Reflejo de Corea: muestra de cine coreano en Madrid

Entre los días 25 al 29 de junio, se celebró en Madrid la Muestra de Cine coreano, un total de cuatro películas que, agrupadas bajo el título Reflejo de Corea, pretenden reactivar las relaciones entre ambos países en un esfuerzo tendente a la reunificación.

cartel-reflejo-Corea Reflejo de Corea: muestra de cine coreano en MadridLos cuatro títulos fueron: Crossing (2008), The front line (2011), Apostle (2014) y Secretly Greatly (2013). Las sesiones de apertura y clausura tuvieron lugar en el Cine Doré de la calle Santa Isabel (Filmoteca española), mientras que las restantes dos películas se proyectaron en el Centro Cultural Coreano (Castellana,15).

La muestra, dedicada a la reflexión sobre el presente y futuro de la península de Corea, ha sido organizada por el Centro Cultural Coreano, perteneciente a la Embajada de la República de Corea, en colaboración con la Filmoteca Española, el Korean Film Council y el Ministerio de Asuntos Exteriores de Corea, y contó con la presencia del director de cine Kim Tae-gyun (Crossing) y de Gim Gyu-min, codirector de la misma.

En la ceremonia de clausura, se pudo disfrutar de un concierto a cargo del pianista Kim Cheol-woong, nacido en el Norte.

Hubo dos notas destacadas y comunes a las dos películas troncales, Crossign y Apostle, que marcaron la inauguración y clausura respectivamente en el cine Doré: la una, la extrema crudeza de las imágenes que muestran torturas o castigos encaminados a sacar información o a servir de escarmiento a los traidores, algo comprensible en un cine que quiere a reflejar la oposición radical de los dos regímenes de la península de Corea (Norte y Sur); la otra, el arraigo en toda la península de la fe cristiana, que en el Norte da fuerzas para resistir los padecimientos y las torturas, al mismo tiempo que estimula el ansia de huir hacia la libertad (el Sur). Esto último constituyó una auténtica sorpresa a juzgar por las preguntas a que dieron lugar ambas películas en los coloquios posteriores a la proyección de las mismas. La crueldad, por el contrario, no sorprendió a nadie.

Crossing, del director Kim Tae-gyun (2008) es una película muy dura, aunque tiene escenas de afecto que parecen detenidas en el tiempo y a las que les sobra el caramelo. Escenas demasiado extáticas y edulcoradas por demás que se repiten como postales del sentimiento (amor paterno-filial, abnegación, bondad, heroísmo, sacrificio, sueños) y que ponen fondo a la terrible dureza de la realidad norcoreana, entre el acoso militar y el hambre. El actor principal Cha In-pyo, que recuerda mucho a Carmelo Gómez, es un hombe jovial en medio de las carencias, amante de la familia y del beber con los amigos (también esto está mal visto, tanto como la Biblia), hasta que la mujer enferma de difteria. Entonces empezará la Odisea de la huida y la imposibilidad de reencontrarse con su hijo en la inmensa frontera de Mongolia, con el aeropuerto Gengis Khan como burla ante el acoso.

Apostle, del director Kim Jin -moo (2014) es una película durísima, tanto como la anterior -y todas las del Festival en lo que se refiere a persecuciones y hambre-, pero más: los culatazos, patadas, martillazos en rodillas, inflamientos por agua… son tan reales que es casi imposible su visión, y de nuevo el gran descubrimiento ya desde el mismísimo inicio de la cinta: la impronta del Cristianismo, lo definitorio de tener una Biblia escondida como elemento de rebeldía contra la opresión y la posibilidad de rezar como única esperanza para salir de allí. Pero también la reflexión desesperada: «Dios permite que suframos por él y no hace nada por evitarlo. Sólo le valemos para mártires.» Saben que les quedan dos opciones: morir dentro o morir en la frontera. La muerte del mandatario Kim Jong -il, al final de la película, no ablandará a los torturadores sino al contrario.

No están exentas, sin embargo, de sentido del humor estas dos películas, y ello se debió, en algunos casos, a los extremos descritos de cristianismo incipiente: cuando cae por primera vez una Biblia en manos del protagonista de Crossing, padre y marido joven, futbolista de éxito antaño, ansioso hoy sólo por resolver el hambre de su familia y la enfermedad de su esposa, éste exclama apenas ha empezado a hojearla por el sucedido a Abraham e Isaac y Jacob: «Vaya, pues es un árbol genealógico». Otra chispa es cuando el niño pregunta al padre, al que ve ansioso por huir: «¿La tierra prometida es el Sur, papi?» A lo que éste responde: «No lo sé, hijo, lo que sí sé es que no es el Norte».

El papel de los misioneros es fundamental, según se ve en Apostle. Pero no nos estamos refiriendo a los misioneros de Francisco Javier, sino a una personalidad local, alguien carismático que, en su aldea, maneja la información y distribuye a su criterio la ayuda procedente de los cristianos del Sur, lo que le da poder y capacidad de mediación. Pero una vez que él es torturado junto con su mujer para sacarle información, ensangrentado y deshecho, confiesa: «he visto al demonio cuando me torturaban. y a éste no le derrotaremos nunca. Nunca.» Está diciendo la verdad, lo que no impedirá que muera bajo acusación de traición por los suyos. Es raro librarse del estigma cuando se ha sobrevivido a la tortura.

Por consiguiente, los cristianos se comportan, en aquellas latitudes, con el secretismo que debían de tener en la antigua Roma, en Tarragona, en Mérida o en Pompeya, a fin de pasar inadvertidos, casi como una sociedad secreta, lo cual es muy chocante para el espectador de hoy que no se lo acababa de creer. Sólo que aquí no hay catacumbas que les salven, siempre hay un chivato o un corrupto dispuesto a hacer méritos, y al final de Apostle, suena la terrible frase que se escucha en todos los holocaustos: «Yo ya no creo en Dios», «Dios se ha olvidado de nosotros.»

Then Frontb Line, del director Jang Hoon (2011) retrata un pasaje de la terrible e interminable guerra fronteriza, la Guerra de Corea. La acción se centra en las hostilidades por un enclave único, una montaña sagrada que cambia de mano cada día, lo que imposibilita llegar a un acuerdo de tregua: la toman, la pierden, ya son amigos los dos bandos, ya comparten víveres y despensas, ya se perdonan y cantan las mismas canciones nostálgicas de la paz, que por fin llega. Pero una lectura atenta del armisticio hará que la mayor crueldad se reserve para el final. Tanto sacrificio inútil para nada. Hay que «rematar» lo que queda en pie. Espeluznante, heladora de cuerpos y almas.

La última de las cuatro, Secretly Greatly, del director Jan Chul soo, no pude verla, pero se anunciaba más ligera, una comedia.

Concierto de Kim Cheol-Woong en el Doré

La ceremonia de clausura culminó con un concierto a cargo del pianista Kim Cheol-Woong (1975, Corea del Norte). Músico comprometido con la causa de la unificación de las dos Coreas -ambas son sus dos patrias y así las siente él-, tocó temas musicales que entrelazó con la narración de su vida antes y después de huir al Sur. También a él, como al pianista de la película de Roman Polanski, le liberó la música, pero su salida se debió, según su propio relato, al hecho de haber tocado un tema romántico y autobiográfico, su historia de amor por una chica. Así que tocó en primer lugar la música de la película El pianista, de Polanski, seguido del tema Yeh Dhuan Dhuan, de Richard Clayderman. Siguieron dos canciones populares de Corea del Norte, la segunda de ellas (El río Aruag) acompañado por el tenor Junghoon Kim, y dos piezas más de las dos Coreas, lo que prueba que ambos comparten el folklore inolvidable y común que ahora compartían con nosotros.

Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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