Roberto Cataldi¹
Todos sabemos que cuando cambia el clima cambian muchas cosas, empezando por la vida misma, y si no que le pregunten a los portorriqueños cómo les cambió la vida luego del devastador huracán María. Pero claro, cuando ese desastre climático no nos llega, podemos ignorarlo, o seguirlo por las noticias mientras nos desayunamos o cenamos y, a lo sumo exclamaremos, entre bocado y bocado: ¡qué barbaridad!
Desde finales de la Edad Media hasta mediados del Siglo XIX la Tierra sufrió un período de enfriamiento que los científicos bautizaron como Pequeña Edad de Hielo. En efecto, se terminó el período cálido medieval y el frío hizo sentir sus consecuencias. Dicen las crónicas de la época que los londinenses podían patinar en el Támesis. Pero lo grave es que esa situación climática motivó malas cosechas, hambre, guerras y todo tipo de desgracias. Los científicos aún no se ponen de acuerdo acerca de la fecha en que se produjo y tampoco sobre las causas. Unos sostienen que la ocasionó una menor radiación solar, otros piensan que obedecería a cuatro erupciones volcánicas. En fin, de lo que estamos seguros es de que este período de glaciación fue uno de los más terribles de la historia, sin embargo mucha gente ignora que existió.
La conciencia climática está muy retrasada, pero ha germinado en una parte de la juventud, que sabe que el planeta se está deteriorando y que esto afectará seriamente el futuro de la humanidad. Claro que esa idea no es compartida por los empresarios que generan sus beneficios contaminando o destruyendo el planeta, ni por buena parte de las élites gobernantes. Existe un negacionismo que incluso supera al del Holocausto, pues, no solo se trata de las grandes empresas globalizadas, sino de los mandatarios de los Estados Unidos, China, Gran Bretaña, Rusia, Brasil, entre otros, que cínicamente, niegan el calentamiento global y hasta ridiculizan los informes científicos basados en evidencias irrefutables.
La desvergüenza es tal que pretenden convertir un conocimiento científico en una creencia propia de fanáticos, cuando en realidad sólo tratan de defender sus intereses, sus negociados a escala planetaria, y para ello nada mejor que las fake news. Éste es uno de los temas que hoy por hoy alimenta el estallido social, junto con la disparidad de derechos y la brecha económica cada vez más escandalosa entre los pueblos condenados a vivir mal, accediendo sólo a los despojos, y los hijos predilectos del Estado, amparados en una suerte de paternalismo estatal (multimillonarios, grandes empresarios, políticos, magistrados, altos funcionarios, jefes de las fuerzas del orden y jerarquías religiosas). El malestar ya no puede ocultarse, está globalizado y justificado.
En este parque temático hallamos a ciudadanos huérfanos que carecen de cualquier privilegio y necesitan de la comunidad para sobrevivir, o los nuevos refugiados que escapan de la violencia y el terror, o los desplazados por razones climáticas, como también a las clases medias cada vez más esquilmadas y rehenes de un sistema injusto. No hay duda de que gran parte de la población vive entregada a hacer frente a las dificultades cotidianas, mientras el espacio de reflexión crítica se va estrechando de la misma manera que se estrechan muchas conciencias.
Las ideas de desarrollo y progreso defendidas secularmente por el liberalismo, hoy parecen haber sido capturadas por los movimientos políticos y los gobiernos con vocación totalitaria, siendo la primera baja la libertad. El sinsentido, lo irracional, lo arbitrario o disparatado toman la apariencia de una conducta normal y nos vemos obligados a convivir con lo absurdo.
Ya Napoleón Bonaparte señaló que en política lo absurdo no siempre se convierte en un obstáculo. En una de sus obras de principios del Siglo XX, Pirandello, precursor del teatro del absurdo dice: “Los absurdos de la vida no necesitan parecer verosímiles porque son verdaderos; al revés que los del arte, que para parecer verdaderos necesitan ser verosímiles. Con lo que, siendo verosímiles, dejan de ser absurdos”.
Cuando observo el panorama de nuestros días, me pregunto qué escribirían hoy Shakespeare, Dickens, Orwell o Camus, cómo narrarían el mundo actual desde la literatura y la ética.
George Orwell fue un intelectual comprometido, que incluso empuñó las armas cuando la causa justificaba tal accionar. Autor de Rebelión en la Granja (1945) y de 1984 (1949), tuvo no pocas dificultades para que le editaran estas dos novelas. La primera fue catalogada como sátira política o fábula mordaz contra el régimen soviético de Stalin, en un momento en que Rusia era aliada de Gran Bretaña, y la segunda es una antiutopía o distopía acerca del totalitarismo, donde la Policía del Pensamiento en el año 1984 controla de manera asfixiante a todos los ciudadanos, invadiendo sus pensamientos para así mantener el orden; de esta novela surgió el personaje Gran Hermano.
En Orwell, la vida, la obra y la persona se conjugaron como en muy pocos intelectuales del Siglo XX, al punto que es difícil hallar un parangón. En una época en que muchos intelectuales comulgaban con el comunismo, o al menos coqueteaban, él adoptó una actitud crítica y valiente, denunciando tanto al comunismo, como al fascismo o el capitalismo, tres regímenes a los que puso en pie de igualdad, descorriendo sus velos… En efecto, se adelantó en varias décadas a lo que hoy estamos comprobando. También mostró su profundo desprecio por el imperialismo que conoció de primera mano en Birmania.
Recuerdo haber leído en mi etapa veinteañera 1984, entonces no era el best seller actual. Como suele suceder con los grandes hombres, no fue valorado por sus contemporáneos como merecía, no supo de reconocimientos, premios ni homenajes, como acontece hoy con muchos individuos de escasos méritos pero bien posicionados. George Orwell practicó un socialismo democrático y humanista, nunca salió de la pobreza, y en su época de indigencia parisina contrajo una tuberculosis. En sus últimos años anduvo de hospital en hospital, y falleció a los 46 años en la cama de uno de ellos.
Tanto Shakespeare, como Dickens, Orwell o Camus, cada uno supo retratar la sociedad de su época, las pasiones humanas que son inmutables en el tiempo, y la alienación del poder con sus consecuencias trágicas. La intemporalidad de sus obras los convirtió en autores clásicos. Bástenos leer una de sus novelas para darnos cuenta de que lo que narran sucede actualmente, de allí que algunos opinen que sistemáticamente volvemos al punto de partida, que la historia es cíclica y no lineal. No creo que se trate del eterno retorno, pero sí me viene a la memoria Los Miserables de Víctor Hugo…
Necesitamos pensar la sociedad del futuro y prepararnos, pues ésta es una de las tareas más importantes, claro que para ello debemos partir del pasado y situarnos en el presente. No se trata de oponerse al cambio como algunos sostienen, por el contrario, Clemenceau decía que el hombre absurdo es el que nunca cambia. Los viejos debemos ayudar a los jóvenes, porque no en vano tenemos experiencias. Ignorar los valores clásicos de la Ilustración como pretenden algunos sofistas que tienen una clara actitud anti-intelectual, es un error. La tecnología, por más deslumbrante que sea, nunca será la panacea universal que cambie la condición humana, no seamos presa de los prestidigitadores que sólo trabajan en su propio beneficio.
Es imperioso dar paso a un sistema distributivo que respete los valores humanos y también los valores ecológicos.Todo proceso civilizatorio fue, ha sido y es represivo, porque debe apelar a la imposición de límites, prohibiciones y castigos, pero en su desarrollo hay que evitar caer en la falacia de la antinomia Civilización o Naturaleza. Con estos niveles de pobreza y desigualdad no hay duda de que el futuro será infausto, pues, si no hay interés en asistir a las poblaciones vulneradas, en hacerse cargo de los niños abandonados, en darle una educación gratuita a los jóvenes de familias marginadas, en brindar cobertura médica a los enfermos desamparados, en generar oportunidades para los profesionales que no proceden de familias acomodadas, ¿de qué futuro hablamos? Tal vez del futuro del 10 % de la población mundial…
La historia nos enseña que estas situaciones tarde o temprano desencadenan violencia en masa y, lamentablemente, las élites gobernantes suelen ser muy ignorantes en materia de historia, entre otros temas.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó, junto a su familia, la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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