Ya lo dijo el historiador alemán Johann Gustav Droysen en el siglo XIX: nos interesa el pasado porque sigue siendo.
Los historiadores tenemos que explicar una y otra vez que aquello que ahora nos parece tan horroroso fue el pasado. El pasado, que sólo tiene que ver con nosotros en tanto que somos responsables de conocerlo y de saber cuánto de aquello perdura en nosotros, y cómo se produjo el cambio que derivó en que seamos como somos.
No todo lo que puede pasar acaba por ocurrir. Lo sabemos cuando estudiamos el pasado. La Historia es la narración de cómo lo posible sólo dio en ser la realidad.
Contar cosas del pasado no da en ser Historia. La Historia no es ir al pasado a por cositas y traerlas sin más. Que si una gracieta de alguien, que si una anécdota más o menos resultona… La Historia va al pasado a entenderlo, a explicarlo, a procurar que esa comprensión sea útil, al menos porque logre que nadie lo invente, lo manipule, lo inutilice, lo deje inservible.
Los historiadores no podemos permitirnos el lujo de denostar el pasado, insuflarle maldad o bondad según nuestra memoria y nuestros deseos.
No es menos historiador quien le explica el pasado a la sociedad civil que aquel que le explica un ensimismante momento del pasado a sus colegas historiadores. No soy menos historiador que el mero investigador, por darle sentido al trabajo de los historiadores que no pueden o no saben o no quieren acercarle a la sociedad civil lo que sabemos los historiadores.
‘De toda la vida de Dios’ parece más una expresión propia de historiadores que lo que en realidad es, un dicho popular que bien podría competir, aunque sin llegar a su poder ni a su atractivo ideológico, con la tan traída y llevada memoria histórica. Finalmente, el uso inmisericorde de la locución ‘de toda la vida de Dios’ no es más que una muestra cerril de la ignorancia interesada de quienes van al pasado para traer de él cuanto les interesa, sin haberlo comprendido antes.
La Historia, entendida como el conocimiento del pasado que tiene la sociedad civil, no determina, simplemente invita. El pasado aprendido, recordado, no condiciona el presente ni el futuro, sólo enmarca a uno y muestra al otro. Luego, además, y como un titánico trabajo de Sísifo, está el oficio de historiador, capaz de distinguir las coyunturas en que suceden los acontecimientos; es decir, las causas estructurales, de la voluntad humana que acaba por convertir dichas causas en la realidad que da en ser el pasado.
Lo que se trae del pasado no es la Historia. El pasado no es la Historia. La Historia es el oficio de los historiadores.
¿Sabes cuál es la diferencia entre escribir sobre el pasado y escribir Historia? ¿La diferencia entre situar una novela en tiempos pretéritos y el oficio de historiador? ¿La diferencia entre escribir un ensayo descontextualizado sobre algo ‘histórico’ y escribir un libro de Historia? ¿Sabes qué es lo que distingue el ir al pasado a entretenerte o para entretener de haber comprendido tanto por qué ocurrió algo como qué hay de ese algo en el presente? La (escritura de la) Historia es un asunto de los historiadores (ya se dijo). Y el conocimiento del pasado, de la historia, es un asunto de TODOS.
Se sabe tan poco sobre nuestros ancestros. Incluso teniendo en cuenta que se ha estado yendo al pasado a por tantas cosas… O quizás precisamente por eso. Porque hemos ido al pasado para legitimarnos, para matar (más) a los muertos, para redimir(nos).
Hemos ido al pasado para todo menos para saber cómo era ser feliz cuando nuestros antepasados lo eran, si es que lo eran, si es que querían serlo, si es que sabían qué es ser feliz, si es que necesitaban serlo.
A veces pareciera que se ha ido al pasado para explicárselo luego a un imbécil o, lo que es peor, para destruir las pruebas de las ignominias que cometieron los nuestros.
¿Cómo puede volver algo que se extinguió? ¿Puede regresar lo que se difuminó en eso que a veces llamamos pasado? ¿Los acontecimientos pertenecen exclusivamente a un tiempo pretérito? El pasado es cuanto ocurrió: determinar qué hay de él en el hoy es un trabajo esforzadísimo, como bien sabemos los historiadores. Pero lo que acabó no regresa nunca. Detectar sus restos memorables o acuciantes es nuestro trabajo. Nada se repite. Nada regresa. O mejor, nada puede regresar.
Lo que ocurrió fue, pasó. Tuvo lugar en un tiempo y un espacio determinados debido a unas causas concretas, y tuvo unas determinadas consecuencias. Y, supusiera o no un cambio ese acontecimiento, ya nada fue igual después. Las permanencias son otra cosa. Por eso es tan importante que la Historia que escribimos los historiadores contraponga las permanencias en el presente a los cambios acaecidos en el pasado. Transformación frente a inmanencia. ¿O nada pasa del todo?
- Este texto es una adaptación de uno de los capítulos de mi reciente libro, publicado por Sílex ediciones, La Historia: el relato del pasado.