Durante la reciente crisis de navegación en el canal de Suez a causa del atasco provocado por el Ever Given, algunos barcos decidieron tomar la ruta alternativa que suponía rodear el continente africano para llegar a Europa. Pero la mayoría decidieron esperar, no tanto por lo que suponía retrasar varios días la llegada de las mercancías a los puertos de destino, sino por el peligro de ser víctimas de ataques piratas en zonas de la costa de África, en las que esta práctica está a la orden del día.
La piratería es uno de los fenómenos a los que está sometida la navegación internacional y la actividad pesquera en zonas puntuales de varios océanos, pero no es el único delito que se comete en aguas internacionales.
Una casuística excesiva
La inmensidad de los océanos hace imposible un control eficaz sobre todo lo que se produce en sus aguas. De ahí que se cometan una gran cantidad de infracciones relacionadas con la sobreexplotación, la piratería y otros delitos.
El periodista Ian Urbina ha investigado para publicaciones como el New York Times y National Geographic algunos de los crímenes –en sentido ecológico, pero también en el humanitario- que se cometen a lo largo y ancho de los mares de todo el mundo, delitos amparados en la clandestinidad, en la falta de medios para poner coto a la impunidad en la que se desarrollan, y en la maraña de jurisdicciones, tratados y leyes de difícil aplicación de unos países a otros, que hacen del mar un espacio indómito.
Algunos de los trabajos más recientes de Urbina se publican ahora en «Océanos sin ley» (Capitán Swing), un libro de denuncia sobre las irregularidades que el periodista ha vivido en primera persona, pues uno de sus méritos es haber sido testigo de los episodios que relata a lo largo de estas páginas.
Pesca furtiva, secuestro de pescadores, saqueos de barcos, tráfico de personas, fraudes de armadores y aseguradoras…. toda una serie de ilegalidades van desfilando a lo largo de las páginas de este libro entre la sorpresa, la incredulidad y la fascinación.
Urbina se ha encontrado en sus recorridos por los océanos del mundo con ladrones de barcos, mercenarios, polizones, marineros abandonados o armadores sin escrúpulos que protagonizan los delitos que se denuncian en este libro.
Pesca furtiva y otras ruinas
Ian Urbina se subió al «Sam Simon», un barco de la ONG Sea Shepherd, para asistir a la persecución del pesquero furtivo «Thunder». Fueron 110 días a lo largo de más de 11.500 millas náuticas, tres océanos y dos mares, atravesando temporales y tormentas.
El «Thunder» era uno de ‘los seis bandidos’, nombre con el que eran conocidos los barcos más perseguidos que pescaban con redes ilegales. Había cambiado de nombre en diez ocasiones y navegado bajo unas diez banderas diferentes. Cuando el 6 de abril de 2015 los barcos de Sea Sepherd le dieron alcance en las costas de Santo Tomé y Príncipe, comenzó a hundirse hasta desaparecer ante los ojos atónitos de los ecologistas. Todo hace sospechar que el hundimiento se produjo intencionadamente para evitar los cargos y las pruebas incriminatorias que lo implicaban en los delitos que había venido cometiendo durante años. Los barcos ecologistas recogieron a los náufragos.
Otro de los episodios más llamativos de pesca furtiva que se cuentan aquí es el del arrastrero surcoreano «Oynag 70», víctima de la ambición de su capitán de pesca, que no calculó el sobrepeso de una de las capturas de bacaladilla austral, cuando las bodegas del buque ya estaban prácticamente colmadas, y se hundió frente a las costas de Nueva Zelanda después de descargar el contenido de sus redes en la cubierta. A raíz de este episodio se descubrieron graves irregularidades en la compañía que fletaba el barco, entre ellas la falta de preparación de sus tripulaciones, que causó en 2014 la muerte de casi todos los hombres de otro buque de la compañía, el «Oryong 501», que se hundió cuando faenaba en medio de un fuerte temporal.
La pesca furtiva es imposible de controlar en países como Palaos e Indonesia, formados por cientos de islas distribuidas en amplias zonas marítimas. Palaos, un archipiélago de más de 500 islas, cuenta con una única patrullera para hacer frente a pesqueros ilegales de China, Taiwan, Vietnam y otros países que saquean sus aguas con flotas furtivas de superpesqueros que utilizan redes de longitudes kilométricas.
Indonesia (17.000 islas) cuenta con mejores aditamentos para la protección de sus caladeros, sobre todo desde que Pudjiastuti, militante de una organización ecologista, fuera nombrada ministra de pesca. Aún así, son frecuentes las tensiones con los pesqueros de varios países y los enfrentamientos con los de China, que reclama algunas zonas como parte de sus aguas territoriales.
Esclavos, piratas, polizones…
Los episodios de pesca furtiva que se recogen en este libro no son los más reprobables pese a todo. Destacan las denuncias sobre la existencia de verdaderos mercados de esclavos en los mares de la China meridional, especialmente en la flota pesquera tailandesa, que comercia con miles de migrantes de Camboya y Birmania, a los que secuestra para cubrir la carencia crónica de marineros y a los que capitanes sin escrúpulos compran y venden como esclavos para embarcarlos en pesqueros en condiciones dramáticamente penosas.
En Kantang existen verdaderas mafias de trata de esclavos. Algunos son capturados en burdeles y karaokes de Tailandia, transportados a los barcos, borrachos y drogados, y no despiertan hasta que ya están en alta mar. Con la excusa de las deudas por los costes del viaje y la alimentación, los mantienen cautivos, a veces incluso encadenados. La organización Stella Maris ha llegado a pagar rescates para liberar a algunos.
Uno de los problemas internacionales más preocupantes es al auge de la piratería que desde hace algunos años afecta a buques de todo tipo en ciertos mares de países subdesarrollados. Las principales víctimas son barcos de pesca: la tasa de delitos de este tipo registrados en pesqueros es veinte veces superior a la de los petroleros, cargueros o barcos de pasaje.
La frecuencia de estos episodios en aguas peligrosas ha hecho que se hayan contratado como tripulantes a guardias armados para repeler los ataques de los piratas. En algunos casos, como en las costas de Somalia, son los mismos piratas quienes pasan a hacer trabajos de «seguridad». El incremento de esta violencia en el mar a cargo de piratas, fuerzas de seguridad privada y buques de guerra de las armadas de países a los que pertenecen los barcos, ha militarizado los océanos como nunca antes, al tiempo que encarecido los costes de producción.
Ian Urbina denuncia también el abandono en alta mar de polizones descubiertos en plena travesía. Los suelen dejar en balsas sin apenas agua ni alimentos, condenados a una muerte segura de no encontrarse con algún barco que se apiade y los recoja. Las leyes migratorias de Europa y Norteamérica se endurecieron por temor al terrorismo y se impusieron sanciones muy duras a los barcos que llegan a puerto con personas que no forman parte de la tripulación oficial, lo que provoca este tipo de actitudes.
Vertidos ilegales de residuos y combustibles en alta mar, robos de barcos hundidos para comerciar con chatarra, abusos en la pesca de ballenas a cargo de pesqueros japoneses, abandono de tripulaciones enteras en barcos atracados o fondeados en países lejanos por armadores que no pagan las deudas de sus compañías, oficinas que reclutan marineros a los que no liquidan sus salarios una vez terminadas las mareas que a veces duran meses…
Todo un desfile de delitos y de irregularidades difíciles de solucionar, unas veces porque no existe una legislación que pueda aplicarse de forma homogénea y otras porque las mafias y las organizaciones que manejan los resortes de la criminalidad marítima son demasiado poderosas y sus redes fraudulentas suelen estar muy bien organizadas.