La Historia no es del todo literatura o es una literatura que no miente, que no quiere mentir, que no debe mentir, que no fabula, que no inventa, que no imagina (del todo), que no desea, pero que no es sólo memoria.
La Historia no es sólo “vecina” de la literatura, como nos enseña Justo Serna, lo es asimismo de la memoria. La literatura y la memoria son recreaciones de lo sucedido, la una transfigurando la realidad y deformándola, la otra recreando lo acecido “a través de las sugestiones que nos provoca el roce de los sentidos”. La fidelidad es un mérito para el literato y para el memorialista, pero para el historiador la fidelidad es un deber, concluye Serna con buen tino. “La Historia no recrea: describe”, afirma John Lukacs. Aunque la palabra describir ha venido siendo matizada por los historiógrafos (los que escriben sobre el objeto y la utilidad de la Historia) desde que los positivistas (que en el siglo XIX establecerían que el conocimiento auténtico es el conocimiento científico) distinguieran entre describir, esto es, responder a la pregunta por el qué, y explicar, o sea, responder a la pregunta del por qué), y tal vez Lukacs lo que quisiera en realidad decir es que la Historia no recrea, sino que describe… y explica.
Al escribirla, los historiadores van añadiendo a la Historia piezas de conocimiento del pasado, e incluso interpretaciones y comprensiones del mismo que, en ocasiones, pueden negarse las unas a las otras o, en las afortunadas veces en que se complementan, van tejiendo una red que hace que la Historia sí avance y progrese mediante algo así como una carrera de relevos generacional. Pero es un avance hacia ningún sitio, todo hay que decirlo: sin un objetivo, sin una meta a la que llegar, lo que convierte al oficio del historiador en algo sisifesco. Y ahora viene la gran paradoja: se trata de un camino infinito que se anda con la intención de obtener la mayor completitud posible.
Es decir, los historiadores sabemos que nunca llegaremos a completar todas las piezas del puzle que es el pasado, pero lo que hacemos es acopiar el mayor número de las mismas para facilitar a la sociedad civil el conocimiento de la historia que precisa.
Sí, como afirma Antoine Prost, “la Historia se reescribe continuamente”, y en cada periodo histórico, “hay preguntas que desaparecen y otras distintas que ocupan su lugar”. Si las unas son rebatidas y desechadas, las otras “se convierten en el centro de las preocupaciones de la profesión”, de tal manera que “nunca terminamos de escribir la Historia” y, según nos dijera el historiador y filósofo británico Robin George Collingwood, toda Historia es “un informe de situación” en el que quedan registrados los progresos hechos hasta el presente en relación con el asunto tratado: así, “toda Historia es al mismo tiempo una Historia de la historia” y, por ello, “cada época debe escribir la Historia de nuevo”.
Y algo más: los historiadores recibimos una doble herencia, de un lado, la que nos corresponde como humanos, como miembros de la sociedad civil si se quiere, y de otro, los otros historiadores nos legan sus aportaciones en el estudio de la historia. Heredamos el pasado, la historia. Y heredamos la Historia, esto es, el oficio y el conglomerado de conocimientos, y comprensiones que en sí misma es la disciplina. Pero no nos limitamos a recibir lo que heredamos de los historiadores anteriores, sino que lo volvemos a poner en cuestión para legar a nuestros descendientes lo que nuestra generación ha sido capaz de comprender.
El historiador estadounidense Peter Novick dijo del desempeño de su oficio, del trabajo de los historiadores que hemos dicho van añadiendo a la Historia piezas de conocimiento del pasado, que se asienta en “un compromiso con la solidaridad en una empresa común, es una lealtad superior a cualquier otra, hacia los aliados en la búsqueda colectiva de un mayor saber y mejor comprensión.”
José Ortega y Gasset concluyó que sólo existe el presente, y que el pasado únicamente existe como presente, de tal manera que el oficio del historiador consiste en buscar lo que de pasado hay en el presente, y, así, a cada generación le compete replantearse el problema de la Historia reescribiéndola de nuevo.
“El hombre es lo que le ha pasado, lo que ha hecho. El hombre no tiene naturaleza, sino que tiene… historia”.
Pero conviene tener cuidado. Si Raymond Aron afirmó rotundo que “la teoría precede a la Historia”, Prost remachó por su parte que “el historiador siempre encuentra lo que busca”. Arrojo esta pregunta para zarandear algunas de nuestras certezas como historiadores: ¿edificamos nuestros análisis históricos antes de viajar al pasado?, ¿sabemos con anterioridad a conocer el pasado lo que queremos que sea su relato? Personalmente, pienso que si nos dejamos llevar por la ideología, por esa plantilla que quiere explicarlo todo sin necesidad de analizar cada elemento de la totalidad, entonces sí, entonces siempre encontraremos lo que buscamos y escribiremos la Historia antes de estudiar concienzudamente lo que podemos saber del pasado.
“Al final, siempre quedará un poso de decepción —nos avisa John Huxtable Elliott—. Ninguna narrativa histórica llega a ser enteramente exhaustiva, ninguna explicación total, y el equilibrio entre la descripción y el análisis es exasperadamente difícil de conseguir.”
Por cierto, hablando de naturaleza, las mal llamadas historias naturales (la geológica es la más habitual, pero ahora es relativamente popular la climatológica) no pueden ser tenidas por Historia alguna, en el sentido de su nivel de conocimiento, de su nivel gnoseológico, pues la Historia es siempre aquella que conoce sobre las actuaciones de los seres humanos. Y como Enrique Moradiellos recoge en su libro Las caras de Clío. Una introducción a la Historia, podríamos recurrir a un aserto del historiador francés Paul Veyne para zanjar el asunto:
“El hombre delibera, la naturaleza no; la Historia humana se convertiría en un sinsentido si nos olvidásemos del hecho de que los hombres tienen objetivos, fines, intenciones”.
[y para acabar, las dos citas con las que este capítulo comenzará cuando sea parte de mi libro Para esto es para lo que sirve la Historia:
“Eso que llaman el pasado quienes se sientan a rememorarlo no es un fragmento de un fragmento del pasado. Es el pasado sin detonar… la verdad es que de estos viajes hacia atrás no se vuelve con nada, absolutamente nada. Es nostalgia, es una memez”.
PHILIP ROTH, Pastoral americana.
“Para él, la nostalgia era un modo de complacencia”.
JAMES ELLROY, Mis rincones oscuros.]