modo están hechas nuestras características callejas, con muros paralelos de piedra seca a un lado y otro del camino correspondiente.
En Cañamero, casi no hay granito. Abunda más allá, hacia Trujillo y los Llanos de Cáceres. Lo hay también en Logrosán, donde lo utilizaron quienes tenían medios y fortuna. «El granito llamado de dos micas», señala Juan Gil.
En la documentación aportada para la declaración del Geoparque Villuercas-Ibores-Jara, hubo que responder a preguntas concretas que tienen que ver con este tema: los técnicos de la UNESCO pidieron que se citara si en la comarca había muros y construcciones de piedra seca.
Copé nos pone de ejemplo de construcción de piedra seca el ya casi olvidado Corral de Vacas, aunque había otros corrales significativos hechos de forma distinta. Con tapiales de tierra comprimida o de adobe, como el viejo Corral del Concejo, cerca de la ermita de Santa Ana, donde se dejaban los animales sueltos que andaban por ahí perdidos. Si era un animal que había causado algún destrozo, el dueño no podía recuperarlo hasta que pagaba los daños.
Desde hace años, la potencia de riadas y tormentas está derribando parte de ese patrimonio característico. Quizá no lo hemos valorado lo suficiente y pocas veces se rehacen como deberían nuestros muros de piedra seca. En otras ocasiones, se sustituyen por materiales industriales o menos naturales.
En el pasado, había buenos especialistas, como Copé o tío Quico Perruna, quien fue un gran constructor de muros de piedra seca. Y por lo que nos cuenta Jesús Vargas, que fue su ayudante, también un hombre sabio a la hora de romper las piedras cuando y cómo hacía falta:
–Rompe buscando la jhienda. Rompe con la maza, pero escuchándola, para saber cómo se va a partir la piedra. Cuando das el primer golpe, la piedra te hablará para que sepas cómo seguir. Las piedras te hablan, le decía tío Quico a Jesús.
Desde luego, ese principio casi filosófico es confirmado como geólogo por Juan Gil:
–A nosotros, los geólogos, las piedras nos hablan, desde luego, sean de origen marino o magmático. Cada una tiene unas características. Así que las piedras te hablan de su origen: sedimentario, del fondo del mar, etcétera. Están constituidas por capas distintas, a veces finas. Al dar un golpe fuerte la piedra se va a fracturar por la zona que separa unas capas de otras. Y el ruido que produce el golpe te dará a entender si la fractura va a ser transversal o longitudinal, cada una con diferente dureza. Otros, a los planos de rotura, los llaman hilos o capas, que separan los diferentes estratos. El ruido será diferente, según las diaclasas (grietas) que se han formado por compresión, esfuerzos tectónicos o plegamientos orogénicos.
En geología, se estudia esa tendencia o capacidad de una roca para romperse siguiendo determinadas líneas o planos de fractura. La jhienda es el término cañamerano para lo que los geólogos llaman fisibilidad.
Desde luego, las piedras nos hablan y no sólo cuando usamos la maza para buscar su jhienda. Nos hablan los muros de piedra seca que perviven en el tiempo y que nos recuerdan a quienes los construyeron. Configuran el alma y la armonía de buena parte de nuestros paisajes.
*** Este artículo se ha publicado en julio de 2024 en el número 7 de la Revista de Cañamero, publicación local anual que edita el Ayuntamiento de Cañamero (provincia de Cáceres, Extremadura, España).