Eduardo Madroñal Pedraza[1]
Se suceden las noticias que anticipan una posible recesión mundial, entendida como la disminución de la actividad comercial e industrial que comporta un descenso de los salarios, de los beneficios y del empleo.
Los datos abarcan desde la “guerra comercial” lanzada por EEUU contra China, a los que muestran cómo la economía mundial registra los peores índices de crecimiento de la última década. Y surgen las preguntas:
¿Estamos realmente al borde de una nueva recesión?
¿Cuál es el origen de las actuales turbulencias?
¿Cómo van a afectar a España?
Nadie anticipa un crack como el que estalló en 2008. Pero todos advierten de un frenazo del crecimiento, que puede traducirse en un periodo de estancamiento. En solo dos años las mercancías chinas en EEUU han pasado de pagar aranceles del 3 % a situarse en el 25 %. Y Washington anuncia una elevación hasta el 30 % para productos por valor de 250 000 millones de dólares. Además, EEUU va a aplicar a productos europeos aranceles por valor de 6800 millones. Y amenaza con nuevas tarifas por valor de 187 000 millones a automóviles europeos y japoneses.
Las turbulencias geopolíticas influyen en la economía mundial: las maniobras norteamericanas contra China, la amenaza de un Brexit duro, las tensiones en Oriente Medio, el impeachement contra Trump… Según el FMI las exportaciones mundiales han descendido un 2,7 % y las importaciones un 3,1 %. La producción industrial europea ha descendido en junio de 2019 un 1,9 % en la UE y un 2,6 % en la eurozona. Y la actividad del sector manufacturero en EEUU se ha situado en el nivel más bajo desde 2009.
Según el FMI el crecimiento mundial ha bajado del 3,6 % al 3,3 % en 2019. Y anticipa que la caída del crecimiento afectará al 70 % de la economía mundial. La Reserva Federal anuncia que la “guerra comercial” restará un punto al crecimiento norteamericano. Y la zona euro registra un escaso crecimiento del 1,1 %, con un descenso del PIB en Reino Unido o Alemania. En España se rebajan las previsiones de crecimiento del 2,4 % al 2 % en 2019, una caída que llegaría hasta el 1,6 % en 2021.
Todos los índices señalan, tanto en Europa como en EEUU, una caída de la inversión y del consumo interno. Y las previsiones apuntan a que este frenazo económico se traducirá en un aumento del paro. Pero el desencadenante de la tormenta económica es una superpotencia tóxica.
Hemos oído a muchos medios repetir que la recesión de Alemania es el lastre que cierne sobre España la amenaza de recesión, pero ninguno señala cómo el epicentro de todos los problemas económicos globales está en Washington. Vamos a demostrar cómo las actuales turbulencias económicas tienen su origen en un dominio norteamericano que se ha convertido en un elemento perverso para el crecimiento mundial.
Cuando a Trump le preguntaron por qué EEUU se embarcaba en una guerra comercial contra China que perjudica a algunos de sus monopolios, su respuesta fue contundente: “Ya sea bueno o malo [la caída en la recesión], el corto plazo es irrelevante. Tenemos que solucionar el problema con China, que se lleva todos los años 500 000 millones de dólares”. No se trata de una “salida de tono” de Trump, sino de uno de los problemas claves que debe enfrentar la superpotencia norteamericana: una redistribución de la riqueza mundial que avanza en contra de sus intereses.
El PIB de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), ha pasado de suponer en 2008 el 65 % del norteamericano a colocarse a la par, y todas las previsiones afirman que lo superará en 2023. A la cabeza está el crecimiento de China, que en la última década ha pasado de significar el 7,22 % del PIB mundial a suponer hoy el 15,8 %. Este desarrollo de la economía mundial está erosionando las mismas bases materiales de la hegemonía norteamericana. Detenerlo a cualquier precio, o al menos ralentizarlo, es su objetivo.
El caso de Huawei es paradigmático de una nueva realidad. Hace veinte años la irrupción de internet y los ordenadores móviles estuvo comandada por monopolios norteamericanos. Ahora quien lleva la delantera en el nuevo gran campo tecnológico -las redes 5G- es un gigante chino. Ante la mayor competitividad china, la respuesta norteamericana ha sido “empuñar el mazo”, deteniendo a la vicepresidenta de Huawei.
La “guerra comercial” no es una alocada respuesta de Trump. La superpotencia norteamericana necesita “sacudir la globalización” para contener la emergencia china. Se habla del “aumento de la montaña de la deuda mundial” pero la amenaza más peligrosa es la gigantesca deuda norteamericana, que según estudios alcanza el 600 % de su PIB. Y no para de crecer: su incremento durante el mandato de Trump ha sido mayor que la suma de los catorce países más desarrollados.
En la base está un problema estructural de la superpotencia. EEUU pierde peso económico en el mundo, pero las necesidades de mantenimiento de su aparato político y militar aumentan. Durante el mandato de Trump, los gastos militares, ya descomunales, han aumentado un 10 %, con un incremento de 172 000 millones, una cifra superior al PIB de 134 países del mundo.
¿Y quién paga la deuda norteamericana? Todo el planeta. EEUU está obligado a captar del resto del mundo mil millones de dólares diarios adicionales para sufragar los gastos de su hegemonía. Los países emergentes, con una deuda pública del 50 % de su PIB, cuatro veces menos que la media mundial, cifrada en el 225 %, deben trasladar su ahorro, que podría invertirse en más crecimiento, a sostener la deuda norteamericana.
Estos “tributos” imperiales son aplicados también por Washington a sus “aliados”, es decir, a los países bajo su dependencia. Esta es la razón de que Trump exija un aumento de los gastos militares a los miembros de la OTAN, o utilice los aranceles como también contra la UE, Canada o Japón. Habrá que ver hasta dónde llega la actual escalada, pero el epicentro de las turbulencias está en Washington, en un dominio norteamericano cada vez más tóxico para los intereses de la humanidad.
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Artículos de
Eduardo Madroñal Pedraza, profesor de instituto en España.
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