La mirada del artista

Lincoln Perry transmite en un libro las experiencias de un creador ante las obras de arte

Son innumerables los ensayos que se han escrito sobre arte a lo largo de la historia pero muy pocos han salido de las mismas manos de quienes crean las obras.

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Lincoln Perry es un prestigioso pintor, escultor y muralista de Nueva York que además reflexiona sobre el arte en ensayos brillantes que publica en importantes revistas y en libros en general muy bien acogidos por la crítica.

Uno de ellos acaba de publicarse en España con un título muy expresivo, «La mirada del artista. Una nueva aproximación al arte» (Siruela).

Perry ha recorrido el mundo buscando esa fascinación que las obras de arte ejercen sobre sus amantes. La ha encontrado sobre todo en museos y exposiciones, pero también en iglesias, catedrales, plazas, lugares públicos y espacios privados.

Hasta en un lejano cementerio italiano a donde llegó con su viejo volkswagen tras un accidentado viaje, sólo para contemplar «La Virgen del parto» de Piero della Francesca.

Consciente de no poder abarcar ni una mínima parte de la producción artística, asegura que sólo en Italia hay más murales y esculturas de las que uno puede soñar con visitar en una sola vida.

En una gira por Austria y Alemania estuvo hasta en treinta museos diferentes, alcanzando el éxtasis con Brueghel en Viena, con Rubens y Kandinski en Munich, y en Wirzburgo con «Apolo y los continentes» de Gianbattista Tiépolo: «En Brueghel, el visionario imagina el mundo como Dios podría verlo, el misticismo teosófico de Kandinsky crea un mundo sentido pero más allá de toda comprensión, y Tiépolo se eleva libremente en un ensueño cosmogónico que existe más en el sentimiento que en la fe».

Quiere dejar claro que cuanta más formación y conocimientos se tengan sobre las obras de arte, las historias que se cuentan en ellas y las ideas y creencias que representan, el amante gozará de un mayor disfrute, pero asegura también que aunque la obra no represente un argumento político, religioso o sociológico, a veces es autosuficiente para dejar al espectador sin aliento.

Durante una visita a una iglesia anónima de Venecia, San Zaccaria, el luminoso que se encendió al echar una moneda le cambió la vida cuando apareció ante sus ojos un suntuoso retablo de Giovanni Bellini que lo iluminó como el fogonazo de una conversión.

En este libro Lincoln Perry ha reunido quince ensayos sobre diversos aspectos de la visión de una obra de arte, insistiendo en que la experiencia de contemplar un cuadro, una escultura o cualquier obra original no tiene nada que ver con una reproducción, por muy perfecta que esta sea.

Asegura que no hay ningún sustituto para el arte contemplado in situ y que una escultura exige ser vista desde diferentes ángulos y distancias para tener una experiencia espacial sobre ella.

En este sentido comenta el placer de tocar algunas obras de arte para crear un vínculo con ellas, emulando el mito de Pigmalión y Galatea. O para tener sensaciones eróticas, como ocurre con los senos de un busto de Malvina Hoffman, pulidos por las caricias de miles de espectadores.

Nos hace ver la diferencia entre los distintos formatos, dependiendo si es vertical u horizontal (lo vertical se asoció durante mucho tiempo a lo masculino y lo horizontal a lo femenino) porque el horizontal se presta al tiempo narrativo mientras el vertical está hecho para las epifanías, las momentáneas e inesperadas revelaciones.

Asegura también que la brecha entre figuración y abstracción es un mito que hay que derribar, y arriesga la teoría de un paralelismo entre las diferentes lecturas de las obras de Shakespeare, las piezas de Bach interpretadas por Glenn Gould, los frisos del Partenón, «La elevación de la cruz» de Pontorno o el «Hombre con guitarra» de Picasso.

Se lamenta de las pérdidas de obras de arte causadas por las guerras y a manos de profanadores, desde los antiguos cristianos fanáticos a los actuales islamistas del ISIS.

En el primer ensayo de este libro narra el encuentro de un joven Perry con la obra de Giovanni Bellino «San Francisco en el desierto», en el que el aire pintado por el artista es tan límpido y puro que casi se puede respirar y donde, aunque el espectador no sea creyente, como él mismo, el artista hace que se sienta la fuerte presencia del santo.

El Louvre es uno de los grandes escenarios que Lincoln Perry ha recorrido más veces en su vida. De su innumerable catálogo destaca algunas joyas, ni siquiera las más conocidas, que alberga entre sus paredes.

Se sorprende de que a las masas que se pelean por ver la «Mona Lisa» les pase desapercibida «Las bodas de Caná» de Veronese, que está al lado, una pintura de casi diez metros de ancho, una de esas obras que pueden tener secuestrado durante horas al buen amante del arte.

Se detiene en «La balsa de Medusa» de Géricault, un cuadro en el que el artista utilizó el cuerpo de Delacroix, su más destacado acólito, como modelo para el cadáver que aparece medio cubierto al borde de la balsa.

Y analiza «El puente de Narni», de Camille Corot (el único maestro del impresionismo, según Monet), el artista más copiado y falsificado de la historia (Corot pintó unos tres mil cuadros, cuatro mil de ellos están en América, escribe Lincoln Perry con ironía).

El libro está bellamente ilustrado con dibujos que Perry ha hecho expresamente de algunas de las obras de las que habla, aunque recomiendo que se vean las reproducciones en cualquier medio (en internet, por ejemplo) para que su lectura resulte más enriquecedora.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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