Roberto Cataldi[1]
Desde mucho antes de Comenio, aquel checo del Siglo XVII considerado Padre de la Didáctica, sabemos que la educación es un medio fundamental en la formación del ser humano y que es esencial en el progreso de las sociedades, concepto que ha sido tomado como si fuese una verdad absoluta e inmutable. Al punto que no son pocos los que creen que la mayoría de los males del mundo actual se resolverían haciendo que la educación llegue a todos.
Pero no es tan simple. Primero debemos preguntarnos de qué educación hablamos, pues, no toda educación es buena o recomendable. Y no he querido hacer alusión al título de la película de Almodóvar, donde está representada un tipo de “mala educación” que hizo época. La educación que se le imparte a un niño en la familia como la instrucción que se le da en la escuela determinan sin duda su conducta como adulto, caso contrario no podríamos explicar la xenofobia, la supremacía blanca y el odio racial, los crímenes por limpieza étnica o religiosa, el antisemitismo, la islamofobia, entre tantas otras calamidades.
Los intelectuales de la Modernidad pertenecen en su gran mayoría a la burguesía. Curiosamente todas las revoluciones nacen de la burguesía. El poder intenta reclutar a los intelectuales o los tienta con aquello que febril e íntimamente desean, es decir, el reconocimiento, el brillo, el dinero, un buen pasar. En lo que hace a la proximidad al proletariado, si se da, suele ser espasmódica. El intelectual hoy surge de la clase media, una clase con la que sucede algo llamativo, pues, los que carecen de recursos y que podríamos catalogar de pobres, dicen pertenecer a la clase media, y los que son ricos también declaran engrosar sus filas. Esta referencia se basa en el concepto tradicional de clase, es decir, el ingreso económico. Según un estudio que acabo de leer en un matutino, el 80 % de los argentinos se ven a sí mismos como de clase media, pero de acuerdo al nivel educativo y laboral, sólo el 45 % pertenecería a esta clase, mientras que a mediados de los años 70, más del 70 % de la población la integraba. ¡Qué retroceso! Lo cierto es que por ascenso de unos o por descenso de otros, la coartada de nuestros días sería pertenecer a la clase media.
Recuerdo que en los años 60 y 70 se respiraba un clima de profunda crítica, sobre todo entre los jóvenes, fueran estudiantes u obreros, y daba la sensación que los ideales y los valores eran muy fuertes. Estábamos confiados en que podríamos alterar el orden de las cosas, cambiar el mundo, y que nuestras sociedades fuesen más justas. Hasta llegamos a creer que la verdad terminaría imponiéndose en un futuro próximo, pero los seres humanos a menudo confundimos los deseos con la realidad y, ésta muchas veces no es más que una manera de mirar las cosas. Recuerdo que entonces había autores como Ionesco que sostenía que vivíamos en un infierno total, que todo era ilusorio, y que la felicidad no existía.
En aquella época, Richard Sennett, hijo de un anarquista y de una comunista, estaba en la escuela y el FBI tenía agentes posicionados en el recreo para observar con quien jugaba y, luego iban con los padres de esos chicos para obtener información sobre su madre. Al leer este comentario recordé una anécdota de mi niñez, el hijo de un amigo de mi padre, mayor que yo, comentó entre sus compañeros del secundario que pronto habría una revolución que derrocaría al gobierno. Al día siguiente se presentaron en su casa policías de la Federal y le dijeron al padre que si eso llegaba a ocurrir, vendrían por él y sería el primer encarcelado.
Ian Mc Ewan siempre se consideró un outsider de la cultura británica, siendo joven trabajó unos meses de basurero subido detrás de un camión, y se dio cuenta que entre la gente con que comía el sándwich en los descansos, había un rango de inteligencia igual al que se halla en las universidades. Obviamente había de todo, gente estúpida y gente brillante, pero lo interesante es que esa experiencia de campo le hizo comprender al escritor cómo la suerte y el accidente de nacimiento determinan lo que cada uno es.
La doctrina Monroe duró casi un siglo. Los Estados Unidos no se metían en los problemas de Europa ni tampoco en sus colonias, pero impedían cualquier intervención europea en el continente americano. Durante el segundo mandato de Thomas W. Wilson el aislacionismo se rompió. Logró ser reelecto como presidente bajo el slogan: “He kept us out of war”. Este hijo de pastor presbiteriano mantuvo a su país fuera de la conflagración mundial solo hasta el año siguiente de su reelección y le declaró la guerra a Alemania. A partir de allí se lanzaron a una política de intervencionismo bélico permanente, dando muestras de rapacidad cuando no de paranoia. Esta política exterior permitió asumir un papel imperial y un permanente estado de belicosidad, porque sin blandir un garrote amenazante no existe ningún imperio. Claro que Wilson antes de político fue presidente de Princeton, hoy una universidad Ivy League, y durante su mandato ningún estudiante afroamericano fue admitido a pesar de que ya las universidades de Harvard y de Yale, desde hacía décadas, admitían alumnos negros. Tengamos presente que Wilson fue criado en el sur de los Estados Unidos y llegó a escribir sobre “un gran Ku Klux Klan” que procuraba liberar a la gente blanca de aquellos gobiernos sostenidos por la votación de negros ignorantes. Hace poco estudiantes negros cuestionaban a Wilson, no admitían que se continuase con su culto, y exhibían pósters con citas que poco honor le hacen a su figura de estadista, como: “la segregación no es humillante, sino un beneficio y así debería ser considerada” (sic).
Juan Antonio Vallejo-Nájera fue el primer catedrático de psiquiatría que tuvo la universidad española, de quien en los 70 leí su obra más difundida: Locos egregios. Era un eugenista que consideraba al comunismo una enfermedad no hereditaria, pero que se podía prevenir apartando a tiempo los hijos de sus padres. Yo no sé si en la Argentina los militares del Proceso llegaron a leerlo, tengo dudas porque nuestros militares no parecían ser muy afectos a la lectura, pero cumplieron al pie de la letra con su teoría, secuestrando hijos de “subversivos” y entregándolos a familias “bien constituidas”. Los comunistas revelaban inferioridad mental. Los que militaban en las filas del marxismo eran psicópatas antisociales. La perversidad de los regímenes democráticos favorecería el resentimiento y promociona a los fracasados sociales con políticas públicas, a diferencia de los regímenes aristocráticos donde sólo triunfan los mejores. Tenía un concepto peculiar de la mujer, de la que llegó a decir que a ésta se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas (…). Vallejo-Nájera pensaba que para mejorar la raza era necesario militarizar la escuela, la universidad, el taller, el café, el teatro, en fin, todos los ámbitos sociales. Solía decir que en la península había demasiados Sanchos y pocos Quijotes, y estaba convencido de que era necesario que resurgiese la Santa Inquisición, con la noble misión de perseguir a los que corrompían la “raza española” (los antipatrias, los anticatólicos, los antimilitares). Con este hervidero de ideas, uno llega a entender el calvario que fue la España de Francisco Franco.
El Banco Mundial en su informe sobre el desarrollo mundial 2018, sostiene que hay que aumentar las mediciones y atenerse a la evidencia para impulsar los cambios educativos y, da a entender que escolarización no es lo mismo que aprendizaje. En efecto, no siempre es la falta de escolaridad sino la insuficiencia de aprendizaje. Los niños y los jóvenes pueden estar desinteresados, tal vez desalentados, o quizá inmersos en esta cultura del facilismo. Pero no pocos maestros y profesores fueron alcanzados por la burocratización, siendo la vocación una rara avis. La incorporación de la tecnología en el aula no hace magia.
Además los padres no pueden estar ausentes en la marcha del proceso educativo por carecer de tiempo o creyendo que con la costosa matrícula que pagan están exentos. En esta crisis educativa la sociedad no es inocente, mucho menos los sindicatos docentes y los políticos. En 1975 terminó la Guerra de Vietnam dejando un país desbastado, sin embargo hoy los estudiantes de 15 años tienen un rendimiento académico similar a los de Alemania. En Corea del Sur en los años 50 finalizó la guerra aunque el estado de tensión bélica continúa; sus altos índices de analfabetismo quedaron atrás y sus estudiantes ocupan los primeros puestos mundiales. No quiero hablar de la educación en Finlandia o en los otros países nórdicos para no caer en un lugar común.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)