Ileana Alamilla[1]
Recién se conmemoraron los 20 años de la firma de los acuerdos de paz en Guatemala, una ruta de esperanza que se fue trazando, paso a paso, con decisión y convicción durante 10 años, hasta llegar al momento cumbre: la firma de la paz firme y duradera, el 29 de diciembre de 1996.
Monumento a la Paz en Guatemala
La mayoría de la población no había nacido cuando en Guatemala se libró una guerra cruenta, silenciosa, tanto como la cantidad de sufrimiento reprimido que las familias enfrentaron. Miles de víctimas de la intolerancia y la violencia, tanto de un bando como del otro. Destrucción y muerte, miedo a expresarse y a ser señalado de disidente, oscurantismo y penumbra, héroes y heroínas aún no reconocidos ni dignificados. De allí venimos.
Tenemos a cuestas mucho resentimiento y odio acumulado, dos sentimientos que solo sirven para sembrar vientos y tempestades. No hemos sido capaces de hablar de lo sucedido sin culparnos unos a otros, mientras que esa mayoría de jóvenes de hoy no conocen lo que sucedió y no comprenden esta animadversión que priva en la sociedad.
Nuestro país ha sido un territorio violentado, intervenido, un laboratorio para experimentos biológicos, como lo que hicieron con los privados de libertad y las sexoservidoras a quienes les inocularon virus para probar medicamentos para combatirlos; un país donde se entrenaron mercenarios para invadir Cuba y una Patria, como otras en el mundo, víctima de una intervención extranjera para mantener el control de capitales y de influencias norteamericanas. No nos dejaron experimentar otro modelo de democracia ni el desarrollo del capitalismo, que era lo que buscaba el gobierno vilipendiado de Jacobo Árbenz.
Hoy hay nuevos experimentos, con objetivos como recuperar la institucionalidad perdida gracias a gobiernos corruptos que cooptaron y saquearon el Estado.
La juventud actual disfruta de derechos conquistados a sangre y fuego. La libertad de expresión, la libertad de movilización, las libertades políticas, la discusión de temas tabú sin peligro de ser eliminado, como las violaciones a los derechos humanos, los derechos de los pueblos indígenas, la situación agraria o el papel del ejército, aspectos que constituyeron la parte medular del proceso de paz.
Hay una reiterada tendencia a señalar todo lo que no se ha cumplido de los acuerdos suscritos, lo que es comprensible dada la frustración que provoca el atraso en cubrir una agenda de Estado que contempla las reformas estructurales, políticas, económicas y sociales que hay que hacer; sin embargo, es inaceptable negar los logros que ese proceso ha alcanzado.
La Fundación Esquipulas y Asíes elaboraron un documental, con un estilo dinámico y didáctico dirigido a los jóvenes, que recoge los hitos históricos del proceso de paz, pero también los contextos mundiales y los protagonistas de los mismos.
Rescata en tres capítulos la situación previa al conflicto, las causas que lo generaron y lo que se pactó, con las dificultades inmersas en cada momento, relatadas por algunos de los protagonistas que accedieron a dar su testimonio. Lamentablemente todavía está implantado el silencio, tanto en actores del ejército como de la guerrilla que se negaron a hablar, probablemente por la judicialización que ha llevado a muchos a prisión y otros están denunciados.
Pero el documental también le da la palabra a los acuerdos y su enorme significado, hace un repaso gráfico de su contenido más importante y el impacto que han tenido. Y una pregunta pertinente: ¿qué hubiera pasado si no se hubieran firmado, cómo estaríamos como país y como sociedad?
Y la paz efectivamente no es solo el silencio de las armas, que es algo invaluable, la paz es sinónimo de justicia.
Caminemos juntos en búsqueda de esa patria que queremos. Recuperemos la esperanza, rescatando la concertación nacional que se expresa en los acuerdos de paz.
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.