Cuarenta años después del final de la crudelísima y larga guerra de Vietnam, apenas recordamos que ese mismo conflicto asoló también dos países vecinos, Laos y Camboya, a pesar de que la guerra aérea desarrollada sobre el primero fue la más prolongada en la historia de la humanidad.
Estados Unidos lanzó más bombas sobre esa pequeña nación que todas las que arrojó sobre Japón y Alemania durante la segunda guerra mundial, nos recuerda Higinio Polo en un minucioso artículo que publica la revista El Viejo Topo en su número correspondiente al mes de febrero.
Como consecuencia de esos bombardeos, en medio de la paz del bucólico paisaje campesino se esconden millones de artefactos sin estallar que prolongan aquella tragedia. En total, Washington hizo 580.000 bombardeos, equivalentes a media tonelada de bombas por cada laosiano. Como ridícula compensación, Estados Unidos entrega unos pocos millones de dólares que alivian en una ínfima parte la matanza y la muerte que sigue agazapada en aquel territorio. Pasarán décadas hasta que esa muerte oculta no le estalle a cualquier laosiano en un arrozal o en un camino.
Desde el final de la guerra, miles de ciudadanos han sufrido amputaciones y más de ocho mil han muerto a causa de esas explosiones tardías. Polo también nos informa en su interesante artículo de un país joven, con una media de edad que no llega a los 25 años, que ha luchado sin descanso por salir de la pobreza a lo largo de estos cuarenta años y cuyas dos terceras partes de la población activa son campesinos, con un aumento palpable en el nivel de vida en la última década, aunque dentro de una austeridad manifiesta.
También se nos hace en este número 337 de la revista un pormenorizado análisis de la cultura quinqui, con una entrevista en profundidad a Roberto Robles Valencia y Eduardo Matos-Martín, autores de «Fuera de la ley. Asedios al fenómeno quinqui en la Transición Española» (Comares, 2015). Dicho análisis, a juicio de ambos autores, quiebra completamente el relato idílico de ese periodo histórico, es la cara B de ese proceso y su borrón por excelencia. ¿Quién se iba a ocupar de las vidas de unos jóvenes de las periferias obreras de Madrid, abocados a la delincuencia y sin ninguna afiliación política o sindical? Fueron los grandes excluidos de los grandes negociados de la Transición.
Aparte del perspicaz examen que hace Antonio Santamaría del incierto fin de ciclo electoral por el que pasa España, con el complejo resultado de las últimas elecciones generales, El Viejo Topo publica la primera parte de una larga entrevista de su director Miguel Riera con Ferran Gallego, historiador y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, además de fugaz secretario del PSUC Viu. Gallego es autor de «Compromiso de las izquierdas y espacio alternativo» y en la interviú reflexiona, entre otros asuntos, sobre varios temas relacionados con la izquierda en España en los últimos decenios, así como sobre el bipartidismo y la situación actual.
Para Ferran Gallego, el bipartidismo es un sistema de dominación articulado, un régimen que se constituye en una trama clientelar corrupta, venal, que da promoción en su jerarquía a quienes trabajan por ella. Respeto a la circunstancias políticas por las que pasa la izquierda en este país, considera que nadie puede afrontarlas sin haber respondido previamente a una cuestión política fundamental: ¿Hay que escoger entre Izquierda Unida y Podemos? “Fíjate que lo planteo con la mayor delicadeza –dice Gallego-, consciente de que el verbo ha adquirido la costumbre de hacerse carne y habitar entre nosotros. Ya no hay inocencia en las palabras y hay que andarse con mucho cuidado. Pero la verdad es que se nos está pidiendo que tomemos una opción: se nos fuerza a escoger”.
En este mismo número de febrero encontramos un artículo de Xavier Terrades sobre el conflicto en Ucrania, que ha pasado a segundo plano de la actualidad por la guerra que asola Siria. La de Ucrania es, en palabras del autor, una «guerra limitada», quizá porque Occidente la mantiene en reserva como futura moneda de cambio. Dos años después del golpe de Estado, el PIB de aquel país es considerablemente inferior al de Portugal o Grecia, países que con poco más de diez millones de habitantes no se pueden comparar con los carenta y cinco de Ucrania.