En la primera parte de este texto se explicaba el surgimiento de las bibliotecas públicas en España, más tardío que los países anglosajones, y su vinculación a los procesos de desamortización eclesiástica. Hay un largo camino que va de la Ley de Instrucción Pública (1857) del ministro de Fomento, Claudio Moyano; pasa por el decreto de 1869, que crea las bibliotecas populares; y conduce a la creación de las bibliotecas públicas en el siglo XX. Ese proceso se apoya en la legislación promovida entre 1911 y 1915. Cataluña fue pionera en el impulso creador de una red de bibliotecas públicas.
Inocencia Soria1
En la primera parte, señalaba el gran esfuerzo llevado a cabo en la Segunda República. Un impulso que alcanzó a todo el país, donde el 40 por ciento de la población era analfabeta. Sobre el caso de la Biblioteca de Vallecas, ya precisaba en la primera parte que la inauguración final no tuvo lugar hasta noviembre de 1933.
Los primeros pasos
Apenas aprobado el decreto en junio de 1932, el Ayuntamiento vallecano solicitó la creación de su biblioteca municipal en el marco de una política más general llevada a cabo en la etapa en que fue alcalde Amós Acero: pavimentación de calles, alcantarillado, enganche de las tuberías del Canal de Isabel II, obras de consolidación del matadero, eliminación de vertederos y apertura de numerosas escuelas (Bóveda 2009, 127).
Según informa el periódico La voz en su edición del 12 de septiembre de 1933, se aprueba unánimemente en el pleno del Ayuntamiento, con la asistencia de 16 concejales, la aceleración de las obras para la instalación de la biblioteca municipal y el nombramiento del archivero-bibliotecario para el día 15 del mismo mes. En la misma noticia se da cuenta de las muchas gestiones de la alcaldía ante el Ministerio de Instrucción Pública para la instauración de un instituto de segunda enseñanza con capacidad para 300 alumnos argumentando que “los vallecanos tienen puestas sus esperanzas en lo porvenir en este instituto, en el que sin grandes sacrificios económicos podrán dar a sus hijos una enseñanza que hasta ahora les ha estado vedada”. Desafortunadamente tan buenos propósitos no tuvieron éxito y la gente de Vallecas tendrá que esperar hasta la construcción del Instituto Tirso de Molina en 1968 para poder cursar educación secundaria en un centro público en su barrio.
La biblioteca se instaló, junto a la casa de socorro, en los bajos de la Casa Consistorial que se había trasladado del Pueblo de Vallecas al Puente (reivindicación que los habitantes del Puente arrastraban desde el siglo XIX y que finalmente se había aprobado el 31 de diciembre de 1931 quedando en el Pueblo una Tenencia de Alcaldía). En ese mismo edificio, ubicado al final del Bulevar de Peña Gorbea, en la actual calle Puerto de Monasterio, todavía funciona hoy la Biblioteca Municipal y el Centro Municipal de Salud mientras que las dependencias municipales se trasladaron a la Avenida de la Albufera en julio de 1946, siendo alcalde Alfonso Vázquez González (Elorriaga 2001, 249).
La prensa se hizo eco de su inauguración. El 13 de noviembre de 1933 a las seis de la tarde en una sesión solemne con la asistencia de Don Antonio Zozaya, presidente de la JIAL, Miguel Artigas, director de la Biblioteca Nacional y Amós Acero Pérez, alcalde de Vallecas.
Al día siguiente comenzó a prestar sus servicios. Abría todos los días laborables por la tarde. La sala de lectura tenía capacidad para un máximo de 78 lectores, agrupados en diferentes mesas del siguiente modo: varones adultos, señoritas, jóvenes y niños. En lugares visibles se situaban las advertencias al lector sobre cuidado de los fondos y comportamiento en la sala de lectura.
De “primera categoría”
Para facilitar su organización, la JIAL había establecido dos categorías de bibliotecas municipales atendiendo a la importancia del municipio, población y administración de las mismas. Tanto la Biblioteca de Chamartín como la de Vallecas estuvieron consideradas como de “primera categoría”.
Las de primera categoría contaban con una dirección técnica solvente, es decir con un bibliotecario profesional perteneciente al Cuerpo Facultativo, y tenían preferencia en el incremento de fondos, porque ofrecían más garantías en el cuidado y uso del patrimonio.
En uno de sus viajes, el inspector Juan Vicens, alabando la buena organización de la biblioteca de Tineo en Asturias, escribe “La biblioteca está instalada, organizada y cuidada de modo verdaderamente magnífico; será desde luego candidata a la primera categoría y hay que compararla con las de Vallecas, Cabra, Tarazona, Marchena, etcétera” (Vicens 2002).
En su segundo viaje de inspección a Málaga en septiembre de 1935 abunda en esa idea: “Creo que será indispensable establecer, según varias razones, categorías entre las bibliotecas y establecer algunas normas distintas para cada categoría. Por de pronto, nos encontramos con unas cuantas bibliotecas, en gran número, situadas en pueblos grandes, importantes y ricos, con una vida más compleja; donde hay no sólo agricultores, sino estudiantes (incluso Instituto), empleados de comercio y banca, etcétera. En varios de estos pueblos (Antequera, Cabra, etcétera) debería haber una biblioteca importante del Estado y un facultativo. (…) Es claro que estas bibliotecas deben tener un régimen especial, deben recibir muchos más de 500 volúmenes, etcétera. Esto realmente está previsto con las bibliotecas de primera categoría. Algunas, como las de Chamartín, Vallecas, etcétera, han recibido en realidad ese trato excepcional (Vicens 2002).
Las Memorias de la Biblioteca
Los responsables de las bibliotecas debían remitir extractos trimestrales y resúmenes anuales recogiendo los lectores en sala y a domicilio junto con las obras servidas ordenadas temáticamente. Aunque siempre hubo problemas para reflejar estadísticas, algunos bibliotecarios más cualificados realizaban escrupulosamente esa tarea como los de Vallecas o Chamartín de la Rosa.
La Junta de Intercambio y Adquisición de Libros (JIAL) publicó dos Memorias de la Biblioteca Pública Municipal de Vallecas, ambas redactadas por su director, Felipe Matéu y LLopis. La primera, apareció como “Publicación núm. 10“ en 1935 y comprendía las actividades de mes y medio del año 1933 y todo 1934; la segunda correspondiente a 1935 fue publicada en 1936 como “Publicación núm. 12“.
La Junta de Biblioteca
El decreto de Bibliotecas Municipales establecía también que el régimen de la biblioteca debía estar confiado a una junta formada por un máximo de 10 vocales, en la que debían figurar, además de la representación del Ayuntamiento, asociaciones culturales o vocales por parte de los obreros y los patronos, así como personas destacadas por su competencia para conseguir “una institución neutral y abierta a todos”. De hecho, las solicitudes de creación debían ir acompañadas por certificados que acreditasen la población, características del local, mobiliario y capacidad de la sala, así como el acta de constitución de la Junta de Biblioteca.
En Vallecas la Junta de Biblioteca, en el momento de la publicación de la primera memoria, estaba compuesta por 5 miembros: Eustaquio Pardo Zurilla como presidente, Antonio Gutiérrez Ballesteros como secretario, Rufino Oyague Corral, Federico Montero Prieto y el propio bibliotecario Felipe Mateu y LLopis.
Eustaquio Pardo Zurilla era en 1935 alcalde interino de Vallecas. El 10 de octubre de 1934, el gobierno civil de Madrid había cesado fulminantemente al alcalde electo Amos Acero y a todo el Consejo Municipal con el pretexto de que había apoyado la huelga general de Asturias, nombrando una Gestora encabezada por Eustaquio Pardo Zurilla que había sido recaudador de cedulas personales en 1931 en Vallecas y, que se encargó, después de la guerra civil, de la jefatura superior de policía de Valencia.
El secretario de la Junta, Antonio Gutiérrez Ballesteros era a su vez el secretario del Ayuntamiento. Hombre afín a las derechas pero muy agradecido a Amós Acero firmó en 1940 durante el proceso contra éste, un aval para intentar (sin éxito) que se conmutara la pena de muerte impuesta al que fue alcalde de Vallecas (Bóveda 2009, 291).
Los fondos de la biblioteca y su Libro de Registro
Aunque, según el decreto, a los municipios superiores a 3000 habitantes, como era el caso de Vallecas, les correspondía un lote fundacional de 500 volúmenes, en realidad le fueron concedidos después lotes complementarios. Además en 1934 la corporación de Vallecas dedicó 986,40 pesetas a la compra de nuevas obras y en 1935, otras 1500 pesetas.
A 31 de diciembre de 1934 la biblioteca contaba con 2059 ejemplares en su registro de entrada reunidos en el espacio de catorce meses y medio, pues la primera adquisición realizada por la biblioteca data octubre de 1933. La procedencia de los fondos figura en tres conceptos: donativos, compra e incorporación. El concepto de incorporación se refería a más de 640 obras que ingresaron procedentes de una biblioteca circulante que funcionaba en una escuela municipal del distrito centro.
El 1 de octubre de 1933 se anotan las primeras adquisiciones procedentes de la JIAL en el Libro de Registro de la Biblioteca. Con el número uno se inscribe El libro y la imprenta del editor Francisco Beltrán; con el número dos, la obra de Chavigny Organización del trabajo intelectual publicada por la editorial Labor en 1932.
Con todo, la bajada de los presupuestos dedicados a bibliotecas durante el Bienio Conservador se dejó sentir en el modesto incremento de las adquisiciones. Durante 1935 la Biblioteca Municipal de Vallecas pasa de tener 2059 volúmenes a 2593.
La JIAL centralizaba las adquisiciones para conseguir mejores precios. Los títulos de los lotes eran similares aunque atendía también desideratas de las bibliotecas y propiciaba el intercambio de ejemplares repetidos y sobrantes en los distintos centros. La mayoría de las obras eran de carácter literario, antiguas o modernas, y preferentemente españolas pero había asimismo obras de carácter enciclopédico, histórico, científico o culturales. Abundaban los cuentos infantiles que en Vallecas tuvieron mucha aceptación a juzgar por las anotaciones que aparecen en septiembre de 1934 en el Libro de Registro dando a los Cuentos de Calleja, Caperucita, Cenicienta, Pulgarcito y Pinocho como “Inutilizados por el uso infantil”.
Entre los primeros donativos de particulares se encuentran: un Diccionario de la lengua española donado por Manuel Biencinto; una Enciclopedia Espasa procedente del Ayuntamiento; Cien modelos de documento administrativo, donada por su autor Mariano Sanz Raso, algunos ejemplares sobre historia, genealogía o numismática donadas por la Biblioteca Nacional a petición del bibliotecario y muchas más. El donante que figura en el Libro de Registro con más frecuencia es el alcalde Amós Acero que poseía una biblioteca personal muy apreciada por él. En el libro de Castor Bóveda se publica la transcripción de cartas que reflejan la estima que Amós Acero tenía por su biblioteca y las recomendaciones que hace sobre ella a su familia desde la prisión, una vez acabada la guerra, aconsejándoles sobre las obras que pudieran vender más caras para paliar en algo su penuria económica.
Curiosamente en el Libro de Registro consta que fueron entregadas por parte de la biblioteca al hijo de Amós Acero en junio de 1949 varías obras, entre ellas Contabilidad y prácticas matemáticas de Bruño, el Criterio de Balmes. En otras de las obras figura textualmente “estuvo en la biblioteca depositada por el hijo de D. Amos Acero desde 1939 a 1944”.
En el caso de las compras conocemos, también por el Libro de Registro, los nombres de las librerías proveedoras, entre ellas: Faustino Zuazo, librero de lance; Marcelino Amor; Viuda de Martínez de Tejada; García Rico y Cía.; Pedro Tormos; Pedro G. Pereda o Librería Letras.
Servicio a los lectores y préstamo
Los datos estadísticos de lectores en 1934 muestran que en total se atendieron en sala de lectura 22.559 usuarios, de los cuales 10.529 eran varones menores de 14 años; 4.608 eran mujeres menores de 14 años; 6.972 eran varones mayores de 14 años y tan sólo 450 mujeres mayores de 14. En total se sirvieron en la sala de lectura un total de 27.304 obras. Con respecto al servicio de préstamo a domicilio: a fines de diciembre de 1934 el número de carnets ascendía a 107 y el número de operaciones de préstamo a 883.
La segunda Memoria referida al año 1935 refleja un crecimiento notorio en cuanto a la asistencia de público. El número de lectores había ascendido de 22.559 a 23.567, el número de consultas de 27.304 a 28.237, el total de carnés había pasado de 107 a 281 y las operaciones de préstamos de 883 a 2640.
Los préstamos aparecen reflejados en Libro del Servicio de Préstamo de la biblioteca. En él se anotaban por un lado el número de orden, mes, día, apellidos, nombre del lector, nº de carnet, sexo, autor, titulo; por otro, las fechas de devoluciones.
Como en el resto de las bibliotecas públicas municipales el préstamo era gratuito, de un solo volumen durante 15 días; pero para tener acceso a este servicio los lectores debían presentar los informes pertinentes o un fiador. En caso de deterioro o pérdida debían abonar el importe. En cada volumen para el préstamo a domicilio se incluía una octavilla que era común a todas las bibliotecas procedentes de la JIAL, con instrucciones sobre cómo cuidar las obras tales como: forrar los libros, evitar doblar las tapas y hojas, no escribir en los márgenes ni subrayar, lavarse las manos antes de ponerse a leer, no volver las hojas de los libros con el dedo mojado en saliva, etc.
En cuanto a los catálogos, la Memoria señala que no existía catálogo de autores pero sí un catálogo de materias organizado según la Clasificación Decimal Universal que se sigue empleando hoy en la mayor parte de las bibliotecas, con guías y suplementos aclaratorios de su contenido. Según recalca el director Felipe Mateu y Llopis, este catálogo era manejado con mucha facilidad por los lectores.
Las anécdotas de la biblioteca
Más allá de las estadísticas, el mismo director Mateu y Llopis publica en 1935 en el Boletín de Bibliotecas y Bibliografía un artículo referente a la Biblioteca Pública Municipal de Vallecas titulado “Anecdotario de una Biblioteca Pública Municipal”.
Tras diversas consideraciones sobre la importancia y la frialdad de las estadísticas, el bibliotecario señala los detalles que más han atraído su atención en su trabajo en Vallecas: le chocaba que incesantemente y por público de diferente condición fuese solicitada una célebre obra de Armando Palacio Valdés hasta que se percató de que en un cine próximo se proyectaba una adaptación de esa novela; cuenta como diversos lectores del servicio de préstamo al devolver el libro que acababan de leer, traían algún libro suyo como donativo a la biblioteca para manifestar su agradecimiento; alaba también la responsabilidad de los lectores del servicio de préstamo comprando, sin que mediara reclamación por parte de la biblioteca, obras que habían deteriorado; hace comentarios sobre algunas de los títulos más solicitados coincidiendo con la muerte de sus autores entre ellos El fuego de Barbusse, las Sonatas de Valle Inclán y alguna obra de Rudyard Kipling; relata también el asombro de algún lector sobre la gratuidad del servicio y se extiende en la historia del gato de un joven obrero, de oficio encerador, que se encontraba sin trabajo y “Hallándose leyendo una obra de Andreiev hubo de dejar momentáneamente el libro sobre una silla cuando un gato arañó la primera hoja del texto, haciendo imposible la lectura de cuatro o cinco líneas en cada una de las dos páginas. Justamente preocupado se presentó en la biblioteca, manifestando que después de ocurrido el percance y a pesar de su condición de “sin trabajo”, se había recorrido las principales librerías en busca de otro ejemplar de aquella obra, encontrándose con que se hallaba agotada. Antes de que por la biblioteca le fuera hecha observación alguna, se brindó a ¡hacer componer aquella primera hoja por un amigo linotipista! Y renovar la encuadernación. Habiéndose comprobado por la biblioteca hallarse agotada por aquellos días la edición y después de copiar de un ejemplar de otra biblioteca pública el texto perdido, le fue entregado este al lector, quien a los pocos días volvía con los párrafos mutilados nuevamente impresos en papel igual al del libro y tipos casi idénticos, quedando restaurada la hoja que fue juego de un gato y tormento de un lector”
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