Una exposición en la Residencia de Estudiantes de Madrid acoge obras de arte, documentos, fotografías y material audiovisual de la época

Aunque la fecha que se toma como inicial es la del año del comienzo de la Primera Guerra Mundial, tanto la exposición como el catálogo, que recoge textos de importantes autores y científicos contemporáneos, rastrean los orígenes de las relaciones internacionales de la cultura española desde las últimas décadas del siglo XIX, con la creación de la Institución Libre de Enseñanza en 1876 por don Francisco Giner de los Ríos y el papel fundamental de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas que, presidida por Santiago Ramón y Cajal, procuró estancias en países europeos a creadores y estudiosos que jugaron un papel muy importante en el futuro del arte, la literatura, la educación y la ciencia españolas.

Gracias a su labor, Juan Negrín estuvo en el Instituto de Fisiología de Leipzig, Antonio Medinaveitia en la Escuela politécnica de Zurich, y Torres Quevedo pudo presentar su máquina “El ajedrecista” en París, ciudad en la que ya estaban triunfando músicos como Manuel de Falla y vivían artistas como Picasso, Juan Gris o Marie Blanchard. Al mismo tiempo, tanto la ILE como la Junta procuraron presencias importantes en el país de destacados creadores y científicos europeos como Paul Valery, H.G. Wells, Albert Einstein o Le Corbusier. En 1914 se constituye la Institución Cultural Española de Buenos Aires, con lo que la red internacionalista de España ocupa las dos orillas de Atlántico.
1914 fue el último año en que coincidieron Giner de los Ríos, Ortega y Gasset y Unamuno, representantes de la tradición liberal española, protagonista y artífice de la llamada Edad de Plata de la literatura española, que se prolongará hasta la guerra civil pero cuya presencia se manifiesta en la obra de los escritores del exilio y hasta en los de la transición política española. Ortega publicó ese año su primer libro, “Meditaciones del Quijote” y fue entonces también cuando comenzó a publicarse la revista “España”, órgano de los aliadófilos españoles. Ese año el Ateneo de Madrid se convierte, bajo la presidencia de Manuel Azaña, en punto de encuentro entre la cultura y la política. A esa generación de 1914, sorprendida por la Primera Guerra Mundial, pertenecían también Federico de Onís, Américo Castro o Fernando de los Ríos, partidarios del bando aliado, enfrentados a los germanófilos, y es entonces cuando asumen plenamente conciencia de su pertenencia a Europa.
Hasta el estallido de la Primea Guerra Mundial, en el mundo del arte los años iniciales de la pintura española estuvieron dominados por la obra de Sorolla y Zuloaga, representantes respectivamente de la España blanca y la España negra, de la luminosidad y el colorido frente a la oscuridad y el pesimismo. Tras ellos venía una nueva generación de artistas como Julio Romero de Torres, Manuel Hugué y Julio González, enriquecidos por influencias de artistas que encontraron en España un refugio contra las vicisitudes de la guerra: Sonia y Robert Dalaunay, Francis Picabia, Diego Rivera. Uno de los acontecimientos que supusieron un enriquecimiento para la cultura española fue el contacto con los ballets rusos de Diáguilev, invitados a España por el rey Alfonso XIII, que desde entonces incluyeron en su repertorio la Trilogía Española: “Las Meninas”, “El sombrero de tres picos” y “El cuadro flamenco”. Durante los años anteriores a la guerra fue cuando comenzó a manifestarse la pintura moderna española, con la obra inicial de Salvador Dalí, Francisco Bores y Moreno Villa, cuya eclosión tuvo lugar con el Guernica de Picasso durante la guerra civil.
En 1936, cuando tantas cosas iban a naufragar en la enloquecida vorágine de la guerra, la cultura española emprende una regresión cultural a las esencias nacionales y a la tradición, que iba a perpetuarse durante medio siglo.
Las redes internacionales de la cultura gallega
La exposición hace un recorrido por las expresiones culturales y artísticas de aquel momento en las diferentes comunidades. Enric Ucelay–Da Cal escribe en el catálogo sobre la mirada solipsista de Barcelona en 1914, José María Urkia Etxabe lo hace sobre el renacimiento y la proyección internacional de la cultura vasca en torno a los años de la Gran Guerra, y Ramón Villares resume la difusión internacional de la cultura gallega en esos años, desde la obra de los componentes del grupo Nós al exilio forzado por la guerra civil española. Villares rastrea en los orígenes de la literatura galaica medieval y en el Rexurdimento noucentista la plenitud alcanzada en los comienzos del siglo XX con la constitución de As Irmandades da Fala en 1916 y la expansión cultural gallega a la América hispana gracias a la presencia allí de la emigración gallega. Una presencia que se iba a profundizar con el nacimiento de la revista “Alfar”, plataforma de literatura vanguardista en la que, junto a la de Cabanillas y Viqueira, podían verse las firmas de Borges, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral o César Vallejo.

Valle-Inclán internacional
En el marco de esta misma exposición, en otro de los pabellones de la Residencia de Estudiantes, se expone una muestra bajo el título “Otros verbos, otras lecturas: Valle-Inclán traducido (1906-1936)”, organizada por el Consello da Cultura Galega y la Cátedra Valle-Inclán de la Universidad de Santiago de Compostela. El escritor gallego personaliza ejemplarmente la proyección internacional de muchos intelectuales y artistas de su época.
Pocas veces se ha reconocido la proyección internacional de la obra de don Ramón María del Valle-Inclán. Aquí se recuperan los nombres de los traductores de la obra de Valle a otros idiomas, los de los editores que publicaron sus escritos, las revistas y periódicos extranjeros que recogieron en sus páginas críticas, reseñas de sus obras y entrevistas con un personaje que hoy sería calificado de mediático. Se han rescatado las cartas que el escritor gallego intercambió con sus editores. Es sorprendente la poca atención prestada a la repercusión de la obra de Valle-Inclán en países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Francia o Portugal, a la traducción de su obra a idiomas como el búlgaro, el checo, el húngaro, el holandés, el islandés, el rumano o el sueco.
Está por hacer un estudio sobre cómo se interpretó en todas estas culturas la obra de un Valle-Inclán que, aunque escrita en castellano, era la manifestación auténtica de una Galicia de resonancias ancestrales. Y cómo se resolvieron en otros idiomas los giros idiomáticos gallegos que introducía en su prosa. En la época que le tocó vivir a Valle-Inclán, la cultura exterior era conocida casi exclusivamente a través de las traducciones que se hacían de la obra de los grandes intelectuales, literatos y poetas extranjeros. Traductores cuya labor está pendiente aún de reconocimiento, hicieron posible que los españoles de la época pudieran leer a Joyce, a Proust o a Kafka con una inmediatez a veces envidiable, gracias a su labor y también al trabajo y el riesgo de editoriales como La Lectura, Calpe o Biblioteca Nueva. El mismo Valle-Inclán fue traductor de Eça de Queiroz y Maeterlinck. El internacionalismo de la obra de Valle-Inclán también se reflejó en las culturas hispanas de América, que a su vez influyeron en su propia obra (“Tirano Banderas”) también, por lo tanto, atlantista.




