La pérdida del arte de la conversación

Roberto Cataldi[1]

Desde hace varios años observamos cómo se van perdiendo los vínculos personales cotidianos, a la vez que muchas habilidades humanas. En efecto, ya no nos reunimos con los amigos en el bar o en la casa de alguno como solíamos hacer con cierta frecuencia, pues la intención era vernos, comentar nuestras cosas o simplemente charlar (en el sentido de una conversación insustancial).

En realidad no es que estemos desconectados, que no hablemos, pero lo hacemos de manera diferente. En efecto, la forma y la profundidad experimentaron un cambio radical con la tecnología comunicacional. Como ser, cuando nos hallábamos a cierta distancia, en ocasiones separados por miles de kilómetros, solíamos hablar a través del teléfono fijo o mediante la correspondencia epistolar, y claro, manejábamos otros tiempos.

Hoy por hoy, aunque vivamos en el mismo barrio, a poca distancia, usamos al instante el WhatsApp, la videoconferencia o el mail. Y los mensajes escritos han procurado sustituir la oralidad (insustituible), cambiando la forma que expresamos nuestros pensamientos y emociones.

La comunicación digital nos permite responder al momento, como si el tiempo no existiese, aunque siempre podemos responder cuando estamos listos, después de pensar detenidamente, pero esto no sucede con los hiperfrecuentadores de Twitter (X), donde la respuesta o el comentario malicioso suele ser inmediato, irreflexivo, visceral… No hablemos de la viralización de las agresiones y disparates emitidos tanto por líderes políticos como por sujetos anónimos.

De ahí que jamás uso esa red social, y recomiendo no usarla, sobre todo por ser fuente de desinformación, de maniqueísmo, donde los malentendidos abundan.

La presencialidad es fundamental para construir lazos sociales. En salud mental, las vinculaciones sólidas actúan como una protección. Y en lo que hace a la amistad, algo muy preciado si es genuina, con presencialidad o sin ella, puede ser energizante.

El psicólogo Albert Mehrabian es autor de la regla 7-38-55: el 7 por ciento de la comunicación son palabras que pronunciamos; el 38 por ciento lo transmitimos a través de la voz; el 55 por ciento es la comunicación no verbal o sea la corporal. Esta regla se cumpliría como estrategia para transmitir sentimientos o actitudes, pero no datos.

Es lamentable que se estén perdiendo habilidades sociales grupales, muy necesarias, como dar las gracias, pedir perdón, tolerar una crítica, el vacío que se experimenta por una frustración, compartir emociones face to face. Es más, estas habilidades que forman parte de la buena educación, hoy han sido reemplazadas por las que son propias de la mala educación, como una demostración de autenticidad.

Entre los argentinos fue, ha sido y es frecuente saludarse con un beso en la mejilla o incluso una tenue caricia, sin que ello implique connotación sexual alguna. Una amiga española me decía que le gustaba esa cosa «maricona» que tenemos los hombres de saludarnos con un beso. Por otra parte, los argentinos tenemos un lenguaje gestual exacerbado (como el uso de las manos), cuasi teatral, solo superado por los italianos, que sin duda nos influenciaron.

Existe la ilusión de la hiperconexión a toda hora, y su consecuencia es la incapacidad para poder desconectarse o la adicción. Está claro que «chatear» no es precisamente conversar, ya que conversar es otra cosa, porque en la conversación presencial entran en juego todos los sentidos (lo mismo sucede en pedagogía cuando se recurre a la enseñanza-aprendizaje personalizada). El mensaje llega por el contacto visual, la gestualidad, el tono de la voz, la energía que se le imprima, y así se facilita la empatía y la percepción de las emociones al instante. Un apretón de manos, un abrazo, una sonrisa, una palmada en la espalda, creo que pueden expresar mucho.

La conversación exige espacio, tiempo y disposición. Compartir palabras pero también silencios, risas al igual que gestos, son parte significativa de la conversación. Hoy millones de seres humanos viven conversando mediante chats, en absoluta soledad, y creen estar acompañados, pero en realidad están solos.

Al respecto, la soledad en ocasiones es impuesta por las condiciones contextuales (sucedió en la pandemia y sus secuelas están a la vista) o al contrario ser elegida, porque se necesita meditar, reflexionar, estudiar, escribir, y puede ser muy positiva, al punto de convertirse en algo creativo. Francis Bacon sostenía que, «La lectura hace al hombre completo; la conversación, ágil, y el escribir, preciso».

En fin, en el mundo hay una epidemia de soledad no buscada por falta de relaciones interpersonales que produce sufrimiento, con repercusiones en la salud física y mental. La conexión digital no es ajena, pues, vivimos más interconectados pero cada vez nos escuchamos menos, y también nos comprendemos menos. La prueba palmaria es lo que hoy sucede en el mundo…

La percepción de que mucha gente necesita hablar, contar lo que le sucede, lo advertimos en la fila del banco, en una oficina esperando un trámite, en el gimnasio, en un viaje de un transporte público. Quizá porque como decía Ovidio: «Hablando, huyen las horas».

Claro que la oralidad no se reduce solo a hablar, exige saber escuchar, y esto es más trabajoso, aunque mucho más lo es comprender la otredad. De todas maneras, hoy sabemos que la comunicación a través de la conversación nos ayuda a disminuir el stress.


Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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