En las últimas décadas del siglo XIX París era la capital internacional del arte y foco de atracción de creadores de todos los continentes, fundamentalmente europeos.
Allí coincidieron varios españoles que después hicieron carreras de éxito gracias también a esa estancia en la ciudad de la luz. Eduardo Zamacois, Román Ribera, Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga, Raimundo de Madrazo y su cuñado Mariano Fortuny fueron algunos de los que recalaron en el barrio de Montmartre de aquel París bohemio poblado de talentos.
Todos ellos buscaban la gloria pero también vivir de una profesión en la que tampoco entonces era fácil hacerse con un lugar al sol. Gracias a la ayuda de marchantes como Albert Goupil consiguieron colocar sus obras en los grandes mercados a los que acudía la nueva clase social burguesa y venderlas a coleccionistas como el magnate norteamericano William Hood Stewart, propietario de grandes plantaciones de azúcar en Cuba (uno de sus hijos, pintor, fue alumno de Zamacois), quien se hizo con una buena colección de todos ellos.
Precisamente fue Fortuny quien influyó con más fuerza en la obra de un italiano “feo, bajo y con dedos como salchichas” que también buscaba en París triunfar en el difícil mundo del arte desde su llegada a la ciudad en 1871 con los últimos ecos de la rebelión de la Comuna, cuando aún en las calles de la ciudad se fusilaba a los revolucionarios. Se llamaba Giovanni Boldini y adoptó de Fortuny el gusto por la pintura de género, las escenas de calle de la ciudad moderna, el preciosismo y el gusto decorativo y sobre todo un nuevo concepto del retrato galante. Junto a John Singer Sargent y James Whistler, Sorolla, Zuloaga y Boldini se convirtieron en los retratistas más importantes de la Belle Époque.
Boldini, un italiano en París
A pesar de no ser uno de los pintores italianos más conocidos en España (apenas por algún retrato de Verdi), Giovanni Boldini (Ferrara, 1842-París, 1931) fue uno de los más destacados artistas de aquel país durante los años de transición entre los siglos XIX y XX.
Hijo de un pintor especializado en temas sacros, Boldini se formó en Florencia entre 1864 y 1870 haciendo retratos de la burguesía y de la nobleza internacional dentro del movimiento pictórico de los macchiaioli, que iniciaron el camino de renovación de la pintura italiana adelantándose al impresionismo francés. De esta época es una de sus mejores obras, el retrato de Esteban José Andrés de Saravalle, “El general español”. También el de “Mary Donegani” y su primer “Autorretrato” (haría otro en 1892).
En París Boldini abandonó durante diez años el retrato para centrarse en escenas de la vida en la ciudad, para lo que utilizaba como modelo a su amante Berthe vestida con trajes dieciochescos e indumentarias contemporáneas. “En el parque de Versalles”, “En el banco de Bois”, “Place Clichy” o “Conversación en el café”, en las que aparece Berthe, son de este periodo (nunca llegó a casarse con Berthe; su único matrimonio fue con la joven Emilia Cardona siendo ya octogenario). La influencia de España y lo español se manifiesta estos años en obras como “Pareja en traje español con papagayos”.
Cuando retomó el retrato, Boldini se propuso renovar el género y se convirtió en uno de los más apreciados retratistas sin abandonar su pasión por las escenas de la ciudad de París cuyas calles, bulevares, carruajes, terrazas y cafés pintó obsesivamente, como en “Regreso del mercado”. Era el París en transformación que Napoleón III había encargado al arquitecto Georges-Eugène Haussmann.
Entre todos sus coetáneos, Boldini fue uno de los pocos que consiguió exponer en Nueva York. Lo hizo en 1897 en una muestra en la que incluía una de sus grandes obras, el retrato cosmopolita del pintor norteamericano James Abbott McNeill Whistler. Boldini también abordó entonces naturalezas muertas y estudios de manos femeninas como en “Pensamientos” y “Los rincones del taller”.
Los españoles de París
En París, los pintores españoles eran muy apreciados en aquellos años por los compradores de la burguesía gracias a sus cuadros de carácter costumbrista ambientados en los siglos XVII y XVIII, como “La elección de la modelo” de Fortuny, “Regreso al convento” de Zamacois o “Salida del baile de máscaras” de Madrazo. También triunfaban con sus paisajes y escenas al aire libre entre los que destaca una obra fundamental de Fortuny, “Playa de Portici”, de gran influencia entre los contemporáneos del español.
Fortuny, Sorolla y Zuloaga también trataron de modernizar el retrato introduciendo la elegancia de las modelos en una sociedad mundana y decadente que terminaría con el estallido de la Primera Guerra Mundial.
También practicaron con éxito el desnudo, un género que Sorolla había pintado durante su etapa en Roma (“Bacante en reposo”) y con el que continuó en París con “Desnudo de mujer”, con el que inicia el alejamiento del concepto de mujer como objeto de deseo y se acerca al de compañera.
- TÍTULO. Boldini y la pintura española a finales del siglo XIX. El espíritu de una época
- LUGAR. Fundación Mapfre. Sala Recoletos
- FECHAS. Hasta el 12 de enero de 2020