Amor por la belleza, amor puro y exclusivo por lo bello de este mundo, especialmente por lo joven y fresco y osado -y de su mismo sexo- es lo que guía a Oscar Wilde en su vida y en su obra.
Esto lo pone muy en claro la compañía Teatro Lab en la representación de Gross Indecency, con exclusivo dominio del negro en vestuario y objetos escenográficos simples, bien aderezados con músicas y danzas pertinentes que sin embargo a veces parecen querer pasarse de rosca, «salirse» como decimos ahora, aunque la realidad de lo expuesto no es para menos.
Y esa es la razón de algunas repeticiones de más que dan idea de lo que son capaces los abogados de la acusación a la hora de restregar la indecencia por los ojos del indecente durante los juicios públicos -no menos de tres se suceden en la función- hasta hacer aborrecer no sólo al ser amado sino también lo que con tanto ímpetu creador salió de la pluma del artista.
Así, la expresión «muchacho mío», con que Wilde inicia una de sus primeras cartas a lord Alfred Douglas, se repite no menos de tres veces a lo largo de la función, con lo que al final resulta dolorosamente cierta la afirmación de Wilde de que «un poema es bello u horrible -y hasta inmoral- dependiendo de quién lo lea.
La única excepción del dominio de lo negro son los jóvenes chaperos que, en calzoncillos blancos, son obligados a declarar contra Wilde, del que habían recibido regalos, cenas, atenciones de artista… y al que confiesan, además, haber extorsionado. La escena resulta por ello doblemente refrescante y actual.
Amor por la belleza es su alegato, la moral puritana como ruina del arte (El retrato de Dorian Gray sale citado a este propósito muchas veces), brillantes son los textos intercalados con la cita completa al mismo volumen gestual y vocal que el resto, un documento histórico de primera puesto sobre las tablas con vehemencia juvenil.
La pasión de Wilde por los buenos libros se transmite, hay lágrimas en la sala entre el público más joven. Y esa consigna de amor por lo bello es la que rige su comportamiento, tanto al elegir sus amistades como al ponerse a escribir, que fue mucho.
Mucho era lo que ya había escrito en el momento del escándalo y ya entonces era un autor de éxito con dos obras simultáneamente en las carteleras de Londres (La importancia de llamarse Ernesto y Un marido ideal), cuando por sus andanzas privadísimas topó con la justicia. Esta fue su ruina y la ruina de su vida, aviso para ingenuos.
Pero no seamos simplistas al hablar de esto porque, ¿qué significaba en tiempos de Óscar Wilde (finales del siglo XIX) que alguien dejara en un club privado al que perteneces una tarjeta con la inscripción «Para Oscar Wilde sordomita»? ¿Era tan grave como para meterse en juicios públicos siendo famoso? Los resultados fueron tan catastróficos como era de esperar.
La palabra, por más que estuviera incorrectamente escrita (sordomita) debía de tener un significado muy contundente y deshonroso (bíblico) para que el aludido, desoyendo los consejos de sus amigos y editor, se lanzara a un proceso contra el difamador. Proceso que le enredaría en otros procesos sucesivos que constituirán una auténtica pesadilla de la que no saldrá ya nunca.
¿Creía acaso que su amor por la belleza y su capacidad de expresarse con las frases más bellas jamás oídas le iba a beneficiar? Pobre poeta catalizador de asombros.
El difamador era el padre de su «My own boy», el chico de su predilección, 20 años más joven que él y sobre el que había puesto sus ojos con un amor totalmente correspondido. Aquí, en estos juicios a los que asistimos y en los se basa Gross Indecency, no se habla de homosexualidad ni de gays, ya que dichos términos no se habían inventado todavía, pero sí queda claro que se condena a un hombre por algo que era de buen tono y hasta aconsejable en épocas pretéritas consideradas por la tradición más consagrada como guías de la humanidad, como la Grecia clásica (véanse los Diálogos de Platón), pasando, la época helenística (véase El muchacho persa) y la Roma de los emperadores y filósofos (Memorias de Adriano), lo cual no impedía que estos hombres fueran padres y esposos competentes. Trasfondo que resuena con fuerza en la función, lo que no obsta para que Wilde acabe perdiendo a sus hijos.
El propio reo en su apasionada defensa de la belleza, tanto en la escritura y el arte en general como en la elección del ser amado, deja claro lo que hay que esperar del arte y cuál es la obligación del artista hacia su arte. De nada le valdrá. Es condenado a prisión por dos años, sus obras desterradas de los teatros y la ruina personal y económica llegará inexorable.
Al salir, tendrá todavía el consuelo de su amante, pero enfermo ya desde la cárcel y con muchos dolores encima, apenas sobrevivirá a su desgracia.
Hoy Oscar Wilde es el escritor inglés más leído después de Shakespeare.
Argumento:
En abril de 1895 Oscar Wilde llevó a cabo una demanda por difamación contra el marqués de Queensberry, padre de su joven amante, quien públicamente le tachó de sodomita. Al hacer esto, el imperante hombre de letras inglés, puso en marcha una serie de eventos que culminarían en su asedio y encarcelamiento. A lo largo de un año un desconcertado Wilde fue juzgado por cometer actos de “grave indecencia” e implícitamente, por una visión sobre el arte que indignó a la sociedad Victoriana.»
- Texto: Moisés Kaufman
Adaptado por Gabriel Olivares y David DeGea
Intérpretes: Javier Martín, David DeGea, Eduard Alejandre, César Camino, Alex Cueva, Guillermo San Juan, David García Palencia, Andrés Acevedo, Asier Iturriaga, Alejandro Pantany, Carmen Flores Sandoval
Dirección: Gabriel Olivares
Escenografía y vestuario: Felype de Lima
Iluminación: Carlos Alzueta
Espacio Sonoro: Ricardo Rey
Una producción de TeatroLab Madrid y El Reló
Fecha de la función comentada: 24 de septiembre de 2017
Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa- Sala Jardiel Poncela