Manuel Mujica Lainez, Manucho, así llamábamos los amigos al escritor argentino, autor del libreto de la ópera “Bomarzo” y uno de los grandes novelistas de la lengua española. Su estilo narrativo elegante, a la manera de Marcel Proust, lo destacaron dentro de la literatura latinoamericana; de igual manera destacó por su vida de intelectual y de viajero, su amor al español y a su identidad argentina.
Yo tuve el privilegio de conocerlo y ser su “especial amiga” como él decía. Sus consejos cuando comencé mi carrera de actriz de niña y luego en la universidad, fueron muy importantes para mi, sus interesantes conversaciones en casa de mi primo, el poeta Billy Whitelow, los encuentros en el Teatro Colón (que el escritor tanto amaba), en embajadas, en actos culturales, eran siempre estimulantes. Irónico y original, no solo fue un escritor que marcó la literatura argentina, fue periodista, crítico de arte, hombre de la cultura, siempre lúcido, siempre humanista.
Al evocar su imagen, me sorprende la fecha, mes de septiembre. Mujica Lainez nació un 11 de septiembre de 1910, año del Centenario, año de afirmación de la identidad nacional, de realce de lo autóctono y de expansión cosmopolita.
Manucho, había nacido en el seno de una familia aristocrática unida a Europa por ambas familias de abuelos. Por un lado, abuelos vascos, por otra castellanos. Sus antepasados, las familias patricias, fueron temas de muchas de sus novelas y sus abuelos influyeron en su vida, por la unión de tendencias.
En una entrevista publicada en la revista Atlantida, en 1963, el autor reconoce la influencia que su familia tuvo en su obra: “La de los Mujica era muy apegada a la tierra, eran estancieros, tenían saladeros, eran españolamente criollos. Los Lainez eran gente de ciudad, muy intelectuales, muy franceses. Todo eso ha contribuido a formarme, y gracias a esas dos corrientes creo que he podido ser tan de acá. Esas dos corrientes podrían definirse: una (mamarrachamente) telúrica, y la otra europeizante”.
Mujica Lainez sentía orgullo de su linaje y sentía orgullo de ser argentino. Ese amor por la Argentina venía en su sangre y había sido alimentado por lecturas y por el ambiente familiar, de allí sus cuentos y novelas: “Misteriosa Buenos Aires”, “Aquí vivieron”, “La Casa”, “Los ídolos”, “Los viajeros” e “Invitados en ‘El Paraíso’”, lo que se ha nominado “Saga porteña”, donde retrata aquellas familias tradicionales en decadencia.
Era, igualmente verdad, su profundo interés por la cultura europea y sus conocimientos de ella; encontraba en Europa fuente inagotable de historias que dieron origen a la “Saga Internacional”: Bomarzo, El Unicornio, El laberinto, El escarabajo, con temas del Renacimiento, la Edad Media, la España Barroca y el mundo egipcio.
Solía almorzar, los domingos, en casa de mi primo Guillermo Whitelow, director del Museo Nacional de Bellas Artes, académico y profesor de estética. Yo era invitada especial, aunque niña, ya era famosa actriz y sentía mucho orgullo con esa invitación. Aquellos almuerzos eran encuentros con la cultura, el arte y la fantasía. Manucho tenía una remarcable avidez intelectual y una actitud de conocimiento que contagiaba. Su interés por el arte y por los objetos de arte (fue durante un tiempo asistente en el Museo de Arte Decorativo) eran parte de su vida, su casa de Belgrano en Buenos Aires era un museo vivo. Allí festejaba sus cumpleaños, que eran todo un acontecimiento social en el mundo artístico y cultural de Buenos Aires.
Sus temas de conversación eran muy variados, hablaba de sus antepasados que habían luchado en las huestes de la Independencia americana, otras veces de sus viajes a Europa, que, más que viajes, eran lugares donde había vivido y aprendido, como él mismo lo reconocía. Hablaba del español y de lo mal que se expresaban los argentinos, por eso usaba pocos diálogos en sus libros.
Su actividad periodística en el diario La Nación era intensa, igualmente intensa su actividad social, conferencias, presentaciones de libros, inauguraciones en museos y exposiciones de arte. A mi me encantaban sus comentarios de exposiciones, sus libros sobre artistas: Gambartes, Victorica, Basaldua, Russo. Fue precursor de la crítica de arte en Argentina, impulsó a artistas plásticos y siempre fue generoso con aquellos que consideraba tenían talento.
Hojeando recuerdos, descubro este libro que tienen especial sentido para mi, porque me lo dedicó:
“Adrianita: Traes contigo una responsabilidad grande: la de difundir la belleza. Extraño y hermoso destino el tuyo! Sigue adelante y no dejes la senda. Te abraza tu amigo que te admira.”
De alguna manera influyó en mi decisión de seguir la carrera de Filosofía y Letras, le parecía oportuno que hiciera estudios humanísticos siendo actriz, alentó mi beca a Francia y por él estudié francés con sus adorables tías, siempre tuvo una actitud paternal, ante mis éxitos y mis dudas.
Me fascinaban su modales de príncipe y su manera de representar al personaje. Una tarde, estábamos en el palco del Teatro Colón y comentó que impulsaba el proyecto para que decorara la cúpula de la sala el pintor Raul Soldi. Finalmente este proyecto se concretó. Su amor por el Teatro Colón lo llevó a escribir un libro, bellísimo libro por cierto: “El gran Teatro”; y diseño con el fotógrafo Aldo Sessa otro bello libro: “Vida y Gloria del Teatro Colón”.
Junto al músico Alberto Ginastera compuso el libreto de la ópera Bomarzo, basada en su novela, que surgió a raíz de un viaje a Italia, con Billy Whitelow y el pintor Miguel Ocampo, visitando Bomarzo, el parque de estatuas de piedra que mandó construir el conde Orsini. Era fascinante escuchar a Manucho hablar del Conde y de esa época del Renacimiento italiano que tan bien conocía.
Manuel Mujica Lainez era profundamente argentino y cultamente europeo y la literatura era su pasión. Cuando enfermó de hepatitis, estaba escribiendo la novela El Unicornio y necesitaba información, estudiaba y se documentaba mucho para sus libros históricos, tanto Billy como yo le conseguíamos los datos pedidos. En su cama, rodeado de libros, mapas, documentos, parecía la persona más feliz del mundo.
Los viajes fueron motivo de inspiración de algunas novelas y relatos. Su adolescencia en Europa, luego, su viaje periodístico después de la Segunda Guerra Mundial, años después, sus permanentes visitas a España (donde fue recibido por el rey Juan Carlos), sus triunfos en Estados Unidos, Ecuador, Perú, México. Sus visitas a Turquía, Grecia, Egipto, Rumania. Esas impresiones y comentarios los dejó plasmados en sus crónicas del diario La Nación y en sus libros “Placeres y fatigas de los viajes”.
En 1969, decidió mudarse a la provincial en la casona “El Paraiso”, donde lo visité y recuerdo que me hizo sentar en el escritorio que había sido del general San Martín. Sus últimos años compartió su vida entre Córdoba, Buenos Aires y sus viajes internacionales.
En su estudio de la sierra, escribe “Cecil”, hace la traducción de Fedra de Racine, era un gran traductor. Publica su novela “Los cisnes”, revisa sus «Obras Completas» y en 1984 publica “Un novelista en el Museo del Prado”, que había sido encargado por unos productores españoles para televisión, en 1982, pero cuyo contrato canceló, ése fue su último viaje a España.
En 1984, después de asistir a la Feria del Libro, recibe la distinción de Ciudadano Ilustre de la ciudad de Buenos Aires, que se suma a muchas otras distinciones: Premio Nacional de Literatura, Comendador de la orden al Mérito de Italia, Cruz de Caballero de la Legión de Honor de Francia, entre otras.
Vuelve a Córdoba y muere el 21 de abril de ese año. Estaba escribiendo una nueva novela, “Los libres del Sur”, ese título nos conmueve a los argentinos frente a los avatares de la Argentina actual.
Sus recuerdos son muy cercanos…. aún me parece verlo en la Galeria Bonino, inclinado sobre la hoja, con su pluma caligráfica escribiendo un soneto a su amigo el pintor gallego Luis Seoane…. y Seoane riéndose de las rimas… en aquella húmeda tarde porteña….
Manucho, con su llama creativa, no dejó nunca de perseguir, como el conde Orsini de Bomarzo, el deseo de belleza y de inmortalidad.
Qué belleza este articulo! No es una mera reseña histórica, es un testimonio. Contado desde el corazón con admiración y respeto. Y como todos sus artículos, llenos de contenido y modelos positivos.
Por otro lado.. Con quién no ha estado Adrianita…Presidentes, premios Nobel, los más destacados artistas, científicos, etc..y eso gracias a su conocimiento, a su trayectoria que hacen de ella otra personalidad destacable.
Un placer leer su artículos.