Leyendo el artículo de opinión que lleva por título “Una nueva Transición”, publicado el pasado domingo día 19 en El País por el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, no puede uno por menos que acordarse de esa canción de Maki Navaja en la que se dice, entre otras cosas: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”.
Y es que a tenor de lo escrito, en Iglesias pudiera haberse producido, cual si de un nuevo Pablo de Tarso se tratara, una transmutación que parece acercarlo a la realidad del mundo que le rodea, dejando para el pasado lo que hasta hace poco formaba parte de su dialéctica al uso.
Leyendo su escrito puede comprobarse que de un plumazo han desaparecido términos que hasta hace poco formaban parte de su jerga, que era también la de su partido. No hay en todo su escrito, que calculo tendrá unas 1200 palabras, ni una sola referencia a los términos a los que nos tenía acostumbrados, como “casta”, “restos del 78”, “élites”, “políticos antiguos” “Constitución trasnochada” y otras por el estilo con que tanto él como sus gentes se referían a las “restos de la Transición”.
Antes bien al contrario, ahora resulta que el líder emergente reconoce el papel que les tocó jugar, entre otros, a los dos grandes partidos que la pilotaron, como son el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, si bien es cierto que otros, como la Unión de Centro Democrático o el Partido Comunista también jugaron su papel.
Pablo Iglesias dice ahora lo mismo que muchos venimos diciendo desde hace años, por lo que se nos ha puesto en entredicho, y en este sentido escribe: “El régimen político español que llamamos de 1978 en honor a su Constitución es el resultado de nuestra exitosa Transición; un proceso de metamorfosis por las élites del franquismo y de la oposición democrática que hizo que España pasara de una dictadura a transformarse en una democracia liberal homologable…”.
Para el líder de Podemos, de aquellas instituciones de 1978 solamente parecen gozar hoy de “buena salud” las fuerzas armadas, la Monarquía, debido al cambio, y el PNV, mientras que a los partidos que él llama del régimen (¿sic?), PP y PSOE, los da casi por amortizados. Debe confundir Iglesias sus deseos con la realidad, porque si bien es cierto que dichos partidos han ido perdiendo apoyos en las diferentes elecciones, hoy por hoy siguen siendo los dos partidos mayoritarios, con el 51 % de los votos cosechados entrambos, si nos atenemos a las últimas elecciones.
Y ese 51% sigue siendo mayoritario, a no ser que el profesor Iglesias intente demostrar lo contrario, que todo pudiera ser. Puestos a elucubrar, también es posible que en las próximas elecciones ambos partidos se queden en el 20 % y que Podemos se alce con el 70 % de los votos, pero a día de hoy los datos son los que son.
También es posible que Pablo Iglesias se haya dado cuenta, ahora que está en la antesala de tocar poder, que tener responsabilidades políticas es algo más serio que levantar la mano en plaza pública, y que hay que empezar a arriar alguna vela a fin de llegar a buen puerto. Por eso dice que “llevamos un año preparándonos para ganar las elecciones, siendo la fuerza política que representa a las clases populares y a la sociedad civil defendiendo un proyecto de país para las mayorías sociales…”, apuntándose a un posible pacto de convivencia social y territorial.
Donde también parece haber dado el líder de Podemos un giro de 180 grados ha sido en lo referente a los países de la Unión Europea, y dentro de ésta a los pertenecientes a la Zona Euro, a los que hasta hace días tildaba de “mafiosos”, “chantajistas” y otros calificativos lingüísticos por el estilo, países que lo único que pretendían, en su opinión, era hundir a Grecia, país con cuyo líder, Alexis Tsipras, y el partido heleno de la izquierda radical, Syriza, se siente Pablo Iglesias tan identificado. Ahora resulta que los hasta ayer “chantajistas” ya no parecen serlo, sino que han pasado a convertirse según sus últimas palabras, en “adversarios poderosos”, que no practican, eso sí, y según su opinión, el europeísmo social.
Quedan pocos meses para las elecciones generales y algunos parece que empiezan a colocarse de cara a rebañar votos como sea, a modular su fisonomía dialéctica de cara a las urnas, en las que la ciudadanía, vote a quien vote –de ahí el gran valor de la democracia- tendrá la última palabra. Digo ciudadanía porque para algunos el pueblo son ellos y lo que ellos representan. Como dice el historiador Santos Juliá, “Nos queda aún mucho que oír y no poco que ver en esta partida de ajedrez”. Y Juliá de Historia sabe un rato.