Innovar. Educación. Innovación educativa. Pero, ¿qué es innovar desde el punto de vista de los sistemas educativos? Creo que los pedagogos británicos Geoff Mulgan y David Albury idearon una buena definición de innovación educativa allá por el año 2003, no hace tanto:
“La innovación es la creación y la puesta en práctica de nuevos procesos, productos, servicios y métodos de ofrecer (los servicios públicos) que dan como resultado ganancias significativas en la eficiencia, la efectividad o la calidad de los resultados”.
Así recoge esta forma de centrarnos en tan peliagudo asunto Francesc Pedró en un artículo interesantísimo donde el analista experto en investigación e innovación educativas sienta, de alguna manera, las bases desde donde partir si queremos entrar en el proceloso océano de la irredenta y perentoria transformación de los procesos reglados de enseñanza-aprendizaje.
El artículo en cuestión es el que tituló ‘Tendencias internacionales en innovación educativa: retos y oportunidades’, incluido en el libro coordinado por el consejero de Educación de la Junta de Castilla y León, Fernando Rey, y el secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), Mariano Jabonero, llamado Sistemas educativos decentes, publicado en este año 2018 por la Fundación Santillana. Es de tanto provecho su lectura que me permito resumírtelo por si no tienes el tiempo necesario para leerlo completo. Voy.
Innovando desde hace un siglo (o más)
Es curioso que la inmensa mayoría de las innovaciones educativas que están ahora mismo en el candelero datan su existencia de hace un siglo y hasta casi dos, en algunos casos. La pervivencia de semejantes precedentes revela, sin duda, la consolidación, la solidez, del modelo escolar tradicional, de la dificultad de superarlo y sustituirlo. Pero también nos habla de la razón de ser de unas innovaciones contumaces nacidas del reformismo social decimonónico y hoy perfectamente adaptadas a las necesidades de un mundo social y económicamente globalizado que transita no sabemos muy bien hacia dónde.
Aquella educación progresista del segundo tercio del siglo XIX en adelante, hasta la segunda década del XX, formuló iniciativas tan reconocibles en el ámbito innovador escolar actual como el aprendizaje entre iguales (también llamado tutoría de iguales, el principal tipo de aprendizaje cooperativo), que es de 1835; el método activo (que hoy incluye la ya famosa flipping classrooom o clase invertida), de 1888; los centros de interés, de 1907; la enseñanza individualizada, de 1907; o el aprendizaje servicio y el aprendizaje basado en proyectos (método de proyectos se llamó en sus albores), inventados ambos ya hace exactamente un siglo.
El modelo escolar tradicional, clásico, aún hoy mayoritario, viene respondiendo a “la lógica escolar de la industrialización”, basada en el convencimiento de que “todos los alumnos deben aprender lo mismo, al mismo ritmo y en la misma secuencia y de que las diferencias en los resultados se deben a las diferentes capacidades innatas de los alumnos y a su diverso nivel de esfuerzo; por consiguiente, los que obtienen mejores resultados son seleccionados para seguir estudiando y merecerán, en su día, ser premiados con trabajos mejor remunerados, como corresponde a un régimen que busca ser meritocrático”.
Frente a él, frente a ese modelo para muchos obsoleto, rancio, retomando un impulso ya casi antiguo, cuando acababa el siglo pasado explotó parece ser que ya para siempre el imperativo de la innovación educativa. Varios son los elementos que han dado en ser finalmente un clamor entre las personas más implicadas en la educación clavada en el presente para preparar el futuro. Como las causas de esa convergencia son más difíciles de explicar, sigo a Pedró en su clara explicación de dichos factores o elementos.
¿Por qué sabemos que hay que innovar ya, cuanto antes?
La primera razón es la demanda de competencias: el primer factor que explica lo acuciante de salir del modelo tradicional para llegar a un nuevo ecosistema educativo, es que los nuevos tiempos económicos precisan personas formadas para trabajar que estén dotadas no sólo del conocimiento de saberes, de contenidos, sino de la capacidad de estar en disposición de aplicar esos contenidos a la resolución de problemas; personas habituadas al trabajo en equipo con otras de lenguas y culturas posiblemente distintas; personas con sentido crítico que sepan comunicar; personas que, ante todo, sean creativas y puedan así originar nuevos conocimientos e innovaciones. Personas que hayan adquirido, en suma, las llamadas competencias transversales y transferibles, aquí descritas, personas que no se hayan educado en una escuela tradicional, mera transmisora de contenidos.
La segunda razón, el segundo factor es algo más complejo de explicar, así que he pensado que lo mejor es dejar a Pedró razonando este asunto. La segunda razón es…
“la dimensión demográfica y social de los cambios económicos que se traducen en la necesidad de aprender a convivir en contextos socialmente, culturalmente y lingüísticamente más diversos y complejos. En este nuevo contexto, las aulas escolares no solo acaban siendo, en sí mismas, el reflejo de esta creciente complejidad, sino que han de explorar formas de interacción social y de aprendizaje compartido donde se aprecie la diferencia y se la ponga en valor. Nuevamente, esto exige que la organización y los procesos educativos generen espacios donde las actividades dirigidas a estos aprendizajes puedan tener lugar, lo que no es fácil de hacer en el seno de las estructuras escolares tradicionales.”
La tercera razón es la “ventana de oportunidad” magnífica que supone el uso correcto, provechoso, de las nuevas tecnologías como método de comunicación y trabajo; pero, eso sí, a sabiendas de que “su mera presencia no garantiza necesariamente la innovación”.
La cuarta razón “es la presión internacional reflejada en las evaluaciones comparativas de los aprendizajes de los alumnos (como las de la OCDE, la UNESCO o la IEA)” que, paralelas a las necesidades científicas y tecnológicas de las globalizadas economías actuales, dirigen buena parte de las obligaciones gubernamentales hacia sus ecosistemas educativos como impulsores de las competencias imprescindibles. Pareciera que el hecho de que en los tiempos recientes no se haya obtenido mejora sustancial alguna en casi ningún país a este respecto fuera debido al hecho de que “el modelo tradicional de escuela no permite a ningún país ir más allá de donde ya está”.
Pedró considera, visto lo visto, que existe “un consenso social creciente, globalmente, en torno a la necesidad de promover la innovación que se traduce, de hecho, en un imperativo”. Un imperativo que muchos maestros, muchas escuelas, muchos profesores, ya han comenzado a asumir llevando a cabo una serie de “esfuerzos de innovación” que responden más a la inspiración de aquellos “principios filosóficos, sociales y pedagógicos de la Escuela Nueva” que “a las demandas de la nueva economía”.
Finalmente
Te dejo con Francesc Pedró, que concluye:
“Solo cuando se empiece a disponer de un grueso de evidencias suficientes sobre las distintas líneas de innovación educativa se podrá empezar a dibujar colectivamente qué y cómo debería ser ya hoy la experiencia de ir a la escuela en el siglo XXI”.