Las revistas culturales han tenido una presencia continua en España desde los orígenes del periodismo. El primer intento serio de un periódico español fue el «Diario de los literatos de España», nacido en 1737 y especializado en informar sobre las novedades que se publicaban en el mundo de los libros.
En su introducción se justificaba la presencia de esta publicación para «luchar contra la ignorancia» y se adelantaba que sus contenidos serían extractos de obras, noticias sobre la actividad literaria y sus protagonistas, así como «aquellos contenidos polémicos que lo requieran», prometiendo ser imparciales y dispuestos a buscar la verdad.
Se solicitaba la colaboración de escritores y se ofrecían sus páginas como herramientas de intermediación entre ellos.
Publicaciones posteriores como la «Gazeta de Madrid», el «Mercurio Literario», el «Correo de Madrid o de los ciegos», el «Diario de las Musas», el «Memorial literario», «La Espigadera» o el «Gabinete de lectura española», confirman la presencia de publicaciones culturales especializadas en la España del siglo dieciocho.
En el diecinueve el periodismo español se orientó mayoritariamente hacia la formación de la opinión pública debido a los acontecimientos históricos y a la politización a que se vio sometida la vida española.
Sin embargo, aunque marcada por la identificación ideológica, la prensa cultural mantuvo un alto nivel informativo y adoptó la costumbre francesa de publicar obras literarias por entregas en folletines que reflejaban las ideologías a las que se adscribía cada publicación.
Entre las nuevas revistas de contenido cultural destacaron «La América», «La crónica de ambos mundos», «El Museo» o «La Ilustración Española y Americana».
En algunas de estas publicaciones ya se incluían imágenes dibujadas, como en «El Artista» y el «Semanario Pintoresco», en el que escribía Gustavo Adolfo Bécquer y se incluían las ilustraciones de su hermano Valeriano.
Títulos como «Variedades» y «El Censor» mantenían también un alto nivel de información cultural en sus contenidos.
Simultáneamente, algunos diarios comenzaron a publicar páginas especiales o separatas con información cultural, precursoras de los actuales suplementos, como «Los Lunes Literarios» del periódico «El Imparcial».
En el siglo veinte fue fundamentalmente la prensa cultural la que recogió las opiniones más serias y las polémicas más ilustradas derivadas de la crisis del 98, la Restauración o las propuestas del regeneracionismo, hasta el punto de que el primer tercio de este siglo puede considerarse como la edad de oro de las revistas culturales en España.
Algunos títulos destacables de los primeros años fueron «Electra» (entre cuyos colaboradores figuraban Galdós, Ramiro de Maeztu, los Machado, Pío Baroja, Benavente, Rubén Darío, Valle-Inclán), la regeneracionista y monárquica «Renacimiento», la krausista «Revista Ibérica» (con Cossío, Giner de los Ríos y Francisco Villaespesa), las modernistas «Helios» y «Prometeo», la nacionalista «Alma española», la izquierdista «Europa»… y las muy influyentes «La Pluma», fundada por Manuel Azaña y Rivas Cherif, «La Gaceta Literaria» de Giménez Caballero y sobre todo la «Revista de Occidente».
Hay que decir que, curiosamente, los nombres de los colaboradores se repiten en casi todas las revistas, incluso en las de claro antagonismo ideológico. Así, las firmas de Valle-Inclán, Machado, Juan Ramón Jiménez, Baroja, Unamuno, Giménez Caballero, Galdós… figuran en casi todas ellas.
Claridad en el caos
En julio de 1923 apareció el primer número de la «Revista de Occidente», una publicación de vocación cosmopolita que conoció varias etapas, la primera entre 1923 y 1936, una segunda entre 1963 y 1975 y la actual que se inició en 1980.
Protegida por el nombre y el prestigio de su director José Ortega y Gasset, quien abandonó la dirección de la revista «España» para dedicarse a este nuevo proyecto, la empresa gigantesca de la «Revista de Occidente» va a marcar e influir en la vida cultural española como ninguna otra lo había hecho hasta entonces.
Su secretario era Fernando Vela, uno de los grandes agitadores culturales de una época en la que se mezclaba la tradición del libro, el teatro, los conciertos y los museos con la eclosión de los nuevos medios de masas, el jazz, la radio y el cinematógrafo.
La difusión de sus escritos, el ascendiente de sus opiniones y la larga lista de acreditadas plumas puestas a su servicio van a hacer de la «Revista de Occidente» el faro de una línea cultural que los españoles siguieron en buena medida y cuyo objetivo, afirmado en el editorial «Propósitos» de su primer número, era el de buscar «claridad en el caos» de la vida española, intentando desmarcarse de la actividad política y manteniendo una clara vocación hacia España e Hispanoamérica (Borges y Neruda fueron colaboradores tempranos de la revista).
La inclusión del término Occidente en su título alude al deseo de atraer hacia sus páginas la colaboración de todos aquellos autores del mundo occidental que sintieran la necesidad de pulsar el alma contemporánea. Así, en la revista figuran las firmas de Einstein, Jean Cocteau, Heidegger, Kafka, Rilke o Max Weber.
La primera etapa de «Revista de Occidente», la que va de 1923 a 1936, acogió a tres distintas generaciones literarias, la del 98, la del 14 y la del 27. En su primer número ya aparecen las firmas de Pío Baroja y Corpus Barga. En entregas sucesivas, son frecuentes los nombres de Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna, Giménez Caballero, Azorín, Antonio Machado, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Eugenio D’Ors, Menéndez Pidal… y siempre las colaboraciones frecuentes de Ortega y Gasset
Como la «Gaceta Literaria» o «Cruz y Raya», también «Revista de Occidente» fundó su propia editorial para dar cabida a las obras de los autores que, colaboradores o no, completaban de alguna manera la labor de la publicación en el panorama cultural español. Estuvo dirigida por el filósofo Manuel García Morente y más tarde por Fernando Vela.
También se propuso crear una galería de arte para que expusieran sus obras los creadores contemporáneos, un proyecto que no llegó a cuajar y que sólo pudo acoger una única exposición, la de Maruja Mallo, una artista que también ilustró muchas viñetas de las portadas de la revista.
Aunque afectadas por la irrupción de los nuevos medios, sobre todo la radio y la televisión, las revistas culturales no desaparecieron, como profetizaban algunos augures catastrofistas, aunque la fuerte competencia provocó el naufragio de muchas de ellas, una situación agravada en este primer tercio del siglo veintiuno en el que prácticamente todas sobreviven de manera precaria.