¡Las mayúsculas también causan problemas!

Determinar cuántas impropiedades existen dentro de la amplia gama de la redacción de contenidos, sería algo impreciso, pues la dinámica actual y otros factores hacen que estas se multipliquen, y que una incontable cantidad se arraigue en el vocabulario del común de la gente. Hay autores que las han agrupado, quizás con la intención de sintetizar el asunto; pero sin dudas, es algo que siempre está y estará latente. Las hay desde faltas de ortografía elemental, hasta complicados casos en los que se violenta la sintaxis y se ignora la semántica.

En los casi veintiocho años en los que me he dedicado a escribir sobre casos de impropiedades lingüísticas, muchas han sido las veces en que un tema ha sido abordado varias ocasiones, con la finalidad de contribuir a disipar las dudas. De hecho, los tres artículos anteriores a este, están dirigidos, de manera muy respetuosa, especialmente a periodistas, educadores, abogados y otros profesionales cuya ocupación habitual les impone el buen uso del lenguaje que emplean. Los tres artículos tienen el mismo enfoque.

En cuanto a los periodistas, he cuestionado el caso de Venezuela, en donde, con contadas y honrosas excepciones, existe una pobreza crítica, evidenciada en una redacción maquinal que se caracteriza por el uso de las mismas palabras y por la persistencia en situaciones viciadas. A unos cuantos no les ha caído bien la reprimenda; pero a otros, que afortunadamente son bastantes, les ha servido para adquirir madurez y facilidad en su desempeño.

Muchos comunicadores sociales no le han dado importancia a los aspectos básicos de la redacción, como lo son la gramática y la ortografía, y por eso siempre tropiezan con la misma piedra. Ignoran que para escribir medianamente aceptable, no es necesario ser individuo de número de la Real Academia Española, y si lo dudan, pregúntenselo a Juan David Villa.

A todas esas, y con la intención de seguir aportando soluciones, en esta entrega les mostraré un caso al que me he referido en otras oportunidades, en el que vale la pena insistir, así sea nadar contra la corriente.

Las mayúsculas innecesarias son quizás el caso más sobresaliente en la redacción actual, tanto en información como en publicidad. Ahora hay quienes por desconocimiento, por imitación servil u otra razón, a todo le colocan inicial mayúscula. Esa situación es favorecida por el hecho de que algunos teléfonos llamados «inteligentes» tienen una forma que a cada palabra le colocan inicial mayúscula, lo que ha hecho que ahora se haya impuesto una tendencia a preferir ese uso, que a todas luces es antiestético e inadecuado.

Se debe tener presente que se escriben con inicial mayúscula los nombres propios de personas, marcas, empresas e instituciones. No sería difícil entender que luego de punto y seguido, punto y aparte, al comenzar un texto, debe colocarse inicial mayúscula. Eso me lo enseñaron en el quinto grado de educación primaria, en la siempre recordada Escuela Básica Hermanas Peraza de mi natal Acarigua, Venezuela.

En cuanto a los cargos, muchos redactores, por ignorancia o quizás por adulación, los colocan con inicial mayúscula, y por eso es frecuente leer textos plagados de denominaciones que, de acuerdo con las reglas, deben escribirse con inicial minúscula, como en el caso de Juez, Director, Presidente, Gobernador, Alcalde, etc. Ello ocurre por desconocimiento o porque al redactor le gusta adular; tal vez porque al juez, al director, al presidente, al gobernador, al alcalde, le gusta que le adulen, como suele suceder.

En el caso de presidente, gobernador y alcalde, se colocará inicial mayúscula en caso en que en un párrafo se haya hablado, por ejemplo, del presidente Héctor González Burgos, el gobernador Manuel Castillo, el alcalde José Vásquez Manzano, y si en un párrafo posterior es necesario volver a mencionarlo, se escribirá Presidente, Gobernador, Alcalde, pues de antemano se sabrá de quién se está hablando. Si ese no es el caso, se escribirá con inicial minúscula, sin importar cuán rimbombante es o sea el cargo. Lo demás es frivolidad y adulación.

Y ya que les he hablado de aduladores, que por supuesto no es el tema principal de este escrito, en Venezuela esas personas reciben el nombre de «jalabolas», «chupamedias», «lambepescuezos» y otros epítetos con los que se pondera lo despreciable de esa conducta, que lamentablemente existe desde que Dios creo al mundo.

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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