Hemos podido ver en Madrid el ballet Yo, Carmen, por la compañía de María Pagés, la bailaora y coreógrafa sevillana trianera más internacional y cosmopolita del panorama español. Un ballet que empezó su recorrido en 2014 y que ya ha sido visto y aclamado en grandes teatros de cuatro continentes y premiado en 2015 como Mejor Espectáculo de Danza Internacional en Santiago de Chile.
Una carrera fecunda que empezó muy joven en la Compañía de Antonio Gades; luego, ya como primera bailarina en la de Mario Maya, ballet de Rafael Aguilar y de María Rosa. Con compañía propia desde 1990, ha creado desde entonces diecisiete coreografías que han triunfado en escenarios mundiales y que la han hecho acreedora a un puesto de relieve en el panorama mundial de la danza. Ha sido invitada a participar con coreografías creadas ad hoc por el Ballet Nacional de España, por Mijail Baryshnikov, por el Teatro Real de Madrid con una coreografia para la gala inaugural de la Presidencia Española de la Unión Europea. (2010) Ha trabajado con el coreógrafo belga Larbi Cherkaoui en un diálogo entre flamenco y danza contemporánea. Ha sido invitada por Carlos Saura para participar en papeles protagonistas en sus producciones de baile flamenco. En 2011, para rendir homenaje a su amigo Oscar Niemeyer crea el ballet Utopía sobre la creación de Brasilia, que se estrena en el Centro Cultural diseñado por él cumplidos los 100 años y que lleva su nombre en Avilés, (Asturias) trabajo por el que recibió el Premio del Público del Festival de Jerez en 2012 y con el que recorrió el mundo causando asombro. En 2014 recibió el máximo galardón nacional: La Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.
Yo, Carmen
Esta Carmen del siglo XXI es la expresión de cada paso de la enorme distancia recorrida por las mujeres desde la Carmen de Mérimée y Bizet del siglo XIX. Para empezar, es un ballet solo interpretado por mujeres. Sencillamente no hay hombres porque la mujer tiene todo el protagonismo para expresar todas las realidades que tiene que afrontar, para escuchar a su alma, convertirse en la voz de todas las mujeres, metafóricamente desnudarse sin miedos, huyendo de cualquier idea de mito. No hay ningún estereotipo en esta Carmen. Es, como dice su creadora, una metáfora sobre la condición femenina que se expresa con la palabra, el cante y sobre todo con la danza. Para ello, sigue diciendo María Pagés, han sido necesarios muchos años de experiencia y giras por el mundo, de conversar con muchas mujeres de muy distinta condición y cultura. Ahora sí puedo hablar sobre las mujeres, de sus aspectos claros y oscuros, de sus pensamientos y deseos. Así ha nacido esta Carmen, que solo conserva el nombre como único enlace con el mito.
Esta Carmen del siglo XXI no está concebida como personaje único. En diez escenas narra la historia de la evolución de la mujer, de sus reivindicaciones y también de sus sentimientos. Para universalizar esta idea incluye una escena con recitados de poemas de mujeres relevantes de varios países que fueron clave en esta evolución. María Zambrano, Marguerite Yourcenar, Margaret Atwood, Akiko Yosano, Forug Farrojzad…cada recitado en su idioma original.
María Pagés solo se parece a María Pagés. Se emplea a fondo en la construcción y deconstrucción de cada escena, en un trabajo arquitectónico pleno de movimientos perfectamente sincrónicos y simétricos; conjunciones perfectas en las variaciones continuas, realizadas ya sea por todo el cuerpo de baile o por partes del mismo. En los cantes, Ana Ramón y Loreto de Diego, además de añadir belleza a la belleza de la danza, tienen que ocuparse de algo tan importante como el marcaje de tiempos y momentos culminantes de los contenidos. Los siete músicos, dos guitarras, violín, chello, flauta y dos percusionistas están siempre sentados al fondo de la escena en un sorprendente efecto de contraluz que los siluetea. En los números de flamenco alternan los acompañamientos con los protagonismos, los toques de conjunto y las alternancias, excelentes en los marcajes de tiempos e hitos. La iluminación magistral, predominando un efecto de claroscuro que pone en valor las construcciones y figuras en escena, en un estilo que recuerda las técnicas lumínicas de Caravaggio o de Ribera.
Ese proceso de evolución, reivindicación de libertad y empoderamiento de la mujer, da comienzo con la referencia al mito original con música de Bizet en una preciosa danza de abanicos. En la siguiente escena, aparece la mujer reducida a las labores domésticas, portando plumeros, escobas y fulares que se ponen de sobrefalda, como algo de lo que hay que despojarse para salir de ese rol de mujer sin derechos. Hay una cierta cronología en la sucesión de danzas. Porque a lo anterior sigue una impresionante secuencia de baile a contraluz, en la que únicamente se aprecia el movimiento de siluetas acompañadas de guitarra, que al final parecen disolverse de forma fantasmal hasta perderse en el vacío.
El ballet de la mujer urbana, con un bolso en bandolera es un paso más hacia la mujer que decide qué hace o a qué se dedica. Es una preciosa secuencia que pone de relieve la multiplicidad de mujeres que en un momento determinado de la historia se unieron con la determinación de poner fin a siglos de discriminación negativa. Un final en piña con los brazos alzados que más que un símbolo; es una realidad nueva, mientras las dos cantaoras ilustran la escena con un tanguillo del asedio de Cádiz: Con las bombas que tiran los fanfarrones/se hacen las gaditanas tirabuzones…Mujeres a quienes la adversidad las hace sentirse libres y lo celebran.
En la escena del espejo, al compás de la música de Toreador, María Pagés se va poniendo ropas suntuarias que o bien la transforman en la Carmen mítica o más bien en la mujer objeto de un tipo de sociedad condenada a desaparecer. Se viste y luego se desviste, como desprendiéndose de esa personalidad obsoleta, eliminando a un personaje del que surge como una mujer nueva, subrayada por una gran percusión musical, zapateado y huida del escenario. Tras una pausa, un solo de cante muy dramático. Se acabó la cigarrera de Mérimée.
Sigue la danza de la mujer entronizada. Tras breve pausa y un gran rasgueo de guitarras aparecen en la escena un par de tronos con asientos a ambos lados. Cinco bailarinas evolucionan alrededor, se sientan, componen esculturas sentadas y en pie en un despliegue de construcciones de sublime belleza. Los tronos son otro símbolo. La mujer de la escoba y el plumero queda lejos.
A compás de bulería el cuerpo de baile al completo se cambia de piel, artística y graciosamente, ante el público, bailando. La mujer, definitivamente nueva, cubre su vestido color carne, como extensión cromática de la piel, símbolo de desnudez o indefensión de todas las mujeres del mundo, por el rojo o morado de la mujer que, una vez liberada de las antiguas cadenas, se siente potente para vivir, luchar, amar y afrontar alegrías y adversidades en libertad. Y lo hace en clave de celebración.
María Pagés , una autoridad en el desarrollo y tratamiento del flamenco, hace en Yo Carmen un extraordinario ejercicio de diversidad en la construcción de coreografías, con baile flamenco, baile español y baile internacional; la perfecta combinación de música en vivo de instrumentistas flamencos, las bandas sonoras de Bizet y las originales del compositor Rubén Levaniegos. Un trabajo elaborado a nivel state of art, en el que cada pieza está en su sitio en las secuencias evolutivas de aquella española arquetipo creada por franceses del siglo XIX, hasta esta Carmen sin complejos del siglo XXI creada por una española.
Desde el 7 al 30 de abril se representa en la Sala Roja de los Teatros del Canal de Madrid, el ballet Yo, Carmen por la compañía de María Pagés,