Cada país de cultura cristiana tiene diferentes formas y comidas para celebrar la Navidad.
En México lo hacemos desde nueve días antes del 24 de diciembre, con «posadas» que usaron los primeros evangelizadores para atraer gente, porque les daban «aguinaldo» o regalito.
En ellas niños disfrazados de San José y la Virgen, y toda la fiesta tras ellos con velitas en las manos, que en mi niñez dejaban siempre trenzas y bucles quemados, cantan pidiendo posada recordando que para empadronarse viajaron desde Nazareth a punto de nacer Jesús, sin encontrar sitio para pasar la noche.
Luego se rompen ollas de barro cubiertas con papel lustroso o de china que llamamos piñatas, verdaderas preciosidades artesanales.
Se originan en China, donde en uno de sus viajes Marco Polo vio que para celebrar el Año Nuevo rompían la figura de un buey relleno de semillas; le gustó y llevó la idea a Italia, de donde pasó a España y al Nuevo Mundo.
Otros dicen que las heredamos de los mayas que jugaban a romper con los ojos vendados una olla de barro llena de cacao y colgada de una cuerda; tal como hacemos ahora con las piñatas.
Las originales tenían siete picos que representan los siete pecados capitales a los que tenemos que apalear para desaparecerlos de nuestras vidas y las frutas y dulces que se desparraman al quebrar la olla son, decían desde hace cuatrocientos años los frailes del exconvento de San Agustín, en Acolman, nuestra recompensa por no pecar.
Muy chistoso resulta que el clero que las promovió las prohibió de 1788 a 1796 porque los cantos que acompañan los palazos para romperlas eran irreverentes, pero como nadie hizo caso, se quitó el veto.
Y ahora se hacen con todo tipo de figuras, hasta con las caras de presidentes odiosos como López Obrador, para desquitarse pegándole; y se rompen en toda clase de fiestas y no solo en las posadas.
Y es curiosa la tradición sueca de vísperas de Navidad, porque la familia se reúne para ver la caricatura El Pato Donald y sus amigos le desean una feliz Navidad, que pasó por televisión por vez primera el 24 de diciembre de 1959.
La Navidad se festeja también con comida especial, aunque por la desigualdad rampante en muchos países no todos las disfrutan y millones, entre ellos los inmigrantes, deben acostarse sin cenar o con un simple té de hojas y un pan.
En México comemos romeritos, herencia de la cocina azteca; son yerbas cocinadas con mole, camarones secos y papitas; pavo, que ya usaban los mexicas en ceremonias y tributos, pierna de cerdo, pozole, bacalao a la vizcaína, buñuelos, dulces de almendra, piñón y nuez.
Y bebemos ponche hecho con tejocote, manzana, caña, tamarindo y hojas de Jamaica todo cocido y servido bien caliente en jarritos; con «piquete», alcohol, para los adultos.
Cenar pavo es típico en Estados Unidos y otros países que lo han ido copiando.
En Chile, donde viví tantos años felices, celebran al aire libre porque empieza el verano austral, con mariscos y carne asada.
Una nota de El Universal afirma, que en varios países de Latinoamérica se cena pollo asado; las familias cristianas de Ghana, sopa de okra, mezcla de camarones, carne de res, cebolla y aceite de palma; en Francia, coquilles de vieiras, que se traduce como conchitas de ostiones al horno; mariscos deliciosos que nosotros no tenemos y en Chile sirven con crema y queso parmesano.
Rusia se rige por el calendario ortodoxo y no celebra Navidad hasta el 6 de enero; cenan entremeses fríos y calientes, ensalada rusa, ravioles y una especie de crepes.
Los pocos cristianos que hay en la India, arroz biryani, pollo massala y de postre pastel de frutas con caramelo y ralladura de coco.
En Italia, pasta horneada y relleno de queso o carne y caldo de gallo capón.
En Japón casi no se celebra la Navidad, pero se ha puesto de moda salir a cenar pollo Kentucky.
En Filipinas, se hace arroz púrpura cocido al vapor con mantequilla y ralladura de coco.
Y si costumbres y comidas son variadas, es común identificar las fiestas navideñas con la música de Jingle Bells, que según el portal Historyfacts no fue hecha para la Navidad. Y es cierto porque no menciona el nacimiento de Cristo y ni siquiera el mes de diciembre.
La tonada fue compuesta en 1857 por James Pierpont, con el título Un caballo tirando del trineo, y en su casa paterna en Medford, Massachusetts, hay una placa que dice que la compuso en una taberna.
Su traducción es: Suenan las campanas, suenan las campanas; suenan por todo el camino; oh, qué divertido es montar en un trineo de un caballo; suenan las campanas, suenan las campanas, corriendo por la nieve en un trineo de un caballo sobre los campos vamos riendo todo el camino; las campanas suenan sobre su cola de pelo corto, qué divertido es montar y cantar en un trineo de un caballo
La hizo famosa Bing Crosby como Blanca Navidad y se han vendido millones de copias; Pierpont entró al Hall de la Fama y el 16 de diciembre de 1965, a bordo de la Gemini seis, los astronautas Wally Schirra y Tom Stafford, la tocaron con una armónica, convirtiéndose en la primera melodía oída en el espacio.