“Grândola, vila morena terra da fraternidade,
o povo é quem mais ordena dentro de ti, ó cidade”
Medianoche del 24 al 25 de abril de 1974. Un grupo de oficiales del ejército portugués había preparado en secreto un levantamiento contra el régimen dictatorial de Marcelo Caetano, quien mantenía el poder en Portugal desde que seis años antes sustituyera a Atonio de Oliveira Salazar, fundador de la dictadura en 1926.
Las señales para iniciar las movilizaciones eran la emisión a través de Rádio Renascença de dos canciones. La primera, “E depois do adeus”, de Paulo de Carvalho, se había radiado a las 23.55 horas del 24 de abril, y los militares que tenían que poner en marcha la revolución esperaban con inquietud la señal definitiva para iniciar las movilizaciones: la emisión por la misma emisora de una canción prohibida por la censura del régimen, “Grândola vila morena”, del cantautor José Afonso.
A las 00.25 horas del 25 de abril sonó en la radio la esperada canción y los acordes de “Grândola vila morena” pusieron en marcha una insurrección pacífica, la “Revolución de los claveles”, que acabó con casi cincuenta años de una dictadura de puño de hierro que regentó vidas y haciendas en Portugal y sus colonias a lo largo de una gran parte del siglo XX.
“Grandola vila morena”, que se convertiría en símbolo de la revolución y la democracia portuguesas, había sido compuesta por un cantautor portugués, José Afonso, en honor a Grândola, una pequeña villa del Municipio de Setúbal en la región del Alentejo. José Afonso jamás se imaginó ni lejanamente la trascendencia y el alcance ya no solo musical sino social que tendrían aquellos sobrios versos vestidos con notas y armonías igual de sencillas.
José ‘Zeca’ Afonso
José Manuel Cerqueira Afonso dos Santos nació en la localidad portuguesa de Aveiro en agosto de 1929 aunque a los tres años se fue a vivir a Angola, colonia portuguesa por ese entonces, y en la que su padre José Nepomuceno Afonso ejercía como juez. De allí la influencia africana en algunas de las cadencias y sonoridades de su obra posterior.
Su actividad musical comienza en su época de estudiante en la Facultad de Letras de la Universidad de Coimbra y posteriormente, ya graduado, ejerce una activa década de pluriempleos que no le alcanzan para mantener a su familia, desde músico en el Orfeón de la Universidad hasta profesor itinerante de colegios y clases particulares a todo lo largo y ancho de la geografía lusitana, pasando por corrector del Diario de Coimbra. En 1967 fue expulsado del sistema de enseñanza por sus actividades antisalazaristas. A partir de ahí y hasta su muerte su vida fue una continua lucha por la sobrevivencia.
La obra de un cantautor honesto
La primera grabación de José ‘Zeca’Afonso fue “Baladas de Coimbra”, en 1958, y a partir de ahí realiza una serie de 14 discos excepcionales que quedarán en el acervo musical lusitano.
Especialmente destacables son “Cantigas do Maio”, del 71, disco de referencia para toda la nueva música popular portuguesa y en donde aparece por primera vez “Grandola vila morena”, y “Com as minhas tamanquinhas”, del 76. Tímido y frágil, su voz fue única por su timbre y sonoridad y una afinación exacta y precisa.
Y aun así nunca le agradaron lo más mínimo las luces de los escenarios. Para Afonso, tener que cantar ante un público era como tener que sacarse un diente. “Nunca canto por gusto” decía y es que Zeca, más que intérprete era un creador y un docente.
Y como muchos artistas y creadores, nunca se preocupó del aspecto comercial de su arte. Por eso cuando a mediados de los 80 contrae una extraña enfermedad llamada esclerosis amiotrófica mejor conocida como enfermedad de Lou Gehrig, en referencia al beisbolista americano de los años 30 que también la sufriera, y a medida que la dolencia va acabando con su salud y con su vida, Afonso también fue hundiéndose en la ruina económica hasta terminar en una pobreza extrema cercana a una indigencia por demás indigna de su talento y relevancia.
Como escribió alguien alguna vez, Afonso murió pobre porque nunca pactó con el sentido común, con la comercialidad, con el poder, con lo fácil y gratuito. Él mismo decía: “salvo excepciones somos un país de cantineros y de vendedores, que vendieron en las Áfricas, en Brasil, en Extremo Oriente… Ahora somos un país de pequeños comerciantes y estamos a vendernos los unos a los otros”.
José Afonso nunca aceptó venderse ni vender a nadie y además de ser el renovador de la música portuguesa fue la voz de los que no tenían voz, fue el más humilde de los humildes, fue el alma de las víctimas de la injusticia y la iniquidad. En un homenaje que le hicieron en Braga en 1984 dijo “Importa mantener la capacidad de indignación y seremos capaces de rechazar la hipocresía de quienes detentan el poder”.
Murió el 23 de febrero de 1987 y fue enterrado con su ataúd envuelto en una simple bandera roja. No necesitaba de símbolos externos: el símbolo era él. Para muchos aún lo sigue siendo.