Tener a Paul Delvaux en Madrid durante tres meses y medio, es un extraordinario regalo para todos los amantes de una pintura que irradia magia, misterio, sensualidad, poesía, la intemporalidad de lo onírico, la irrealidad subconsciente, todo ello integrado en la más exquisita belleza figurativa imaginable. Tanto como decir, surrealismo a la manera de Delvaux.
Este artista belga, que vivió noventa y siete años, (1897-1994) de formación multidisciplinar, -antigüedad clásica, arquitectura, pintura decorativa, con influencia naturalista, expresionista, fauvista – es impactado en 1934 por una exposición en Bruselas del italiano Giorgio de Chirico, la exposición Minotaure. Ahí inicia su evolución radical y definitiva hacia su singular surrealismo, cuya primera obra Palacio en ruinas puede verse en la muestra que exhibe el Thyssen.
Su obra, como la de tantos artistas, está fuertemente influida por sus experiencias vitales, sobre todo sus experiencias con algunas figuras femeninas en su vida: Madre autoritaria, renuncia forzada por presiones familiares a su gran amor de juventud, Tam de Martelaere, matrimonio posterior y muchos años más tarde reencuentro con Tam, la mujer que nunca había logrado olvidar, con la que decide pasar el resto de su vida. Tenía en ese momento cincuenta años. Quizá su cuadro Leda y el cisne fue una consecuencia de ese feliz y definitivo reencuentro. Zeus se transforma para seducir a su amada.
La madre posesiva y la frustración amorosa en su juventud pueden estar en el origen de su fascinación por la mujer. Su obra está llena de mujeres jóvenes y bellas, misteriosas, como sumidas en sus pensamientos, como seres errantes por un universo eterno. Llama la atención la dificultad, casi imposibilidad de comunicación entre hombre y mujer, situándolos en planos alejados, no solo física, también emocionalmente. La subjetividad de cada artista es la que crea los distintos surrealismos; no hay dos iguales, como no hay dos inconscientes que se manifiesten del mismo modo. Así, llama también la atención, y mucho, la estrecha comunicación entre mujeres, algunas en situación claramente íntima. La intimidad se extiende a la relación consigo misma reflejada en un espejo. Una de las obras expuestas Mujer ante el espejo puede tener tantas lecturas como espectadores tenga la exposición.
Otros dos objetos de deseo en la obra de Delvaux, las arquitecturas y los trenes, son claramente oníricos. Nada más ver esa primera obra suya considerada como su primera expresión surrealista, es fácil darse cuenta de que tanto ese extraño palacio vacío, deshabitado, como los objetos rotos tirados por el suelo frente a él, representan un pasado, más o menos lejano, o quizá varios tiempos pasados, varias frustraciones, algo que quedó roto tiempo atrás. No hay nada presente en ese cuadro, intemporalidad, tal vez. En el más de medio centenar de obras expuestas en el Thyssen no hay una sola arquitectura identificable como de tiempo presente, quizá excepcionalmente la que enmarca Los esqueletos, otro leit motif de Delvaux. Siempre o casi siempre, clásica o no, es una arquitectura intemporal. Otro elemento impactante en este género de obra es su teatralidad.
Y que decir de los trenes como objetos oníricos. Los trenes nos hablan de viajes, no tanto de desplazamientos físicos, sino de viajes a lo más profundo, de deseo de llegar adonde no se quiere llegar, trenes que se pierden o personas perdidas… Citando a Delvaux: El cuadro aportaría a quienes lo miran una ocasión propicia de un viaje hacia lo insólito… directo al inconsciente de cada espectador.
Los esqueletos de Delvaux están vivos, siempre desnudos, como figurantes en sentido total, sin nada en su interior que pueda desvelarse. No son figuras de tánatos, son vigilantes de la vida en el ensueño, nunca inertes, por el contrario siempre activos, como huella viva de lo que antes fue vida. La vida es fugaz, pero continúa en algo que no se apaga con la muerte: el aliento de Eros. Dice Delvaux de los esqueletos de temática religiosa: Están vivos, con ellos quise intentar reanudar el diálogo con una cierta tradición descriptiva de la Pasión de Cristo, sin introducir ningún sentido moral, ni siquiera pensaba en la muerte, solo quería pintar esqueletos expresivos, vivos, ubicados en un contexto dramático.
Una vez más citando a Delvaux: Mi pintura no es narrativa, no se representan historias, sino escenas insólitas que permiten ver más allá de las apariencias. Los personajes son figurantes, no tienen historia: son.
La Exposición
En la exposición están representados los cinco grandes temas de su iconografía desde el punto de vista del amor y la muerte: Venus yacente, un motivo recurrente en su obra que remite a su amor incondicional por la mujer; El doble (parejas y espejos), el tema de la seducción y la relación con el otro, el alter ego; Arquitecturas, omnipresentes en su producción, en especial de la antigüedad clásica pero también de la localidad de Watermael-Boitsfort (Bruselas, Bélgica), donde residía; Estaciones, esenciales en su personalidad artística y finalmente, El armazón de la vida, o su fascinación por los esqueletos, como mimos humanos en sus actividades cotidianas.
El tema de Venus dormida o Venus yacente es un tema recurrente, que pinta por primera vez en 1932 en su periodo expresionista y que volverá a pintar con variaciones sorprendentes en múltiples ocasiones. Sobre todo tras iniciarse en su universo surrealista, cuando la realidad onírica se impone a la objetiva, aplica el concepto de Venus simplemente a la mujer, como icono del género femenino. Debido a su difícil relación con las mujeres, –la madre autoritaria, el amor frustrado, el matrimonio sin amor– la mujer es una de las obsesiones de Delvaux, la mujer joven, bella, misteriosa, inalcanzable para él. El sueño (1944) expresa claramente esta dificultad; un hombre desnudo sueña, ajeno a la presencia de dos mujeres desnudas cercanas, insinuantes…
En la sección Parejas y espejos, la seducción es la constante omnipresente. Desde principios de los años treinta, pinta parejas heterosexuales y de lesbianas. Esta relación de intimidad femenina llega a fascinarle y la representa de forma mucho más espontánea que la heterosexual. Se ha supuesto que el origen del tema de las ‘amigas’ pudo estar en sus visitas a prostíbulos. Sus numerosos apuntes y bocetos de mujeres abrazadas le permiten explorar temas tabú, dar rienda suelta a su imaginación y a una gran libertad de expresión. Algunos expertos asocian este tema a sus relaciones heterosexuales, reprimidas o frustrantes, que se ven condenadas en sus obras a una ausencia recurrente de contacto y diálogo. Así, en Pygmalión, (1939) invierte el mito y los sexos; el personaje femenino prefiere una escultura masculina de piedra a un hombre.
Los espejos son elementos muy relevantes y recurrentes en el tema del doble. En la exposición hay por lo menos dos obras tituladas explícitamente Mujer ante el espejo, -una de ellas pertenece a la Colección permanente del Museo– en las que el espejo tiene un papel tan activo que parece que el pintor haya preferido la realidad imaginaria a la tangible. En la obra del Thyssen creo que Delvaux va más alla, la mujer y su reflejo en el espejo, están dentro de una curiosa cueva, cuya entrada es de lo más sugerente. En fin, estamos hablando de surrealismo, según el cual, los tabúes sexuales reprimidos son los más relegados al inconsciente y causa de muchísimas alteraciones mentales. El Dr. Freud hubiera disfrutado muchísimo con Delvaux.
La arquitectura ocupa un lugar preferente en la obra de Delvaux. Desde niño le apasionaba la mitología clásica y dibujaba las batallas que veía en la Ilíada y la Odisea. Entre 1924 y 1925 dedica su primer lienzo a la mitología, El regreso de Ulises, anunciando ya la importancia que tendrá el mundo clásico en su obra futura, a partir de diez años más tarde, en que la antigüedad será una vía de escape de lo cotidiano, una gran libertad para la imaginación y una recuperación de su amor por el mundo clásico, siempre tan presente, aunque tan lejos del tiempo presente. A veces la Antigüedad es sugerida por detalles de arquitecturas fundidas en el decorado. Otras, pinta paisajes antiguos, ciudades enteras en las que incluye elementos fuera de lugar, estilos diversos, para dar a la escena un toque absurdo. Su primera obra surrealista Palacio en ruinas transmite un clima de misterio impregnado de silencio.
Sus viajes a Italia (1937 y 1939) y Grecia en 1956, le proporcionan la documentación exacta de lo que fueron las ciudades clásicas. Prescinde de las ruinas, prefiere vestigios y edificios reales. Aclara su paleta, el color adquiere una nueva importancia. Quiere ser fiel a la realidad. La influencia de De Chirico se revela en esta vuelta a la cultura clásica, pieza clave en su iconografía, que se manifiesta no solo a través de la arquitectura, sino también de la mitología o la vestimenta de las figuras femeninas.
Estaciones
Desde muy joven, Delvaux se siente fascinado por ese símbolo de modernidad que es el ferrocarril. La estación de Luxemburgo de Bruselas en la década de los años veinte, se convierte en uno de sus lugares de inspiración y trabajo al aire libre favoritos. Pinta no menos de una decena de cuadros de gran formato para representar la gran actividad, el ambiente invernal o las duras condiciones de trabajo del personal ferroviario, en obras de realismo social. Después abandona el tema de los trenes, para retomarle veinte años después, de forma muy distinta. Ahora trenes y tranvías figuran en decorados de la época, o en ciudades de la antigüedad o con escenas de mujeres solas que aguardan en andenes o salas de espera quién sabe qué.
También hay reminiscencias de sus recuerdos infantiles y a partir de 1950 produce una serie de escenas nocturnas , en las que unas niñas solas esperan en estaciones desiertas, como expresión de sus propios miedos ante el mundo de los adultos. La tensión erótica de los años cuarenta ha desaparecido; ahora – años sesenta – todo es tranquilidad y calma como en El Viaducto, (1963) donde todo está paralizado, como a la espera de algo que no acaba de llegar.
Los esqueletos o armazón de la vida
Desde niño, Delvaux se sintió fascinado por los esqueletos, un poco por miedo, otro poco por curiosidad. A partir de 1932 el esqueleto se constituye en parte de su lenguaje expresivo. A veces los esqueletos se tornan en personaje principal, como un alter ego sustitutivo. Otras, aparecen al fondo o fundiéndose con el decorado o en comportamientos humanos cotidianos, pero siempre importantes.
En la década de 1950, realiza una serie de versiones de la Pasión de Cristo – Crucifixión, Descendimiento, Entierro– protagonizadas por esqueletos. En 1954 se exponen en la Bienal de Venecia, con el lema de Lo fantástico en el arte. Para su sorpresa, provoca un escándalo no pretendido, magnificado por el entonces Patriarca de Venecia, Cardenal Roncalli –futuro Papa Juan XXIII–, que las condena por heréticas. Fueron expulsadas de la Bienal.
Ficha de la exposición.
- Título: Paul Delvaux: paseo por el amor y la muerte
- Organizador: Museo Thyssen-Bornemisza, en colaboración con el Musée d’Ixelles, Bruselas
- Sede y fechas: Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza, del 24 de febrero al 7 de junio de 2015
- Comisaria: Laura Neve, colaboradora científica del Musée d’Ixelles
- Coordinadora: Laura Andrada, Área de Conservación del Museo Thyssen-Bornemisza
- Número de obras: 53
- Publicaciones: Catálogo con textos de Laura Neve y José Jiménez, edición en español; publicación digital en la app Quiosco Thyssen, para tabletas y smartphones, en español e inglés y gratuita .
Actividad relacionada
- Guillermo Solana, director artístico del Museo, presentará en un ciclo de conferencias a cinco artistas surrealistas presentes en las Colecciones Thyssen-Bornemisza: Max Ernst, Yves Tanguy, René Magritte y Salvador Dalí, reservando la última sesión a Paul Delvaux. El ciclo tendrá lugar varios jueves entre los meses de marzo y abril de 2015, de 17.30 a 18.30 horas, en el salón de actos del Museo. El acceso será libre hasta completar el aforo.