Laura Fernández Palomo
En noviembre de 2012 llegó la tentación: 30 años de petróleo gratis a cambio de permitir el turismo religioso chií en Jordania.
El embajador iraní en Amán sabía lo que hacía, el reino Hachemita vivía la mayor protesta social de los últimos años contra la supresión del subsidio al combustible que canceló para hacer frente al déficit presupuestario y poder acceder al préstamo del Fondo Monetario Internacional. El país, que importa el 90 por ciento de la energía que consume, tuvo que decir que no.
Como todo acuerdo comercial, incluía cláusulas políticas, y Jordania sabía que también condicionaba su posición ante la crisis siria, en la que desde un principio pidió la salida del presidente Bachir Al Asad, aliado de Irán; pero, sobre todo, suponía acercarse al rival regional de Arabia Saudí, quien intermitentemente aporta millones de dólares en efectivo para hacer frente a la permanente crisis económica de Jordania. En su último año de mandato el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, buscaba “incrementar las relaciones diplomáticas y comerciales” con un país estratégico en su avance expansionista y conectado con su mayor contrincante.
La excusa era permitir a los fieles chiíes, la mayoría de la población iraní, visitar el emplazamiento sagrado de Al-Mazar Al-Janubi, cerca de Karak, donde se encuentra la tumba de Ja’far ibn Abi Talib, el hermano mayor del cuarto Califa, Ali ibn Abi Talib, quien es la figura más venerada en la creencia chií a la que se atribuye un carácter sobrehumano. La rama suní, alejada por esta diferencia, aunque reconoce su existencia no asume el carácter divino de un individuo, ni siquiera del profeta Mahoma.
Allí también está la tumba de Zaid bin Harithah, quien lideró el ejército de musulmanes que se enfrentó en 629 dC contra el Imperio bizantino y su aliado reino Gasánida, y quien, junto Ja’far ibn Abi Talib, murió en la conocida batalla de Mutah. La idea incluso contemplaba la creación de un aeropuerto en la ciudad de Karak, en el sureste de la capital, para acceder a un paraje que guarda parte de la historia islámica.
Jordania, que es de los pocos países de la región donde los chiíes apenas tienen presencia – no oficialmente registrada – y arrastran una cuestionable fama entre la población, pudo rechazar fácilmente el acuerdo ante el temor de una emergente injerencia iraní. Hacía ya años que el rey Abdalá II alertaba sobre el “chiísmo creciente” que se extendía por Bagdad y por Damasco hasta Beirut. Pero también hacía años que las poblaciones árabes compadecían al enemigo de un enemigo aún más poderoso y presente, EEUU, quien con el apéndice de Israel, es percibido como el mayor factor externo de desestabilización. La balanza se estaba ladeando más allá de los mensajes polarizados que salían de los altavoces oficiales.
Aunque las relaciones entre el reino Hachemita y la República Islámica de Irán han sido tradicionalmente tibias, gélidas durante el mandato de Ahmadineyad, Irán siempre agradeció el mensaje inclusivo de la monarquía en cuestiones de religión, que invitaba a los líderes chiíes a los foros religiosos que Jordania centraliza como uno de los países de la región que menos manipula el mensaje sectario para hacer política.
Pero el temor de Jordania, hermana adoptiva – y menor- de los países de El Golfo, resultó ser en gran parte el reflejo de sus vecinos, liderados por Arabia Saudí, que no permiten un mínimo movimiento de expansión de la influencia iraní; así el país se unió, sin rechistar, a las fuerzas árabes para combatir la rama chií hutí que intenta hacerse con el control de Yemen. Una intervención militar que comenzó el mismo día en que se reanudó la última ronda de conversaciones entre el P5+1 (EEUU, Rusia, China, Francia y el Reino Unido, más Alemania) e Irán, y que dio lugar a un preacuerdo a punto de establecer un pacto sobre el programa nuclear iraní.
El presidente de EEUU sabe del malestar que ha causado entre los autócratas de El Golfo el acercamiento con Irán y ha invitado a los seis del Consejo de Cooperación (CCG: Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Omán, Bahréin) a Camp David esta primavera para convencerles de los beneficios del acuerdo a través de asistencia en seguridad ante una posible amenaza iraní hacia los estados árabes. Las dobles concesiones parecen querer equilibrar el poderío de las dos potencias cuando, sabe EEUU, que defienden tesis similares desde dos extremos diferentes del fundamentalismo.
Jordania, ajena a su soberanía, ha de aliarse a uno de los bandos, y así aceptó participar en la coalición militar. Sin embargo, como recordaba la editora del periódico Al Ghad, Jumana Ghunaimat, el acuerdo es también una posibilidad para que el país pueda retomar su intención de enriquecer uranio para conseguir energía nuclear, que ha pretendido durante estos años, sobre todo desde la pérdida de suministro desde Egipto, pero no ha podido defender para no alentar las aspiraciones de los actores regionales ni enfadar a un Israel que se oponía.
Aunque la verdadera oposición es doméstica, pero eso en Oriente Medio no parece ser un impedimento. También ha crecido la resistencia interna hacia el acuerdo para comprar gas israelí que el Gobierno insiste en completar para aliviar su escasez de recursos energéticos. Lo que es seguro es que el acuerdo iraní ha abierto la veda para otra carrera hacia la energía nuclear en la región.