Para hacer memoria oficial de lo que sucedió políticamente en España desde un lustro antes de la muerte de Franco a nuestros días, nadie mejor que el decano de los cronistas parlamentarios, Fernando Jáuregui (Santander, 1950). Se hacía esperar el libro que ahora acaba de publicar Almuzara y que el periodista ha titulado Historia vivida de España: de Franco a Podemos, 1970-2020, sin entender por qué entre los años vividos figuran los que están por vivir y deseo bienviva mi estimado colega.
El libro se presentó hace días en Madrid, oficiando la ceremonia a tal efecto y en la sede oficial -como hace al caso de los que se cuenta- el presidente del Congreso de los Diputados, los exministros Martín Villa y Pimentel, Pérez Rubalcaba, Miguel Herrero y el diputado Josep Antonio Duran i Lleida. Un grupo, como se aprecia, que por su trayectoria y curtido pelaje político en los más veterano no podía hacer otra cosa que sentirse protagonista de lo vivido y recrearse también con la vista atrás, sobre la tantas veces elogiada como modélica Transición. Tan modélico fue, se dijo, que hasta se estudia en el extranjero, y resulta incomprensible –también se dijo- que ahora vengan “los de la Puerta del Sol a decir que la democracia sólo la han traído ellos”. (No podía faltar una alusión de ese tipo entre quienes se están viendo rebasados por la historia que fluye).
Centrar en el rey, Suárez, Carrillo, Martín Villa, Herrero de Miñón y otros políticos del postfranquismo la llegada y el protagonismo de la Transición en España es tan erróneo como dejarlo en exclusiva en manos del pueblo soberano. “Los de la Puerta del Sol” no han dicho nunca que la democracia la hayan traído ellos, sino que el régimen de 1978 está en extinción manifiesta. Y cuando se ha llegado al punto en que nos encontramos, con una grave corrupción estructural y más de media juventud en paro, deberíamos analizar las bases sobre las que se fundamentó el actual sistema político, porque soy de los que piensa que de aquellos polvos provienen estos lodos.
Bien está que Jáuregui nos cuente, por su muy intenso cometido periodístico en la cancha política desde puestos directos en diversos medios y durante más de cuarenta años, la intrahistoria confesable de los gobernantes, los gobiernos, las corruptelas, el oscuro asuntos de los GAL o algunas peculiaridades de los diputados más descollantes en el transcurso de esa larga etapa. Sabe hacerlo y lo hace en ocasiones con gracia porque domina el oficio y tiene buena documentación, pero me parece deplorable que dentro de la historia vivida que ha suscrito como cronista parlamentario queden al margen las páginas nada modélicas de la violencia institucional o para-institucional entre 1975 y 1983.
En ese sentido, no cabe calificar a don Manuel Fraga, por poner un ejemplo, como ser entrañable y dejar al margen que bajo su gestión como ministro de lo que entoces se llamaba como Gobernación la policía mató a varios obreros en Vitoria en 1976. Tampoco pasar por alto que, junto a la violencia bien reconocida y recordada de ETA, la “modélica” Transición española tiene registrados hasta 188 asesinatos, imputables a lo que se llama violencia política de origen institucional.
Ya que en su memoria no constan, no debió leer tampoco Fernando Jáuregui el libro de su colega Sánchez Soler La transición sangrienta. Una historia violenta del proceso democrático en España (1975-1983). En sus páginas leemos que ese tipo de violencia “incontrolada” quedó en no pocos casos impune, como en los que costaron la vida a Carlos González y Norma Menchaca, sin que jamás fueran detenidos los asesinos. A ellos hay que sumar la lamentable forma en que se dilucidaron a la postre las penas contra los terroristas que mataron a los abogados de la calle Atocha o el porvenir que “soportó” Emilio Hellín, el secuestrador y asesino de la joven Yolanda González, quien tras unos años de cárcel acabó asesorando a la Guardia Civil en cuestiones de terrorismo y crimen organizado.
No he terminado aún el voluminoso libro de Jáuregui, pero me parece que dejar sin crónica esa otra Transición vivida por quienes asistimos a ella desde el mismo oficio, no es lo propio de un periodista atento a la realidad social. Puede que sea un efecto de la deformación profesional propia de quienes han sido tanto tiempo cronistas parlamentarios de ese periodo llamado a morir de nuestra historia reciente. ¿Ha sido, al cabo, por esta perceptible agonía por lo que Jáuregui ha subtitulado “De Franco a Podemos” su crónica? Tal parece, a no ser que empleara el nombre del nuevo partido de Pablo Iglesias -del que apenas habla- como gancho comercial para la portada. Al fin y al cabo, si Podemos da audiencia en las tertulias televisivas, ¿por qué no va a vender libros con sólo mentarlo?