En esta columna Joaquín Roy analiza las recientes elecciones legislativas en España y las dificultades para determinar quienes y qué han ganado en unos comicios en los que los resultados no han cumplido las expectativas de las opciones en liza.
Joaquín Roy[1]
Miami, 22 dic 2015 (IPS)
El Partido Popular ganó las elecciones generales del domingo 20 de diciembre de 2015 en España, pero puede perderlas, terminar notablemente debilitado o provocar inestabilidad. En contraste, sus contrincantes pueden salir «ganando».
De ser un sistema «bipartidista», el panorama electoral se trocó en uno «bipolar», compuesto de derecha e izquierda, en el cual compiten por lo menos cuatro partidos.
El Partido Popular (PP), liderado por el presidente Mariano Rajoy, capturó el primer puesto, tanto en voto popular – 28,72 por ciento – como en número de escaños – 123 -, pero lejos de los 176 escaños que necesita para la mayoría absoluta y que le daría el poder en una primera investidura.
En segundo lugar, con 22,01 por ciento y 90 escaños, quedó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en los peores resultados de su historia, pero podría reclamar el triunfo si a sus escaños uniera los conseguidos por sus seguidores.
El PP podría optar lógicamente recabando el apoyo de Ciudadanos – 13,93 por ciento de los votos y 40 escaños -, un tanto sobrevalorado en su ascenso meteórico, pero ideológicamente afín. Esta solución ha funcionado en Gran Bretaña entre los conservadores y los liberales, y en Alemania, donde también el partido liberal ha apoyado indistintamente a socialistas y democristianos. Pero esta fórmula en España no daría tampoco la suficiente mayoría.
Por lo tanto, el más claro pragmático maridaje sería que el PP se uniera al PSOE, algo que los socialistas ya han dicho con anterioridad que no contemplarían, por considerar que sería un pacto «contra natura».
Además, España no es Alemania, donde esa «gran coalición» no alarma a nadie – por la que tuvo que optar Angela Merkel -, ya que los germanos todavía priman mostrar que son puntillosamente civilizados para sacarse de encima la marca del nazismo.
Tampoco conseguiría la mayoría el casamiento de conveniencia entre el PSOE y Podemos (20,66 por ciento de los votos y 69 escaños), lo que parecería un «frente popular». El nuevo líder socialista, Pedro Sánchez, y Pablo Iglesias, de Podemos – quien resultó infravalorado en las predicciones -, no están dispuestos a hacerse favores mutuos, ya que compiten ferozmente por liderar el nuevo flanco de izquierda.
Pero basta con girar la vista hacia el oeste en la propia península ibérica y ver que tras el triunfo de los conservadores en Portugal, sin mayoría absoluta, sus contrincantes les negaron el pan y la sal, y el Partido Socialista terminó logrando el favor de sus colegas más a la izquierda. En España solamente les bastaría el apoyo de los excomunistas de Izquierda Popular y otros minoritarios para arañar el cielo.
En los viejos tiempos de la consolidación de la transición política el problema se resolvía con la cooperación, paradójicamente, de los partidos nacionalistas periféricos vasco y catalán. En ese arte se destacó Jordi Pujol, dirigente de Convergència i Unió (CiU), dando su apoyo alternativo, para poner en marcha la legislatura, a socialistas de Felipe González o conservadores de José María Aznar.
Eran viejos tiempos, y hoy Pujol – entonces «español del año», según el diario ABC – está investigado por corrupción y los socios de democristianos de Unió, liderada por Durán Lleida, han desaparecido.
Significativamente, el Partido Nacionalista Vasco (PNV), de origen democristiano también, fue superado por Podemos, que quedó también como más votado en la propia Cataluña, para mayor escarnio no solamente de los nacionalistas-soberanistas, sino también de los socialistas catalanes, que pagaron por su crisis interna.
En los viejos tiempos, el triunfo de los socialistas catalanes catapultaba la victoria en el resto de España. Era la época del «arte» político. Ahora se transita por la dictadura de las matemáticas, pero se deberá regresar a la magia artística.
Si se acepta la norma respetada hasta ahora de que debe ser el partido más votado el que deba gobernar, o intentarlo, puede también optarse por la fórmula de la abstención en segunda votación de alguno de los partidos competidores del PP. Entonces disfrutaría de una mayoría para la investidura y luego pactaría por paquetes legislativos.
Por fin, conviene meditar sobre el otro sensible tema pendiente: Cataluña. El deterioro de Democracia i Llibertad (DL), el nuevo nombre de los restos de la histórica Convergencia, descendido al cuarto puesto, todavía bajo el candidato a la Generalitat, Artur Mas, y vetado por sus socios de la ultraizquierda de la CUP, no augura nada bueno para el éxito del proceso independentista.
Pero el notable éxito de su socio Esquerra Republicana – que con sus nueve escaños triplicó lo alcanzado en 2011 – en las siempre hostiles Cortes legislativas españolas, hace pensar que el «soberanismo» no desaparece.
Curiosamente, la marca norteamericana de las «primarias» se habría convertido, en el contexto catalán, con el episodio de las elecciones españolas en una «segunda vuelta» o «secundarias». Pero la aparición de Podemos – en Cataluña conocido como En Comú-Podem – como estrella del panorama catalán equilibra la resistencia de Esquerra. Los Reyes Magos tienen doble trabajo.
- Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami
- Editado por Pablo Piacentini
- Publicado inicialmente en IPS Noticias